Capítulo 1

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Abrí los ojos lentamente mientras me estiraba en la cama. Miré el reloj. Las once con veintiséis. Vaya, dormí más de los planeado. Bueno, era mi última semana de vacaciones antes de regresar a la universidad, así que tenía una excusa para levantarme de la cama a la hora que quisiera.

Tocaron la puerta, y seguido, mi mamá entró en silencio.

—Alison, tienes una llamada.

—Claro mamá, gracias —esperé a que salga y levanté el teléfono —. ¿Hola?

—Te he estado llamando toda la mañana, ¿Qué hacías?

—Dormía —Puse los ojos en blanco.

—¿A esta hora? Da igual, te llamaba para recordarte la cena de esta noche en mi casa. ¡Por fin llega Mat y tienes que venir!

—Claro, tonta, ¿Cómo crees que iba a olvidarlo?

Soltó una risita.

—Lo sé, ¿No puedo simplemente usar a mi hermano de pretexto para llamarte? ¿Te parece bien a las nueve?

—Claro Sam, ahí estaré.

—Excelente, te veré entonces.

Colgué y me acosté de nuevo en la cama.

Sam era mi mejor amiga, la conocía desde que tenía diez años cuando se mudó de Australia y llegó a la ciudad. Su hermano Mat ­—tres años mayor que ella­— cumplió dieciséis años y decidió regresar a su país. Tenía más recuerdos de él de los que debería. Escuchaba constantemente de él gracias a Sam, y veía sus fotos todo el tiempo, y bueno, la edad definitivamente le había sentado bien.

Sam y yo siempre estábamos juntas, teníamos muchas cosas en común. La gente incluso pensaba que éramos hermanas. Medía un metro setenta, sus ojos eran color chocolate y combinaban perfectamente con su cabello castaño ­—que a veces se teñía de rubio— y su piel bronceada. Su sonrisa era contagiosa, creo que era la razón de que siempre había una larga fila de chicos intentando conquistarla, eso y su figura de modelo, era delgada pero tenía las curvas en los lugares precisos para hacer que todos voltearan a verla. Yo, en cambio, llegaba humildemente al metro cincuenta y cinco, aunque debía admitir que mis ojos verdes grisáceos y mi cabello rubio y ondulado me favorecían bastante, y a pesar de ser más bajita que Sam, yo también era delgada y estaba en forma, todas esas sesiones en el gimnasio con mi hermana como mi entrenadora tenían que valer la pena.

Me levanté de la cama y me dirigí a la cocina. Cuando entré vi a Lexi —mi melliza— preparando algo.

—¿Qué preparas, Lex?

—Adam viene a comer hoy, mamá me dijo que tengo que preparar algo porque está ocupada hasta la hora del almuerzo y, a menos de que esté dispuesta a que comamos algo comprado, me toca cocinar hoy ­—puso los ojos en blanco.

Cada vez que Adam venía, significaba que habría silencio durante la comida, lo cual no era muy común en mi familia. A mamá y papá no les agradaba nada, y bueno, los entiendo, el chico podía ser bastante intimidante, lleno de aretes y tatuajes que llenaban sus brazos y otros que sobresalían por el cuello de su camisa. Mi hermana cambió muchísimo cuando empezó a salir con él, no exactamente de la mejor manera, y mis padres estaban preocupados. Además del hecho de que solía tener uno de los mejores promedios de su clase —al menos hasta que lo conoció—, y él era empleado en una tienda departamental ya que apenas acabó la preparatoria. Eso sin contar las veces que se saltó sus sesiones de gimnasio para estar con él. No había nada que Lexi amara más que el ejercicio y nunca, en verdad, nunca faltaba a una clase.

—Muero de hambre­ —dije.

Esperé en silencio, por si pensaba ofrecerme algo de lo que estaba preparando, se veía delicioso.

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