Capitulo 1

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Viernes 27 de Enero, 2158.

La Línea tapaba el sol con su colosal tamaño. Estaba frente a la marca de mi nombre que había hecho cuando apenas era una niña , y que en unos momentos sería solo polvo.

Aunque aquí en el sur hacia bastante calor la mayoría del año, extrañamente hoy parecía que nevaría pronto. Claro que el Cielo estaba enfurecido: Estaban a punto de tirar la única cosa que nos había mantenido en paz por las últimas generaciones. 
Los policías y todo el personal del gobierno revoloteaban ocupados con los preparativos. Había de todo tipo de personas por todos lados, desde celebridades hasta vagabundos, esperando impacientes para ver el Norte y todos sus habitantes.

Sobre mis hombros sostenía a Clara, que al igual que yo contemplaba el muro, sonriendo casi sin dientes a sus siete años.
—Es muy grande, ¿verdad?—. Sonreí.
—¡Es enorme!—Exclamó levantando sus brazos y luego los llevó a mi cabello pelirrojo.

Las sirenas comenzaron a sonar, anunciando la llegada del presidente Miles. La gente se comenzó a dispersar detrás de la zona marcada, donde nadie correría peligro por las bombas, y donde mis padres estaban sentados junto con mis hermanos.

Clara y yo corrimos hacia ellos para tomar un buen lugar y la senté junto a mi.
—Clara, cariño ¿Tienes sed?—. Pregunto mamá sacando una burbuja de agua de su bolso. Mi hermana hizo un gesto y sacudió su cabeza de lado a lado. Mamá la miro con sus hermosos ojos azules y después a mi, ofreciéndome la burbuja.
—Gracias—. La tomé entre mis manos y comencé a beber de ella mientras esperábamos el magnífico discurso del presidente.

Unos minutos después, un hombre corpulento, de tez bronceada por el sol y grandes ojos marrones, se paró sobre lo alto de La Línea.
Ese debía ser Miles Vera. Nadie jamás lo había visto aquí en el Estado G, puesto que el residía en la capital del sur, en Nueva Maldiva.
Todo el mundo estalló en aplausos y porras, aunque algunos los maldecían y abucheaban, pero el sonido de las palmas cubrían los malos tratos. Semanas atrás había visto como la gente se manifestaba en contra de la demolición de La Línea. Se ponían en las calles más transitadas, con pancartas, palos y demás cosas amenazantes. Solían cantar que el Cielo nos iba a castigar, que nos debíamos arrepentir de nuestros pecados contra el mundo. Pero mi madre siempre decía que los ignorara.

Sin embargo, una señal de mano, Vera calló a todos; sonrió, mostrando una dentadura perfecta.
—¡Gente del Sur!, ¡¿Acaso no están cansados de la Guerra?!—Rugió.
El Sur respondió con más aplauso y silbidos.
—¡Yo prometí traer riquezas!—Se volteó y señaló al Norte—. ¡Y eso estoy haciendo!.

Hice una mueca de disgusto y miré a mis hermanos, estaban encantados con tan siquiera ver al Presidente.

—¡El Norte volverá a ser nuestro aliado, nuestro hermano!— Podía ver la emoción en la multitud. El señor se giró hacia los ingenieros con los detonadores—¡Soldados!—. Llamó.
Los hombres respondieron con un saludo militar, y Miles complacido, sonrío. —¡Vuelen en pedazos a La Línea!.

El Presidente se retiró hacia la zona segura y emitió la orden.

Hubo silencio, ni una respiración se escuchaba en el lugar. De repente el silencio se rompió y en su lugar hubo un estallido. La Línea se arrodilló ante nosotros, dejando ver el sol completamente. Y con él, vino El Norte.

La gente salió corriendo hacia lo que había sido La Línea, se arrollaban entre ellos, algunos caían y eran pisoteados por los demás. Me quedé perpleja, no sabía que hacer, estaba atónita, paralizada.
—¡Julia!—. Gritó mi madre.—¡Julia!
Reaccioné y tomé a Clara y a Thomas en mis brazos, corría contra la corriente, soportando arañazos y empujones, protegiendo a mis hermanos de la gente.
Trate de ir más rápido, pero aún así era inútil, por cada paso que daba retrocedía dos.
Entre la multitud, vislumbré un pequeño callejón; agarré con más fuerza a mis hermanos y corrí a toda prisa hacia allá. Un hombre voluptuoso chocó contra mi, haciéndome volar, tirando a mis hermanos al suelo .
—¡No!—. Grité, y como pude me arrastré para llegar a ellos.
—¡Julia!—Gritó Thomas con su pequeña voz.
—¡Tom!—Apreté sus manos y las de Clara, y corrí hasta que llegamos.
—¡Thomas!, ¡Clara! ¡¿Están bien?!—Los revise por todos lados en busca de rasguños y golpes, pero solo yo me había lastimado. Thomas comenzó a llorar y Clara le siguió la corriente.
—Oh no lloren, ya estamos a salvo— Los abracé con todas mis fuerzas.

La multitud nos había arrastrado a un lugar extraño, un suburbio de la ciudad. La noche nos cubría con su manto frío y oscuro. Y como había previsto, comenzó a nevar. Los copos pequeños caían sobre nuestras narices, haciéndonos sentir un leve escalofrío por la espalda.
—Jules, tengo miedo—Susurró Tom en mis brazos.
—Tranquilo, pronto mamá vendrá por nosotros— Lo acaricié y comencé a tararear una nana que solía cantarnos papá por las noches...

Sábado 28 de Enero, 2158

Desperté con el sonido de las sirenas de patrullas y ambulancias. Me levanté y acomodé a mis hermanos en mi chamarra.
—¿Jules?—Se movió Clara.
—Shhh— La arrullé para que se durmiera de nuevo. —No se muevan, en un momento vuelvo.
—Jules, no te vayas— La voz se le quebró a mi pequeña hermana.
—Tranquila, no tardaré.

Caminé hasta el final del callejón, la gente parecía frenética; había turistas por todos lados, tomando fotos y hablando en algún idioma extraño.
Por lo que pensé que eran los Norteños; la mayoría eran altos, demasiado altos, y su piel era tan blanca que me deslumbraban, su cabello era rubio o pelirrojo, algo demasiado extraño aquí. Como yo.

Tenían ropas ligeras, pero finas, no parecían tener ni un solo agujero, se reían y hacían muecas con la comida que se llevaban a su boca. Totalmente extraños.

Camine un poco más para reconocer algo, pero nada me parecía familiar.
En la esquina, se recargaban dos tipos vestidos de negro, con gafas y una expresión seria. Uno era moreno y tenía una espesa barba, mientras que el otro tenía una tez blanca y una barbilla bien rasurada.
—¿Disculpen?—Me acerqué con cuidado.
Ambos agacharon la mirada, mi cabeza apenas les llegaba al hombro.
—Creo que estoy perdida...
Antes de que pudiera terminar me tomaron por los pies y me cubrieron la boca con un paño. Pataleé, me retorcí como gusano y hasta trate de morder a uno de ellos, pero fue imposible.
Solo podía pensar en Clara y Thomas, los dejaría solos en un lugar desconocido, en el frío, no sabían que hacer, ¡Solo eran unos niños!.

En segundos, caí dormida ...

LA LÍNEA [editando] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora