Las cruces sobre el agua apareció, en Guayaquil, en 1946. Algunos años después, el novelista chileno Mariano Latorre afirmaba que debía considerársela entre «las grandes novelas de América Latina». Quizás porque escapa, en parte —y entre otras razones por ser una de las primeras obras de ambiente urbano en el Ecuador—, al esquematismo de la literatura de ambiente rural. Por ejemplo, los personajes no están «hechos» desde el comienzo sino que se van formando: crecen desde la infancia, observan la realidad, toman conciencia, actúan. Gracias a un doble personaje central —Alfredo Baldeón, hijo de panadero, mecánico y obrero del pan después, y Alfonso Cortés, de clase media, estudioso y amante de la poesía y de la música— Gallegos Lara distribuye entre ambos la acción y el pensamiento: ideológicamente identificados y unidos por una amistad intacta, Cortés puede decir las fiases «literarias», siempre sobrias, que en boca de Baldeón habrían parecido retórica del autor.
Mucho se ha repetido en Ecuador que es «la novela del 15 de noviembre», con lo cual se reduce su envergadura literaria. Es, ante todo, la novela de Guayaquil — como el Nueva York de Dos Passos, el Buenos Aires de Leopoldo Marechal, el México de Carlos Fuentes—, vista a comienzos del siglo pasado, con la peste bubónica, los tranvías tirados por mulas, las primeras salas de cine, los trabajos, el desempleo, la miseria. Dado que la acción de la novela transcurre en una ciudad —y sólo Pablo Palacio y Humberto Salvador lo habían hecho antes, en novelas breves—, a diferencia de lo que sucedía en el campo, en ella viven esos protagonistas que el novelista, que no había sido ni encomendero ni peón, conoce porque se cruza con ellos, son sus vecinos, los frecuenta y a los que se parece, más y menos, según el caso y la franqueza. (El novelista urbano, llevado por una honesta visión de la realidad social total o por las exigencias del argumento, hace intervenir en sus obras a algunos obreros y, generalmente, le sucede lo mismo que le acontecía con los campesinos: los ve de afuera y de lejos, cuando más los muestra en su trabajo, pero los hace pensar, reaccionar, actuar y hablar como él mismo: puro disfraz exterior, en el fondo).
Gallegos Lara vio, cuando niño, la matanza y a lo largo de su vida corta estuvo, como hombre, como combatiente político y como escritor, junto a quienes pusieron, ese día y muchos otros días, los muertos. Ellos pueblan Las cruces sobre el agua, viven su realidad en el libro. Dice Alfonso Cortés: «¿Cómo pretender ser felices en un mundo en que reinan la miseria y la muerte? En nuestro infeliz país, toda alegría se la robamos a alguien. Aquí no podemos ser dichosos sin ser canallas». Y él mismo dirá después: «Pero qué fuerza saber que nuestro destino es nuestro mundo y que ni se quiere ni se puede salir de él». Porque sus personajes tienen una capacidad de amor y humor y de ternura, rara en la literatura ecuatoriana de entonces. Transcurridos dos tercios de la novela, los acontecimientos se precipitan, literalmente, en el libro: el autor introduce una serie de seis estampas, cuentos o retratos de personajes nuevos, que van a participar en la escena con que culmina la acción y en la que se disuelven los protagonistas. Cada uno de ellos así como los que han aparecido en los capítulos anteriores, es sorprendido en diversos momentos del 15 de noviembre de 1922 y, cada uno por su cuenta, de una manera o de otra, llega al sitio de la manifestación popular. Gracias a esa técnica cinematográfica la matanza aparece ante el lector, como debió haberles parecido a sus testigos, repetirse a cada instante o no terminar jamás.
Miguel Donoso Pareja ha observado que en Las cruces sobre el agua «la propia organización del discurso novelístico le da autonomía y especificidad, convierte en materia literaria al referente real»1. De ahí que sea injusta la afirmación de K. H. Heise en las conclusiones de su libro El Grupo de Guayaquil: arte y técnica de sus novelas sociales, cuando dice: «La obra de Gallegos Lara fue entorpecida con la inclusión de elementos propagandísticos» 2, e injustificada, como sucede frecuentemente, porque no los señala. ¿Qué debe entenderse por elementos propagandísticos? ¿Las intervenciones de los participantes en una asamblea sindical en la que, por añadidura, hay opiniones contrapuestas? ¿Las expresiones de rabia o de dolor de una multitud ametrallada? ¿Y qué novela realista no contiene «elementos propagandísticos» en favor o en contra de algo? Pese al tema y a la culminación dramática de la acción, pocas obras de la literatura ecuatoriana del periodo realista son menos «maniqueas» que la de Gallegos Lara —sus personajes populares tienen debilidades y errores, a veces son injustos, a veces grandes: en la escena de la matanza hay un capitán a quien su superior mata por negarse a matar— y menos «propagandísticas» desde el punto de vista del texto —más lo serían, por ejemplo, las novelas voluntariamente políticas de Humberto Salvador y Pedro Jorge Vera—. Pero hay quienes se empeñan en juzgar la obra por el autor, y si algunos hacen depender la historia literaria del «sicologismo individualista» —por lo que se ha dicho que aquélla conserva «un estatuto de territorio colonial»— otros la someten a la «filiación política». Eso se hizo con Gallegos Lara que sólo se propuso reconstruir literariamente la ciudad con su río que se llevó, ese día de noviembre, a los muertos sagrados, los precursores de la patria, y se llevaba, ese mismo día del año, sus cruces movedizas y navegantes que se van como un éxodo de oraciones de palo, o como dura madera de recuerdo. Nada menos que eso.
ESTÁS LEYENDO
Las Cruces Sobre El Agua. (Joaquín Gallegos Lara)
Historical FictionLas cruces sobre el agua es una novela publicada en el año 1946 y escrita por Joaquín Gallegos Lara, que lo situó entre los iniciadores del tema urbano en la narrativa ecuatoriana. La culminación y detonante argumental, es la masacre del 15 de novie...