KER© (DIOSES & REYES I)

Capítulo 16

Ker sollozaba desconsoladamente, su cuerpo convulsionado por el dolor. La revelación la había sumido en una profunda tristeza. Aquella promesa, inocente en su origen, había condenado a Andrik y Zachary a un ciclo interminable de renacimientos, una condena autoimpuesta por amor a ella. Sus lágrimas eran gotas de culpa que caían sobre sus manos temblorosas. ¿Cómo podría agradecerles semejante sacrificio? Habían renunciado a sus propias vidas, a sus propias experiencias, para estar siempre a su lado. Y ella, ciega en su dolor, no había sido capaz de comprender la magnitud de su amor.

Recuperados algunos fragmentos de su memoria, Ker, o Shërimi-Lek para los dioses, se sentía como una náufraga en medio de un mar de incertidumbre. La alegría de reencontrarse con sus progenitores era un espejismo que se desvanecía ante la inmensidad de su confusión. ¿Cómo encajar en un mundo que la consideraba una anomalía? ¿Cómo expresar el torrente de emociones que la abrumaba cuando ni siquiera ella misma las comprendía del todo? La sombra de un antiguo tabú se cernía sobre su existencia, aquello que la aisló por siglos de las personas que más amaba.

—¿Qué debo hacer? Siento como si me estuviera desintegrando, como si no supiera quién soy realmente. —dijo con voz temblorosa—. ¿Debo abrazar mi pasado como Shërimi-Lek?, ¿o construir un nuevo futuro como Ker?

Kieran, con una mirada compasiva, acarició su cabello. -Tu identidad es tuya, hija. No hay una respuesta correcta o incorrecta. Lo importante es que te sientas en paz contigo misma.

Terakhir asintió. —Neraka siempre será tu hogar, un lugar donde podrás reflexionar y sanar. Pero recuerda, no estás sola. Siempre tendrás a tu familia.

—Todo va a estar bien ahora —susurraba Zachary con ternura—. Ya es tiempo de que volvamos todos a reunirnos.

—¿Todos? —preguntó Ker un tanto confundida.

—Varios ya han reencarnado —indicó Kieran con seguridad—. Aedan, Aradiel, Mir-Vetra, Nivtebi —enumeró el dios y se acercó a Terakhir.

Ker parpadeó, incrédula, ante la revelación. Aedan, el dios del fuego divino, Aradiel, el inflexible guardián de la justicia, deidades jóvenes y poderosas que habían perecido bajo su mano. El recuerdo de aquella batalla, de la energía descontrolada que había brotado de su interior, la inundó de un horror visceral. Saber que ellos habían vuelto a la vida le proporcionaba un frágil consuelo, un bálsamo para su alma lacerada. Sin embargo, la culpa seguía siendo una sombra alargada que la perseguía, recordándole constantemente el terrible precio que había pagado por su supervivencia.

La historia de Nivtebi, la diosa de los elementos, es una tragedia envuelta en complejidad. Era esposa de Vaktare, y venerada como la madre de todos los dioses, un ser de nobleza incomparable y sabiduría ancestral. Su unión con Vaktare fue un pilar de la creación, un amor que floreció en el corazón del cosmos. Sin embargo, el fruto de su amor, nació Aghet, el dios de los desastres naturales.

La felicidad de Vaktare y Nivtebi, junto a su hijo Aghet, fue un alivio en medio de la eternidad. Sin embargo, esa frágil armonía se quebró cuando las visiones atormentaron nuevamente al dios supremo. Sus premoniciones, vívidas y aterradoras, lo mostraban a Aghet como el destructor del Ezman, el universo mismo. Consumido por el miedo y la paranoia, Vaktare se distanció de su familia, creando una grieta que fue aprovechada por aquellos que ansiaban el poder.

Nivtebi, al sentir el distanciamiento de Vaktare, trató de comprender el dolor que lo consumía. Pero aquello solo daba como resultado que el dios se alejara aún más. Aislada y confundida, la traición que sufrió fue un golpe mortal, no solo para ella, sino también para la frágil unidad familiar que habían construido.

—Me alegra saber que han vuelto, pero ¿Quién es Mir-Vetra? —cuestionó Ker un poco confundida.

Los demás dioses se miraron entre sí, habían olvidado que Mir-Vetra y Ker no se habían conocido. Pues la diosa del orden divino, había nacido cientos de años después de la muerte de Shërimi-Lek.