Capitulo 2

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Mi cabeza dolía, y mi mente daba vueltas. Recordaba a La Línea, a mi madre asustada en la multitud, a mis hermanos solos en un callejón.

El piso se movía, mareándome cada vez más. Entreabrí los ojos, mi visón estaba borrosa y mis oídos parecían no funcionar, parecía que tenía una colmena de abejas junto a mis orejas.
—Está despertando...—Sollozó una voz cercana.
—No la muevan—Dijo otra voz.

Traté de concentrarme en despertar. Regularicé mi respiración y finalmente abrí mis ojos.

Estaba en una camioneta sin ventanas, el espacio de atrás era grande, lo suficientemente para que las cinco personas que estaban allí, incluida yo, pudieran estar cómodas. Todas eran chicas, parecerían no tener más de 25, me miraban como si fuera un bicho raro, estaban asustadas. Dos de ellas incluso tenían en sus mejillas manchas de rímel a causa de llorar. Y todas teníamos las manos atadas.
—¿Dónde estamos?—Pregunté con voz baja.
—Nos llevan al Norte—Contestó una voz más madura. Tenía el pelo oscuro y enredado en un pequeño moño sobre su cabeza. Tenía la piel morena por el sol y unos ojos verdes. Su acento parecía ser del Estado C , o como antes los llamaban, Colombia.
—¿Al Norte?—Dudé, aunque tenía  miedo mis hermanos seguían siendo mi única preocupación.
—Probablemente nos exploten.—Aseguró la colombiana.
—¿A que te refieres?—Preguntó una chica menor que yo, tendría por lo menos 15 años.
—Nos harán prostitutas—Prosiguió la morena.—Son muy populares allá.

Todas se quedaron calladas ante la respuesta de la chica, estábamos asustadas.

Las horas parecían días. Mi garganta ardía como mil demonios, el calor era insoportable en ese espacio. Y lo peor eran las ideas que la chica nos había metido en la cabeza. ¿A eso se había reducido mi futuro? ¿A ser una prostituta el resto de mi vida?. No.
Debía escapar, por mis hermanos, por mis padres, por mi.

Mucho, mucho tiempo después la camioneta se detuvo; mi corazón latía a mil por hora.  El hombre de la barba abrió la puerta, pero ninguna de nosotras se movió.
—¡¿Que están esperando?! ¡Bajen malditas perras!—Gritó.
La primera en bajar fue la niña de 15 años , seguida por una chica con la piel manchada de tatuajes; luego bajo la colombiana y una chica afroamericana. Finalmente baje yo.

—¡En fila! ¡Rápido!— Gritó el hombre de tez blanca.
Todas obedecieron inmediatamente, así que no me quedaba más remedio que hacer lo mismo.
Mire a mi alrededor , había más de diez camionetas en fila, haciendo lo mismo que nosotros. Frente a mi, se alzaba la parte trasera de un edificio alto, y por lo que pude ver, al frente tenía luces y parecía ser de color morado. Me quedé pasmada.
—¡Hey tú! ¡La chica blanca de cabello rizado!—Me llamó un hombre en una mesa a tres metros delante de mi.
Avancé con cuidado hacia el y bajé la mirada.
—¿Cuál es tu nombre?— Preguntó.
—S-soy Ju-Julia—Tartamudeé.
—Buena chica, ahora —Me miró atento y movió su dedo—Da una vuelta para mí ¿Quieres?.
No me quedó otra opción más que obedecer. Temía por mi vida, y por la de mis hermanos.
—Mmmhh—Entrecerró sus ojos y sonrío —Estás muy buena.
Agaché la cabeza y mordí mi labio, estaba llena de repulsión y asco.
El tipo se volteó y llamó a otros dos hombres.
—Prepárenla y llévenla a la habitación Diamante— Indicó y luego se dirigió a mi — A ti te veré esta noche.

Los hombres me tomaron con fuerza por los brazos, llevándome casi a rastras hacia el edificio.
—¡No! ¡Suéltenme! ¡Déjenme!— Me opuse  pero para ellos era como tratar con una muñeca de trapo.

Por dentro, el edificio lucía aún peor, tenía tocadores con luces alrededor del espejo, las chicas iban de un lugar a otro. Parecían de otro mundo, sus caras estaban atrapadas bajo kilos y kilos de maquillaje barato, sus cuerpos parecían casi desnudos, salvo por unas cuantas prendas de lencería.

—¡Lola!—Gritó uno de los hombres, sin soltarme el brazo—¡¿Donde estás, mujer?!.
Una mujer de mediana edad, llegó con un vaso de bourbon en la mano. Sus rasgos eran claramente del Sur, su piel morena y sus grandes ojos eran provenientes de mi tierra.
—¡Por todos los cielos!—Exclamó, pero luego sonrió y besó al hombre—¿Qué me traes, George?.

George tiró de mi y me acercó a la mujer.
—Gordon la quiere para la habitación Diamante.
Está se me quedó viendo de arriba para abajo, y sonrió.
—Oh,mmmh—Musitó.—Es bonita, quedará perfecta en la Diamante.

Tocó mi cabello pelirrojo y lo rizó entre sus dedos. Luego fue por mis brazos, los acarició, o al menos trató, al instante yo los aparte de sus garras.
—Tienes carácter, cariño.
Hice una mueca de disgusto ante su comentario. Se sorprendió ante muecas y se volteó hacia George.
—Será difícil educarla.— Lamió sus labios y prosiguió— Es perfecta. ¡Honey!, ¡Berry!, llévenla a la sala de preparación.

Dos chicas llegaron por detrás de mi y trataron de llevarme a la sala. Me opuse y tiré de ellas, una cayó ante mis pies . Sonreí, pero la otra chica puso una jeringa en mi muslo. Pude sentir como cada músculo, tendón y célula de mi cuerpo se iba apagando poco a poco, lentamente. Mi visión se volvió borrosa y la habitación daba vueltas.
De nuevo me habían abatido.

Desperté encadenada por los extremos a una gran cama, con sábanas de satén morado. Mis oídos volvían a zumbar, trague saliva, mi boca tenía un sabor metálico. La habitación estaba vagamente iluminada por unas cuantas lámparas con forma de diamante. Había un gran ventanal que dejaba ver toda la ciudad del Norte, millones de luces diminutas alumbraban la ventana. Me sorprendía la vista, me dejaba tumbada, nunca había visto algo más hermoso.
Sentí frío, mi cuerpo apenas estaba cubierto por unas cuantas prendas delgadas, de color negro y provocadoras. En la cabecera de cristal negro podía ver mi reflejo, era una extraña, habían plastas de maquillaje sobre lo cara, mis labios, ahora carnosos, eran rojos carmín. Era un monstruo.

De repente se oyó un chirrido, las grandes puertas se estaban abriendo. Una sombra salió de ellas, y las lámparas se encargaron de descubrirlo, era el mismo tipo que me había enviado con la Sureña. Tenía una sonrisa sádica en su viejo y arrugado rostro, su corbata estaba de lado y en su camisa había manchas de licor.

El miedo me inundó por completo, mis respiración se aceleró, y empecé a sollozar.  El hombre se abalanzó hacia mi, hundiéndome en la cama con su peso. Pataleé y grité con todas mis fuerzas, hasta que de alguna manera pude encajarle un rodillazo en la entre pierna.
Saltó de la cama con un grito ahogado, agarrándose las bolas.
—¡Hija de puta! —Me abofeteó.
Se desabrochó los pantalones y se bajó los calzoncillos.

Desde ahí, con cada movimiento una oleada de dolor se abalanzaba por mi cuerpo. Mis lágrimas caían por mis mejillas. No podía pensar, no podía moverme, solo podía sentir el dolor...

LA LÍNEA [editando] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora