¿Humanos...?

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Nasia nunca le había puesto tanta atención a su padre como lo hizo esa tarde. Firenze le contó todo sobre cómo había llegado a Hogwarts, sus motivos para continuar enseñando, quiénes eran sus amigos allí y muchas otras cosas. Pero sobre todo le dio a su hija una clara explicación sobre la especie a la cual pertenecían la mayoría de los habitantes de Hogwarts.

— ¿Hu-humanos? — se asombró Nasia — ¿Todos tus alumnos son humanos papá? ¿Ninguno es un centauro, como nosotros?

— Así es hija — contestó Firenze —. Los chicos a quienes enseño son todos humanos. Magos y brujas, pero todos humanos.

— P-pero padre — replicó la chica —, los centauros tenemos prohibido compartir los secretos de nuestro conocimiento con ellos, nunca se lo han merecido.

— Lo sé hija, pero las cosas han cambiado mucho después de las batallas que te he contado. Durante ellas algunos humanos me demostraron su valía, ofreciendo sus propias vidas por salvar las de otros humanos y criaturas mágicas. Por supuesto no puedo creer que todos los humanos sean merecedores del conocimiento de los centauros, pero al menos unos pocos que he tenido la fortuna de conocer sí lo son.

— ¿Y quiénes son papá? — dijo Nasia, comenzando a convencerse — ¿Quiénes son ésos que sí lo merecen?

— Paciencia hija mía. Ya habrá oportunidad de que los conozcas. Por ahora te diré que su valor, carácter y generosidad para con nuestra raza han logrado que ganaran nuestro respeto. Quizá algún día podamos volver a vivir en paz unos con otros compartiendo las enseñanzas de la vida.

— ¿Cuándo papá, cuándo podré conocerlos?

— Hija, ¿no estás un poco ansiosa por conocer a los humanos?

— ¿Eh? ¿Yo? ¡Naah, claro que no papá! Sólo es curiosidad.

— Mmm... Está bien. Como faltan algunos días para que vuelva a impartir mi clase, ocuparemos el tiempo en que aprendas lo que necesitas saber de ellos. Recuerda que como en todas las razas que conoces, siempre hay individuos buenos y malos, y en este caso debo enseñarte a distinguir a los humanos buenos de los malos.

— Ehm... bueno papá, acepto. Prometo ponerme atenta y aprender todo lo que me enseñes de los humanos.

— ¡Esa es mi hija! Muy bien, comenzamos mañana con la lección.

Nasia asintió. En el fondo dudaba que en Hogwarts todos fueran humanos. Las reglas entre centauros eran muy estrictas y una de ellas restringía al máximo el trato con la especie humana. Ella conocía la regla aunque nunca había oído nada sobre los humanos, hasta ahora. Llegó a pensar que efectivamente, Firenze conocía a otra manada de centauros a los que les enseñaba en ese lugar tan extraño y hermoso llamado Hogwarts, y que por alguna razón debía mantenerlo en secreto de ella y de los demás centauros de su manada. Decidió seguir la corriente a su padre, a la vez que pensaría en algún plan para volver a Hogwarts a conocer a esa manada y, por supuesto, a buscar a Colin.

Así, mientras Nasia aprendía en Hogwarts Colin Creevey se la pasaba bastante distraído en clases. Había conseguido sacar y revelar por fin la foto que tomara la mañana que Nasia encontró el colegio, pero se veía tan desenfocada que no se distinguía con claridad qué criatura era la que emergía de los arbustos.

— Les digo que sí es — comentaba el rubio a sus amigos Dean Thomas y Seamus Finnigan —. Estoy casi seguro, sólo necesito...

— Sólo necesitas cambiar de afición Colin — decía Dean bromeando —. O tal vez conseguirte unas buenas gafas. Eso podría ser cualquier animal del bosque que se haya asomado por casualidad.

Harry Potter y la Hija del CentauroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora