Desde el momento en que Anthony se dio cuenta de que había perdido a Anna para siempre se arrepintió de haberse convertido en humano, no era solo el terrible hecho de que no podía estar con ella, dejar de ser un Ángel significaba ser mortal. Él había dejado todo por ella, ya nada le importaba con tal de estar a su lado. A veces trataba de consolarse al recordar que pudo estar a su lado en algunos momentos, ella pudo mirarlo a los ojos y hablar con él de verdad, cosas que como Ángel no había podido experimentar, pero ahora se sentían como un recuerdo, no eran más que eso, recuerdos cuya sensación se desvanecía cada vez más y llegaba a dudar de su existencia mientras lloraba en silencio y se daba cuenta de lo equivocado que había estado. Vivir como humano después de haber perdido la oportunidad de estar con ella lo torturaba, al menos sabía que era feliz, pero igual le destrozaba el alma y le quitaba las ganas de existir.
Los días después de haber visto a Anna, por última vez, habían resultado ser los más difíciles en un largo período de tiempo, estaba acostumbrado a estar a su lado. Mientras la hermosa pelirroja estuvo en Japón, él había esperado con paciencia porque juraba que volverían a estar juntos, el primer beso que le dio lo mantuvo esperanzado, no sabía que también había sido el último. Ahora todo había cambiado y un sentimiento de agonía se apoderaba de él con el pasar de los días. Había estado tentado en buscarla a escondidas, pero debía de enfrentar la realidad, verla sabiendo ahora que no podría estar con ella, no sería más que añadir otra tortura a su debilitado corazón.
Anthony fue despedido del trabajo pocos días después de este acontecimiento, no rendía de igual forma. Se atrasaba al mover la pesada mercancía y pronto su jefe, un insensible hombre de negocios, lo despidió de inmediato a penas se enteró de sus fallas, por explicaciones del supervisor. Anthony estaba obligado buscar otro empleo pronto, pero no lo hizo, compró comida con todo el dinero que tenía, ignoró las llamadas y mensajes de sus compañeros de trabajo, y se encerró en su apartamento.
Tres semanas habían transcurrido, para la noche antes de fin de año Anthony continuaba encerrado. Sin empleo y con la renta vencida, corría el riesgo de ser echado del miserable piso en donde vivía incluso antes de que se acabara el mes, de seguro uno de los propósitos de año nuevo del dueño del edifico era no perdonar atrasos a sus inquilinos. Para Anthony las probabilidades de conseguir un trabajo a estas alturas eran escasas, debía resistir unos días más, pero ¿cómo si no tenía dinero? Pedirlo prestado no era una opción, la mayoría de sus amigos se encontraban en situaciones forzadas y no podría aparecerse de pronto después de pretender que no existían.
Pasaban las horas y no lograba conciliar el sueño, el estómago le rugía, había agotado la escasa comida que le quedaba. Debía de salir cuanto antes, así que dejó sus pensamientos negativos a un lado, juntó las últimas monedas y se alistó para soportar las bajas temperaturas. Tuvo que ponerse ropa extra para dejar el apartamento, se le hacía incómodo tener que abrigarse tanto, pero lo requería con urgencia, sentía que se le congelarían los huesos si no lo hacía.
Caminó unas cuantas calles hasta que encontró un lugar que, a juzgar por su apariencia, era algo que podía costear sin tanto dolor de cabeza.
Entró con poco agrado, se sacudió la nieve y, sin quitarse el gorro ni el abrigo, se sentó en la primera silla que encontró desocupada. Pronto una delgada mujer, que se veía mucho mayor de lo que en realidad era y que se encontraba vestida de acuerdo a su contrato navideño, se le acercó.
—¿Cómo te encuentras, amigo? ¿Qué puedo traerte de comer? —preguntó en un tono muy amable.
A pesar de la cortés atención Anthony no pareció cambiar su humor ni por un segundo, observó el viejo menú que había en la mesa y después de sacar unas cuentas, pidió todo lo que le alcanzó.
—Tu orden estará lista enseguida —respondió la mujer con una sonrisa después de anotar en una pequeña libreta.
Anthony esperó mientras observaba la mesa, con los brazos cruzados trataba de sentir todo el calor posible que le ofrecía la calefacción del minúsculo restaurante. Los demás clientes miraban la nieve caer por la ventana, o charlaban animados, de seguro contentos porque dentro de poco iniciaría una nueva vida para todos y junto con ella muchos sueños daban inicio, pero Anthony no se dio cuenta de nada de esto, con la mirada clavada en la mesa sentía como su corazón palpitaba con fuerza mientras que la impotencia, la rabia y el arrepentimiento lo consumían al mismo tiempo que su estómago no paraba de quejarse.
Cuando le trajeron su orden miró la comida con desagrado, una de las cosas más satisfactorias para el ser humano es comer cuando se tiene hambre, pero para Anthony no lo era, ahora todo le resultaba terrible. Odiaba tener que comer, odiaba sentirse debilitado, odiaba el frío, odiaba tener que dormir, nada le parecía agradable, todo lo encontraba insoportable, no quería seguir siendo humano, no solo, no sin Anna que lo hacía sentir tan bien, solo con ella podía tolerarlo todo.
Comenzó a comer sin saber muy bien porque, de cualquier manera, después de ingerir los últimos bocados no tendría nada más y volvería a sufrir el malestar al despertarse por la mañana. Cada bocado lo daba con furor, sentía que no podía tolerarlo más, no estando solo. Moriría de hambre en pocos días, su cuerpo se resistía a tolerar los malestares humanos y sufría más que una persona normal en las mismas condiciones.
Al terminar de comer, pagó la cuenta y pidió disculpas a la mesera por no tener para la propina. Esta pareció entender su situación y, después de sonreír, le dijo que no había problema. Anthony se quedó sentado un largo rato, no quería salir y sentir el frío intenso de nuevo, pero en algún momento tenía que marcharse y no tardó en decidirlo. No se había quitado los guantes para comer, pero se los ajustó tratando de sentirse más abrigado y se dirigió a la salida dispuesto a robar para sobrevivir, o a esperar la muerte, todavía no se decidía.
Justo en medio de la puerta había dos hombres pasados de peso que impedían el paso. Uno se veía muy contento, reía sin parar de un chiste al parecer muy gracioso que el compañero a su lado le había contado. Ambos parecían no querer quitarse de en medio. En eso, el más grande de ellos, sacó su billetera para mostrar lo que parecía ser una fotografía, cuando resbaló de ella un billete y cayó al suelo. Anthony lo notó enseguida y fijó su mirada en él, subió la vista un momento después, a juzgar por el comportamiento del señor, no había notado lo ocurrido. Entonces se agachó, tomó el billete e intentó alargar la mano para entregárselo al dueño, pero al verlo tan feliz, su brazo se tensó e impidió que lo hiciera, en medio segundo se lo guardó en el bolsillo de su abrigo.
Más de un minuto transcurrió, y Anthony sostenía el billete con mucha fuerza, como si acaso tuviera vida propia y quisiera escaparse y volver con su dueño. Los hombres continuaban charlando animadamente en la puerta y así estuvieron un instante más.
—Mis disculpas buen hombre —escuchó de pronto.
Quien había hablado era el hombre de la billetera, platicaba con mucha alegría, parecía sacado de un viejo cuento infantil de navidad. Ya se había dado cuenta de que estaba obstaculizando el paso y se hizo a un lado con una enorme sonrisa.
Anthony tardó en reaccionar, agradeció el gesto mientras que hacía un esfuerzo en vano por sonreír y salió apresurado del local.
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El invierno del Ángel © [DISPONIBLE EN AMAZON]
Fiction généraleCuando estar vivo se transforma en una pesadilla y el corazón no puede soportar más dolor, el protagonista de esta historia se plantea cómo salir adelante. Sin embargo, llega un momento en que siente que le es imposible continuar. Todo cambia una so...