Sombra 35

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Aquel fue un verano casi tan largo como la primera noche de mi nueva vida. Había comprobado que podía hacer mi fortaleza inexpugnable, y había sufrido también la primera de las consecuencias: el vacío de Grace. Aunque lo soporté, no hubo una sola hora en la que no escuchase el reloj de péndulo del salón marcar su ritmo constante, una campanada cada quince minutos, dos cada treinta, después tres y después cuatro en las horas en punto. Mi puerta seguía abierta, igual que la había dejado la noche anterior. Aquella noche terminé de perfilar mi estrategia.

Cuando empezó la actividad en la casa me levanté para terminar de empaquetar las cosas que había apartado antes de irme a la cama. Cogí la pesada caja llena de recuerdos que quería apartar de mi vida, y la cerré con cinta adhesiva. Con un rotulador escribí Christian, no tocar. La cargué entre mis brazos, y me dirigí al garaje para enterrarla definitivamente entre los trastos para olvidar.

Antes de alcanzar la puerta de atrás pasé por la cocina, donde Grace estaba sentada frente a la ventana, removiendo distraídamente una taza humeante. Llevaba aún el pijama puesto, e iba descalza. Tenía la cara hinchada, los ojos hundidos y unas bolsas abultadas teñían de un violeta oscuro sus ojeras.

- ¿Christian? – su voz sonaba grave, seria.

- Eh, Grace – Casi me avergoncé al saludar – buenos días.

- Buenos días cariño –sus ojos seguían fijos en algún punto del jardín, más allá de la pérgola de y de la portería de fútbol. – Julianna, por favor, prepara el desayuno de Christian. ¿Has dormido bien?

- Sí, muchas gracias –mentí. – ¿Y tú?

Grace se giró sobre sí misma para enfrentarse a mí, que me senté a su lado en la mesa de pino salvaje. Incapaz de sostener su mirada, recorrí con la vista las vetas de la madera de la mesa, arriba y abajo, dándome algo que hacer mientras lo que fuera que tenía que decirme Grace completaba con reproches su actitud ninguneante de la noche anterior.

- No muy bien, si quieres que te diga la verdad –una mano caliente aún por el contenido del líquido de la taza me revolvió el pelo.- pero ya me echaré un rato después de comer. Tengo que aprovechar hoy porque mañana vuelven tus hermanos del campamento. ¿Tienes ganas de verles? –una gran sonrisa le atravesaba la cara.

- Claro Grace –pero me daba lo mismo. Y más ahora, con mi nuevo plan. Ni Mia ni Elliott tenían cabida mi vida rediseñada sólo para mí. Es más: eran un obstáculo que tendría que aprender a manejar cuando llegara el momento.

Julianna trajo otra taza humeante para mí y unas toritas.

- Come Christian, me ha dicho un pajarito que anoche te fuiste a la cama sin cenar. ¡Tienes que estar hambriento! –Julianna intercambió una mirada cómplice con Grace. Al fin y al cabo, mi madre era consciente de mi ayuno.

- Muchas gracias Julianna.

Grace retomó nuestra conversación anterior como si no hubiéramos sido interrumpidos.

- Yo les echo terriblemente de menos. A Mia y a Elliott. Igual que te habría echado de menos a ti si te hubieras ido también al campamento. En el fondo tengo suerte de que te hayas quedado. ¡Habría estado muy sola aquí todo el mes! –me miró con esa cara que quería ser sin un abrazo sin tocarme. Formaba parte de ese código que nos inventamos hacía mucho tiempo ya.

El Origen De Cincuenta SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora