Capitulo 5

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Unas horas después, durante la cena, Coran estaba sentado a la mesa junto a los demás habitantes del castillo, pero a diferencia de ellos él no disfrutaba los alimentos y permanecía en silencio en su asiento mientras sacudía sus pulgares nervioso.

Shiro ya se había retirado, Hunk aún no llegaba debido a unas reparaciones que lo retrasaron, mientras que del otro lado de la mesa Allura perdía la paciencia (una vez más) con Lance.

–Este... Dalai Lama ¿Es una especie de mago que concede deseo o qué?

Por su parte, Keith y Pidge terminaron sus respectivas cenas en silencio y con un comportamiento completamente indiferente el uno a la otra. Totalmente contrario a lo que Coran había presenciado esa misma mañana, haciéndolo dudar de lo que escuchó. Keith y Pidge estaban consientes de que ese comportamiento no era adecuado para un paladín de Voltron y en especial con un compañero, así que existía la posibilidad que todo hubiera sido un mal entendido por parte de Coran; pero muy dentro de su ser, él estaba convencido de lo que fue testigo. El alteano les lanzaba una que otra mirada furtiva y nerviosa buscando alguna otra señal, pero no había ningún comportamiento inadecuado entre ellos.

Rápidamente, llegó el momento en el que la princesa no pudo soportar más la presencia de Lance y se retiró de la habitación en una graciosa huida; pero al paladín azul estaba lejos de parar quien rápidamente se levantó de su asiento y fue detrás de ella.

–Será mejor que también me retire –comentó Pidge levantándose de la mesa –, debo hacer un análisis completo del león verde antes de ir a dormir.

–Hey Pidge, tal vez Rojo necesite una revisión también –dijo Keith siguiéndola de cerca pero manteniendo una distancia respetuosa entre ellos –. ¿Podrías darle una checada después de que analices a Verde?

–Claro, Keith –contestó ella una vez que alcanzaron la puerta del comedor, estás se deslizaron de un lado al otro no solo para cederles el paso a ellos, sino también a Hunk quien llegaba de ultimo a la cena –. Podemos trabajar primero en Rojo y luego me ayudas con Verde. Claro, si no te importa que estemos solos en eso... –pero la conversación fue coartada cuando las puertas se cerraron detrás de ellos.

Ante sus palabras, Hunk solo les lanzó una mirada nervioso y Coran se sacudió en su asiento. Después de recuperarse de aquella reacción inicial, el paladín amarillo se acercó al alteano para posar su mano sobre su hombro y decirle con cordialidad:

–Coran, amigo ¿Qué hay de cenar? –al no recibir respuesta insistió –: ¿Qué pasa? ¿Qué te sucede...?

Pero antes de que Hunk pudiera terminar su pregunta, el alteano se puso de pie de un brinco y con una mirada demencial, tomó al joven moreno del chaleco y plantó su rostro a unos centímetros del suyo.

–¡Hunk tengo un grave problema! –dijo completamente histérico pero al mismo tiempo tratando de contener su voz.

–¿Qué pasa, viejo? No me asustes así –trató de calmarlo Hunk tomándolo de la manos y apartándolo de él –. Cualquier problemas que tengas puedo ayudarte, solo dime que es...

–Hunk, esto es muy grande y muy, muy grave, y que nadie debe de saber. Así que debes prometerme guardar el secre....

–¡No! ¡no! ¡no! ¡no! –Hunk tajo a Coran de golpe, sacudiendo sus manos y cabeza en señal negativa –. ¡No más secretos! ¡No quiero saber más secretos!

–¿Secretos? ¿Qué secretos? ¿Qué secretos sabes?

–No puedo decir nada y no quiero saber nada más.

Y plantándose como niño de seis años, Hunk se sentó a la mesa y cruzó los brazos evitando olímpicamente la mirada de Coran. A pesar de la reacción inicial de Hunk, los engrandes en la mente del alteano comenzaron a trabajar en una solución a su dilema.

–Está bien –soltó Coran caminado alrededor de la silla del paladín amarillo con calma, pero sin apartar sus ojos del joven –. No te diré nada. ¡Pero! Si tú lo descubres por tu cuenta, eso estaría bien ¿de acuerdo?

–Bueno, técnicamente ya no sería un secreto –aceptó Hunk tal lógica aún con sus brazos cruzados fuertemente sobre su pecho –, y podríamos hablar de ello.

–¡Bien! –soltó Coran con alegría cruzando sus brazos en su espalda y posando dignamente a un lado de Hunk. Por unos largos segundos guardó silencio hasta que finalmente indicó con unos de sus dedos la puerta y dijo –. Hunk, podrías ser tan amable en ir al hangar del león rojo y pedirle a Pidge un destartilador (la versión alteana de una llave de turcas).

Los ojos de Hunk se abrieron tan grandes como platos ante lo que implicaba la petición de Coran.

–¿Ahora? –tartamudeó –. ¿Justo ahora?

Coran soltó un leve gruñido en respuesta. Sus miradas se volvieron a conectar.

–¿Acaso sabes algo?

–Tal vez sé algo.

–Yo sé algo también.

–¿Qué es lo que sabes?

–No puedo decirte lo que sé. ¿Por qué no me dices tú?

–Si tú no me dices ¿por qué tengo yo que decirte?

Ambos quedaron sentados a la mesa de nuevo evitando sus miradas y devanándose los sesos en cómo decir lo que no podían hablar. Pero Coran perdió rápidamente la paciencia, se puso de pie y marchó de manera marcial a la puertas automáticas del comedor.

–¡Si no vas a decir nada, iré directamente hasta el hangar del león rojo y veré la cosa que creo que está pasando, que es realmente la cosa que creo que sé!

–¡Si no vas a decir nada,  iré directamente hasta el hangar del león rojo y veré la cosa que creo que está pasando, que es realmente la cosa que creo que sé!

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–¡AH! –Hunk se levantó de su asiento, con la mandíbula caída indicó a Coran con su dedo, gritó –. ¡TÚ LO SABES!

–¡Y TÚ TAMBIÉN LO SABES! –respondió a su vez el alteano imitando sus movimientos

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–¡Y TÚ TAMBIÉN LO SABES! –respondió a su vez el alteano imitando sus movimientos. 

Su secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora