Consejos

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Nuestra joven centáuride se había quedado tan absorta pensando en aquel rostro que había visto, que no se percató cuando Hagrid entró en la cabaña hasta que éste le habló.

— ¡Niña, qué haces! — dijo el semi-gigante — ¡Pronto, quítate de esa ventana o alguien te verá!

Nasia se asustó al escuchar los gritos de Hagrid, y volvió a la realidad. El enorme guardabosque se acercó a ella con cautela al ver que Nasia temblaba por el susto. Hagrid sabía que los centauros son cautelosos por naturaleza y se cuidan entre sí para protegerse de los depredadores, por lo que comprendió lo que la centáuride sentía en ese momento sola ante él.

— Oh perdóname niña, no quise asustarte — dijo Hagrid con suavidad —. Ven, ahora es un buen momento para llevarte a la Pradera de los Centauros.

— S-señor... y-yo... — se atrevió a decir Nasia, agachando la cabeza — Yo... N-no quiero causarle problemas... S-si u-usted quisiera, d-dejarme allá en el sitio donde me encontró... Y-yo puedo volver a la Pradera...

— ¿Eh? Pe-pe-pero niña — tartamudeó Hagrid nervioso —, si te ocurriera algo, tan solo una cosita...

— L-le prometo que iré c-con cuidado — contestó Nasia ansiosa —. Iré por el mismo camino por el que llegué, se lo prometo.

Hagrid lo pensó unos momentos, mirando la ansiedad en los ojos de Nasia. Finalmente se decidió, y acercándose a la puerta trasera le indicó a la chica que saliera.

— Está bien niña. Te dejaré en el sitio donde te hallé pero prométeme que irás con mucho cuidado. Ya está cerca la hora de cazar de los hijos de Aragog.

— ¿Qué es un Aragog? — dijo Nasia curiosa.

— ¡Ay, no debí decir eso! — se recriminó Hagrid — Nada niña, no es nada. Anda, mejor será que nos apresuremos.

Hagrid acompañó a la centáuride hasta el sitio por donde ella había salido del bosque. Tras algunas recomendaciones más, la dejó partir y la miró alejarse hasta que Nasia se perdió en la espesura. Luego el guardabosque volvía a su cabaña cuando algunos ladridos de Fang le advirtieron que tenía visita. Se despreocupó por haber sacado a Nasia de su hogar, pero al ver a su visitante la palidez le volvió al rostro.

— Buenos días Hagrid — dijo Firenze haciendo una reverencia.

— ¡Huy! — se sorprendió el semi-gigante — ¡Bu-buenos días Fi-Firenze! ¡¿Qué t-tal las clases de A-Adivinancia?!

— Es Adivinación Hagrid — contestó el centauro calmadamente — ¿Te ocurre algo amigo? Te noto algo extraño.

— ¿Pasarme? ¿A-algo? ¿A m-mí? ¡Cla-claro que no, es tu imaginación! — se apresuró a decir Hagrid, tratando de encontrar algo qué hacer.

— Bueno, si tú lo dices... ¿Me invitarías a pasar un momento amigo? Necesito hablar contigo, es un asunto algo delicado y me encantaría recibir tu consejo.

— ¿Eh? ¡Ah, sí, sí claro que sí! Vamos pasa, adelante, mi casa es tu casa.

— Gracias amigo.

Ya instalados adentro, el centauro se quedó de pie ante la mesa de Hagrid, mientras él se sentaba en una silla, tras traer una enorme tetera que hacía ruidos por el vapor y un par de tazas.

— Bueno amigo Firenze — inició la plática Hagrid —. Dime qué asunto tan delicado te trajo hasta mi morada.

— Verás Hagrid — dijo el centauro —. He procurado guardar esto en el más absoluto secreto, por seguridad. Confío en tu discreción y buen juicio para que siga en secreto.

Harry Potter y la Hija del CentauroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora