Capitulo 17

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—Hola, pequeño—Saludé con el tono con el que le solía hablar a Clara y Thomas. El tono que no había usado hace un año.
El niño de piel morena me miró con curiosidad y señaló la mochila en mi espalda. Baje la mochila a mis pies y saqué un caramelo de menta que solían darnos después de cada comida en la base. Lo coloqué en su pequeña mano y al cerré a modo que me entendiera que se lo obsequiaba. El pequeño lo miró extrañado, lo olfateó y después se lo metió a la boca. Pasaron unos segundos cuando sonrió y me tomó de la mano, jalándome hacia el este.

Sin dudarlo dejé que me guiara por la Habana en ruinas. Caminamos demasiado pero él no mostraba signos de cansancio u otra cosa. Caminaba descalzo por la tierra sin sentir dolor al incrustarse las molestas piedras en su pequeña planta.
Llegamos a lo que parecía ser una bodega gigante, hecha de placas aluminio. Me quedé parada viendo lo que parecía ser su hogar, no quería imaginarme lo que tuvo que haber vivido.
El Niño siguió jalándome la mano con insistencia para que entrara en aquella bodega misteriosa. Lo miré y acepté. Al llegar a la entrada, él sólo movió la pesada puerta lo suficiente para que ambos pudiéramos entrar. La bodega estaba oscura pero cálida, olía extraño, a humedad, orina y comida putrefacta.
Arrugué la nariz y puse mi mano sobre ella para evitar aquel horrible olor.

Había pedazos de tela colgados del techo, llegaban a arrastrar en el piso para hacer de carpas.
Sentía las miradas y respiraciones de otras presencias aquí.
En el centro de la bodega la tela colgada formaba una pequeña casa de campaña. El niño se escabulló entre las sombras de la improvisada casita, miré hacia atrás, a la salida. No sabía a dónde me estaba llevando, y de alguna manera significaba peligro.
Puse un pie detrás lentamente. Y corrí lo más rápido que pude hacia la luz que se asomaba por la bodega. Pero de repente la luz se vio obstruida por personas, demasiadas personas. Rostros distintos me miraban con asombro, crueldad, asco y repulsión.
Comencé a hiperventilar, me sentía sofocada, incapaz de escapar. Miré a mi alrededor pero solo me encontraba con los rostros disgustados.

Finalmente cerré mis ojos y caí al piso.


Desperté atada a una silla. Aunque no abrí mis ojos podía escuchar susurros detrás de mi, los ignoré y me concentré en lo que sucedía dentro de mi. Tenía una gran jaqueca y hacia tanto calor como un día de verano en el Sur. Seguía sintiéndome sofocada, la imagen en mi mente de miles de personas mirándome con odio seguiría en mi cabeza por mucho tiempo.
Por fin abrí mis ojos, un rayo de luz iluminaba la improvisada habitación, había un cesto frente a mi, lleno de brillantes frutas y una silla vacía, a espera de alguien.

Como pude me volteé, dos hombres custodiaban la entrada con gesto serio y manos cruzadas en su pecho.
Una pequeña cabecita se asomó entre ellos e inmediatamente volvió a perderse en la oscuridad. Seguramente avisaría a todo el mundo que la extraña chica al fin había despertado.
Mis manos estaban atadas con cinta de aislar, por lo que no sería difícil deshacerme de ella. Retorcí mis manos hasta que la cinta se expandió y las dejo libres, aunque calientes por la fricción lo que más tarde ma causaría un incómodo ardor. Por otro lado mis piernas estaban atadas con una gruesa cuerda, y para mí delirio con un gran nudo de marinero.

—Ni te preocupes en quitártelas, es casi imposible—Comentó una voz frente a mi; el tipo estaba sentado en la silla, pelando una gran manzana con una navaja en su mano. Cortó un trozo y me lo ofreció. Negué con la cabeza y levante la mirada para estudiarlo mas a fondo.
Como era de esperarse tenía la piel morena y el cabello negro y crespo,a pesar de que estaba cortado casi al ras, labios gruesos y ojos negros y profundos. Gesto animado y relajado, como el de un niño, aunque no parecía tener más de veinticinco años. Sus ropas no estaban rotas pero si remendadas. No era fornido, pero tampoco parecía una varilla de metal. Respiraba lentamente mientras me sonreía.
—Lo sé, lo sé, a muchas chicas les parezco atractivo—Bromeó al notar que lo estaba mirando demasiado. Agaché la cabeza y sonreí. —Ah, no eres tan seria como te ves, decía mi madre que las apariencias engañan.
—Eres bastante alegre como para estar en prisión—Murmuré.
—Las apariencias engañan...—Repitió.
—¿Y así es como recibes a tus invitados?—Dije señalando con la cabeza las ataduras.
—Oh, eso es por si tienes planes que no coincidan con los míos.—Se levantó, cruzó sus brazos y comenzó a merodear por la habitación.
—Entonces dime cuáles son tus planes, y veré si coinciden con los míos.
—Eres una chica muy lista, tal vez demasiado para solo ser una agente.

Entonces ellos sabían que vendríamos, nos estaban esperando. Y como el entrenamiento dictaba, lo negué.
—¿Una..qué?
—No hace falta que lo niegues, sabemos todo lo qué pasa en esta miserable isla. Al fin y al cabo aquí es donde vivimos.
Puse mis ojos en blanco y reí por lo bajo. Debía ser un desertor o algo por el estilo.
—Entonces...—Prosiguió— Si estoy en lo correcto, ustedes buscan a Isaac.
—Clasificado—Respondí rápidamente.
—Los ataques del Norte al Sur siguen cada vez más frecuentes...
—Clasificado.    
—El orbe lo tiene el Norte...
—Clasificado.
—La SEA sigue buscando a la Élite...
—Clasificado.
—Eres Julia Torres...

No respondí a eso. Me quedé sorprendida, sin duda sabía quién era y a que venía. Entonces mi método había funcionado. Así que sonreí y levante una ceja.

—Isaac Romero.

Se volteó hacia a mi, se arrodilló, tomó el pedazo de cuerda sobrante y mientras besaba mi mano tiró de el, dejándome libre y presentándose.

LA LÍNEA [editando] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora