¿Qué es este lugar?

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Todo había comenzado temprano casi al salir el sol. Firenze el centauro arreglaba sus cabellos rubios para asistir nuevamente a las clases de Adivinación que impartía en Hogwarts, mientras que sin darse cuenta era observado por un par de ojos cafés cuya dueña se acercaba por detrás de él. Ya estaba a punto de saltarle encima, cuando Firenze le habló con cordialidad sin voltear a mirarla.

— Deberás esforzarte más si quieres llegar a sorprenderme Nasia — dijo sonriendo e imaginando la cara de decepción de su hija.

Nasia era una joven centáuride. Hija única de Firenze quien la había adoptado, pues sus padres habían muerto durante las batallas de Hogwarts en las que los centauros pelearon con bravura. En comparación con los humanos ella estaba en plena adolescencia. Su larga cabellera y el pelaje de su cuerpo equino eran color castaño, y tenía una mirada lánguida en sus ojos cafés. A pesar de su edad, Nasia aún era bastante ingenua y todos sus conocimientos de la vida se limitaban a lo que Firenze y algún otro centauro le enseñara, por lo que la existencia de los humanos le era totalmente desconocida. Estofue así hasta que su padrastro comenzara a asistir a enseñar al colegio Hogwarts.

— ¡Ay papá! — dijo la chica — ¿Por qué nunca puedo sorprenderte?

— Quizá lo lograrías si dejaras de pisar la hierba seca — contestó Firenze aguantándose la risa —, o quizá si un día me diera amnesia y ya no recuerde tu manera de caminar.

Nasia se cruzó de brazos y puso cara de fastidio, pero Firenze se la quitó al hacerle cosquillas, cosa que siempre le había gustado a la joven centáuride.

— ¡Ja, ja ,ja, nooo, para, para ya papá, ja, ja! — decía Nasia rindiéndose — ¡Ja, ja, basta, ya papá, por favooor!

— ¿Te rindes hija? — dijo el amoroso padre — ¿Te rindes ya?

— ¡Síii, sí me rindooo! — contestó Nasia entre risas. Al poco tiempo, tomó aire y le preguntó a Firenze.

— ¿Te vas de nuevo a enseñar a ese... ese lugar?

— Sí hija — contestó el centauro —. Ya casi es hora de irme, ya lo sabes.

— Si papá, lo sé — dijo su hija, no muy convencida —. Lo que no entiendo, es por qué tienes que ir allá. ¿Por qué no viene esa manada a la que le enseñas para acá con nosotros? Me gustaría conocerlos.

Firenze se puso muy serio al mirar a su hija. Él siempre le había dicho que se dedicaba a enseñar, pero nunca le había contado que enseñaba a humanos, por lo que ella siempre había creído que sus alumnos eran otra manada de centauros diferente. Él siempre estuvo algo renuente a contarle sobre los humanos pues pensaba hacerlo cuando fuera algo mayor, pero no se había percatado hasta ahora que su hija estaba ya en la edad de tener curiosidad por conocer y relacionarse con otros centauros, lo cual era un problema puesto que no había centauros de su edad en su pequeña manada. Sus madres habían huído con los jóvenes durante las batallas.

— O mejor aún papá — continuó Nasia — ¿por qué no me llevas a una de tus clases? Prometo estarme quieta, y no hablar, y poner mucha atención, y...

— Hija, hija, por favor espera — le dijo Firenze con suavidad —. Ehm... Quizá deba explicarte algo primero. Verás, yo...

Una avecilla de canto muy sonoro se paró en la grupa de Firenze y con su apremiante silbido avisó al centauro que se le estaba haciendo tarde. Tuvo que apresurarse para salir, despidiéndose rápidamente de Nasia.

— Hija, te prometo que te explicaré todo cuando vuelva — le dijo casi al galope —. Espérame aquí con los demás. ¡No tardaré, te adoro!

A Nasia no le convenció mucho el tener que esperar las explicaciones de Firenze y quiso saber por ella misma el por qué de tanto misterio. Observó a su padrastro alejarse y luego emprendió el galope tras su rastro. Con algún trabajo consiguió seguirle la pista hasta las orillas del Bosque Prohibido, donde detuvo si carrera y se quedó dudosa. Firenze siempre le había dicho que nunca saliera de los límites del bosque, pues era muy peligroso para ellos alejarse tanto de su territorio. Pero finalmente pudo más su curiosidad, y atravesando los últimos arbustos asomó la cabeza fuera del bosque por primera vez.

— ¡Oh, qué hermoso! — dijo maravillada. Se quedó extasiada mirando la imponente fachada del castillo Hogwarts, sin imaginarse la aventura que le esperaba tras sus muros.

Harry Potter y la Hija del CentauroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora