40. Londres.

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Corrí tanto que creo que bajé 5 kilos (La exagerada). Me paro a respirar y cuando cierro los ojos, siento que un cuerpo me choca. Perfecto, ni respirar se puede.

- Lo lamento. – Dice una voz masculina.

- No te preocupes – Suspiro y me giro. Dios mío santo. ¿Esta es una señal?

- ¿Estás bien? – Frunce el ceño.

- Est- toy bien. Gra-Gracias. - No les miento si les digo que me estoy por desmayar.

- ¿Quieres sentarte? – Señala un banco detrás de mí. ¿Desde cuándo hay tantos bancos en esta ciudad?

- Em... No sé. Estoy bien, tranquilo. – Le sonrío y me sonríe devuelta. Me derrito mamá.

- Estás colorada, ven. – Me pone la mano es la espalda y me acompaña a sentarme. Ok.

- ¿Cómo te llamas? – Pregunto cuando nos sentamos.

- Edward. Pero puedes decir Ed. – Se le escucha con un acento medio duro. - ¿Tú cómo te llamas? – Tiene una voz cálida.

- Bárbara. – Digo media tímida. – No eres de por aquí. ¿Cierto?

Levanta las manos. – Me has atrapado. Soy de Inglaterra.

- No te creo. – Mis ojos se iluminan. – Me encanta Inglaterra. Para mí cumpleaños de 14, pedí ir. Simplemente me encanta.

- La verdad es que es un lugar muy hermoso. Pero igualmente, tiene que envidiar de aquí.

- ¿Cómo qué? – Giro mi cabeza como un perro. Si fuera por mí, me iría hasta sola a vivir allí.

- El clima. Allí está siempre nublado. Aquí hay sol, brisa fresca. Allá hay nubes y viento que congela hasta a tu última célula.

- Eso a mí me encanta. Realmente.

- Y también hay algo más importante.

- ¿Cómo qué?

- Yo. – Reímos.

- Que modesto- Giro mis ojos. - ¿Por qué estás aquí?

- Mi papá adquirió una empresa que quebró hace no mucho, y la convirtió en la central. Por lo que aquí estamos.

- Perdón por ser chusma. Pero ¿Qué empresa es? – Cruzo los dedos porque no sea la de los Murray.

- Murray Enterprise. – Mierda. Me mira raro. - ¿Por qué?

- ¿Lo dije en voz alta? – Asiente. – No me sorprende. Esa empresa era de mis tíos. Bah, son como mis tíos.

- Oh pues, lo siento.

- No lo sientas, no sé si fue para bien o mal.

- ¿Por qué dices?

- No importa. ¿Qué hora es?

- Las 2 de la tarde. – Asiento. - ¿Quieres caminar? – Asiento nuevamente. Nos levantamos y empezamos a caminar.

Estuvimos charlando durante unas 2, 3 horas. O por ahí. Realmente pasó volando el tiempo junto a él. Me hizo reír como hacía mucho que no lo hacía. Nos pasamos los números y me acompañó hasta lo de Sam.

Cuando estamos llegando, me estoy mirándolo y cuando veo a la puerta, está Francisco apoyado contra la puerta, detrás de la reja. Oh.

- Supongo que te veré otro día – Me pone una mano en mi hombro izquierdo.

Mi Mayor AccidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora