Capitulo 6

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Mi mano me dolía, al igual que mis piernas, mi ojo derecho, mi labio, y mis costillas. Estaba hecha trizas, no tenía energías pero me daba igual. Era libre y era todo lo que me importaba.

—¿En dónde estamos?—Pregunté al chico que me había salvado.
—En el estado MX, o México, como le quieras llamar. —Respondió viendo a la ventanilla.
—¿Está lejos de La Línea?.—Está vez, mi pregunta tenía un tono de preocupación, el cual él notó inmediatamente, así que se volteó hacia a mi y sonrío.
—Está a un día en camioneta, o unas horas en aerodeslizador.
—Perfecto.—Sonreí de oreja a oreja.
Pero el no me devolvió la sonrisa, ni se animó un poco por mi.
—Amm...No te emociones, ¿si?—Murmuró con gesto distante.
—¿Por qué no? Al fin volveré con mi familia.
—No lo creo, la SEA quiere que te llevemos a la base.—Respondió seriamente.
—¿La que? —Pregunté confusa.
—La SEA.
—¿Qué es eso?.
—ahh ¿cómo te explico?—Se rascó la nuca y se volvió hacia mí.—Es Seguridad Élite Americana, protegemos a todas las familias de Élite de América, desde la Tercera Guerra Mundial.
—¿Familias de Élite?—Su respuesta me confundió aún más. Si era Élite ¿por qué habían ido al burdel de donde me salvaron?.
—Pues si. Familias importantes que participaron en la creación de La Línea y Los Países Unidos de América.
—Y supongo que en el "casino" de donde me sacaste había alguien de la Élite.
—Supones bien. Nos mandaron a recuperar a toda chica desaparecida el día de la abertura de La Línea.—Volvió a ver por la ventanilla—Aún no sabemos quién es.

Así que podía ser cualquiera.

No me quería quedar callada en esa camioneta, ahora aborrecía el silencio.
—Así que...¿Cuál es tu nombre?—Pregunte animada.
—Agente Dornan
Puse los ojos en blanco y volví a preguntar.
—¿Así que te llamas Agente?
Me miró con impaciencia.
—Ian Dornan.
Reí por lo bajo, él se dio cuenta y levantó una ceja muy serio. Así que me callé.

La camioneta se detuvo en seco unos minutos después. Miré por la ventanilla y solo había campos y campos de maíz. Ni una antena, ni una pequeña choza, nada.
Llegaron las demás camionetas y los hombres se bajaron y prepararon sus armas. Me aferré al asiento pero no hubo ni un ruido con señal de peligro.
Dornan me miró y me hizo un gesto con la cabeza, señal de que ya podía bajar. Al igual que las chicas que estaban en las otras camionetas. Pero no vi ni a Honey ni a Majo.
—Diles a los muchachos que ya pueden bajar.—Le ordenó quien conducía la camioneta. Un hombre moreno, alto y fornido. Con una de las voces más graves y escalofriantes que había escuchado.
Dornan oprimió su auricular y emitió la orden.

De los cielos bajo una gran nave, haciendo un gran estruendo con sus turbinas. El aire arremolinaba mi cabello y lastimaba mis oídos.

Se estacionó justo frente a nosotros, abrió sus escotillas y todos a mi alrededor comenzaron a subir. Pero yo no estaba segura de querer hacerlo, de alguna manera, me daba miedo subir a aquella nave gigantesca.
—¿No vienes?— Preguntó Ian detrás de mi.
—Solo quiero irme a casa.—Musité.
Puso una mano sobre mi hombro y torció su boca.
—Falta un largo camino para que llegues allá.

Nos dirigimos hasta la nave. Era como un gran robot, lleno de agentes y armas por todos lados.
—Espera aquí.—Dijo Ian caminando hacia otros agentes.
Hasta ahora no me había dado cuenta de que solo vestía lencería negra con una pequeña bata de satén. La vergüenza me inundó, había tantas personas ahí.

Pasó un buen rato hasta que un chico alto y rubio, vestido totalmente de blanco se acercó a mi con una gran sonrisa.
—Hola, Jules.
El que se supiera mi nombre me sorprendió, lo que hizo que se riera un poco.
—Veo que ya conoces a Dean.—Dijo Ian dándole una fuerte palmada en la espalda.—El te curará.
—Déjame ayudarte—Tomó mi mano con delicadeza y me dirigió más adentro de la inmensa nave. Mientras yo seguía con la vista a Ian.
—¡Te veré en un rato! —Gritó detrás de mi.

Mi alrededor fue cambiando de una zona de carga a pasillos blancos con hologramas . Dean se detuvo delante de una puerta, no sin antes dejarme entrar primero, como todo un caballero.

Dentro de esta habitación había tres maquinas blancas, parecían largos tubos de vidrio con la capacidad de tener a una persona ahí.
—¿Que son esos? —Pregunté señalándolos.
—Oh, ¿acaso nunca habías visto una higía?.
Me quede callada en modo de respuesta.
—Bueno pues estás a punto de acostarte en una de estas.
Se acercó a mi queriéndome llevar a la máquina desconocida.
—No, no por favor.—Me abracé a mi misma y me hice un ovillo junto a la pared.
—Tranquila, no hay nada que temer.—Me ayudó a levantarme y me condujo—Esto te ayudará a sanar.
Me tendió una bata blanca y señaló un pequeño cuarto para cambiarse.

En cuanto salí, levantó  la tapa de cristal dejando ver una camilla. Y puso su mano en señal de que me acostara.
—No dolerá en lo mínimo. Solo relájate.
Me acosté con cuidado y cerré mis ojos.
Cerró la tapa e inmediatamente un viscoso líquido azul comenzó a llenar el tubo.
Empecé a hiperventilar, parecía que me iba a ahogar allí.

Pero para cuando el agua llegó a mi nariz, no quemó mis pulmones ni destruyo mi garganta. Era como respirar afuera. Se sentía tan bien estar ahí. Pronto me dio demasiado sueño, mis párpados pesaban tanto. Cerré mis ojos ...

Cuando los abrí parecía que me hubiera estado ahogando, tosí tratado de sacar el líquido de mi cuerpo. Dean estaba a mi lado dándome palmadas en la espalda.
—Respira, respira.—Repetía.
En cuanto mis pulmones estuvieron libres, tome una gran bocanada de aire y luego exhalé.
—Muy bien hecho, Jules.

Sentía mi cuerpo extraño, no había dolor alguno dentro de mi. Miré mi brazo fracturado pero estaba tan fuerte como aquel día cuando me raptaron.
Mis piernas se sentían frescas y fuertes, listas para correr un maratón.

—¿Como te sientes?—Preguntó Dean.
—Vaya, me siento genial.
—Oh si, esta cosa hace maravillas. Lástima que no haga lo mismo con el aspecto.
—¿Por qué lo dices?.
—Aún tienes un gran moretón en tu ojo.
Me mostró mi cara en un espejo, aunque estaba llena de moretones, estaba limpia de maquillaje barato, lo que me hacía muy feliz. Otra vez era yo, más o menos.
—Ahora vamos a que te den algo de ropa decente.
Me condujo a otra habitación, donde estaban las demás chicas que habían rescatado, pero no estaban mis amigas. En la habitación había un par de espejos y sillas.
—Siéntate ahí, vendré en un momento con tu uniforme.—Murmuró Dean.
—Está bien.

Espere en la silla, mirando a las demás chicas, quienes platicaban unas con otras. La espera de hizo eterna hasta que una chica se paró frente a mi, sonriente.
—¡Jules! ¡Al fin te encuentro!—Dijo abrazándome.
Desconcertada la aparte de mi suavemente.
—Discúlpame pero ¿Te conozco?.
—¡Oh!—Comenzó a carcajearse—Es verdad, no me reconoces sin el maquillaje.
La examine con la vista, en busca de algún rasgo que me resultará familiar y de repente...
—¡Honey! ¡¿Eres tú?!. —La volví a abrazar alegre. 
—Siéntate, debes estar exhausta.
Ella se sentó y yo la imité.
—Oh no, al contrario, me siento con toda la energía del mundo.
—Ah , veo que has probado una higía.—Sonrió.
—Ay Honey, no sabes lo preocupada que estaba.
Puso su mano sobre la mía y me dio un beso en la frente.
—Cariño, Honey no es mi verdadero nombre, solo lo usé para infiltrarme.
—¿Entonces cuál es?
—Mi nombre es Gigi.
En ese momento llego Dean con unos pantalones y una blusa negra, junto con un par de botas pesadas.
—Fue lo único que encontré de tu talla, aunque en unos meses estarás en tu peso ideal. —Me guiñó.
—Bien, te dejo arreglarte y nos veremos después.—Se despidió Gigi.

Me vestí y peine mi cabello en una trenza francesa. Me miré al espejo y solo había una chica desnutrida, vestida como soldado y golpeada. Sin posesiones, ni familiar con ella  alguno. Pero me alegró de que al menos tuviera libertad.

LA LÍNEA [editando] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora