Sombra 40

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Grace asomó la cabeza por la puerta riendo.

- Me ha parecido escuchar a alguien haciendo burla y riéndose de mi amadísimo esposo. ¿Quién de mis hijos ingratos ha sido?

- He sido yo madre, pero si hiciéramos una competición tanta Christian como yo nos disputaríamos un oro muy reñido.

Estallamos en carcajadas los tres.

- ¿Se puede saber que hacéis aquí tan misteriosos? ¿No deberías estar haciendo el equipaje, Elliot?

- Estoy en ello mamá, pero quería pedirle un favor a Christian. Estábamos en ello cuando has llegado.

- ¿Y de qué se trata Lelliot? ¿Vas a decírmelo o tengo que contratar a una pitonisa que lea tus deseos en una bola de cristal?

Sacó la mano del bolsillo y me lanzó las llaves de su BMW.

- Toma, enano. Tú ya tienes edad para conducir y yo tengo que dejar a mi pequeño aquí así que... todo tuyo.

- ¿En serio? -atónito miré a Grace que sonreía cómplice. -Grace, ¿Tú lo sabías?

-Pues claro querido.

¡Gracias Elliot! ¡No puedo creerlo!

-De nada enano. Un pajarito me ha dicho que ahora vas a ir a la Roosevelt así que necesitarás un medio de transporte, ¿no? No querrás llegar allí de la manita de Olsen, y con Mia cantando horteradas en el asiento a tu lado.

- Elliot, no se que decirte.

- Os dejo solos pareja. Voy a ver si Julianna tiene la cena lista. ¡Os quiero listos en diez minutos!

- Vale mamá -Elliot volvió a girarse hacia mí. -No tienes por qué decir nada Christian. Este último año no nos hemos llevado especialmente bien y no sé si es que eso de irme me pone nostálgico o qué pero me apetece tener un detalles contigo. ¡Al fin y al cabo eres mi hermanito!

Sonreí. Era cierto, el último año había sido muy difícil entre nosotros. En la escuela había causado tantos problemas que el sólo hecho de que le relacionaran conmigo le había costado más de un disgusto a Elliot. Los profesores le atacaban diciendo que como hermano mayor que era, debería tener alguna autoridad sobre mí, algún poder. Bien sabían que eso era imposible, pero lo intentaban de todos modos. Entre los chicos de su clase, había tenido que posicionarse entre los que me insultaban y los que no lo hacían pero no se atrevían a defenderme. Al final, la única solución que había encontrado era, simplemente, ignorarme.

- Lo cuidaré mucho. Te lo prometo.

- ¡Eso espero! Ah y, el asiento trasero es abatible -dijo mientras me guiñaba un ojo. -Más de una y más de dos han pasado por los encantos Grey en la parte trasera de ese BMW.

- ¿En serio?

- ¡Pues claro! ¿Qué querías, que me revolcara como un animal detrás de un seto? De hecho, puede que des con la ropa interior de Mary Leland.

-Elliot eres un cerdo -le reprendí, con una punzada de envidia.

- Es posible, pero a tu edad sabía mucho más de lo que sabes tú ahora. Y si me aceptas un consejo te diré que no pierdas el tiempo. Las chicas en la secundaria están duras como peritas -entornó los ojos lascivo mientras lo decía- y se abren como membrillos dulces.

- Vale, vale, está bien. ¡Déjalo ya! No hace falta que me demuestres nada. Tu fama te precede.

- Venga, confiesa. ¿Te has estrenado ya? ¿Has echado tu primer casquete?

- No pienso contestarte Elliot -tanta pregunta íntima me incomodaba. Claro que era virgen.

- Vamos Christian, ya tienes dieciséis años. ¡Y apuesto a que más de una vez al día se te pone dura!

El Origen De Cincuenta SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora