Capítulo 2

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Un silencio sepulcral envolvía el palacio, el aire era denso y el ambiente pesado. Todo parecía presagiar una tragedia. La General Ker avanzó con paso firme por el amplio pasillo hacia el salón privado del Emperador, un refugio donde este se aislaba cuando su mente era turbada por la aflicción.

Golpeó la puerta un par de veces y, tras recibir la orden, se adentró en la estancia. La luz tenue de dos velas apenas iluminaba la habitación. Ker distinguió al Emperador sentado en un imponente sofá, contemplando con melancolía un retrato de su difunta esposa, la Emperatriz Kristell Leroux.

Kristell era una mujer de belleza cautivadora y espíritu dulce. Desde su llegada al palacio como Princesa Consorte, dejó claro al entonces Príncipe Kyan que no sería una figura decorativa, confinada a la crianza de hijos. Aspiraba a tener voz en las decisiones de la corte, un anhelo que el futuro Emperador no pudo rechazar, pues la familia Leroux había consolidado al reino en el ámbito económico y educativo.

Su unión comenzó como un acuerdo beneficioso para ambas familias. Los Leroux eran la familia más rica de Haderbrent, con gran influencia en la corte y la ciudad. Un aliado formidable para el futuro Emperador. Kristell era la única hija sobreviviente de cinco hermanos, víctimas de la guerra o de la temprana muerte. Tras la muerte de sus padres poco después de su nacimiento, quedó bajo el cuidado de sus tíos paternos, quienes buscaban despojarla de su fortuna. Ella, no obstante, no estaba dispuesta a ceder. Buscó a alguien con poder que la protegiera y la ayudara a conservar su patrimonio.

Fue entonces, en un baile en honor a Kyan por su nombramiento como Príncipe Heredero, cuando sus miradas se encontraron. El ambiente se tornó mágico, como si un presagio divino se hubiera cumplido. Desde esa noche se volvieron inseparables, hasta el devastador y prematuro fallecimiento de la Emperatriz.

—Majestad —dijo Ker con voz suave, llamando la atención del Emperador—. Le he traído algo para comer, he escuchado que ha pasado por alto el almuerzo.

El Emperador negó con la cabeza, su mirada llena de desgana. —No tengo apetito, puedes retirarte —respondió con voz baja—. Sé que vienes a interceder por Daven, así que mejor ahórrate tus argumentos.

Ker sonrió levemente, sin dejarse intimidar por la actitud del Emperador. —Creo que esta vez seré desobediente, mi señor —aclaró, tomando asiento frente a él—. Hoy no estoy aquí como la prometida del Príncipe. Justo ahora, tiene a la Ministra de Guerra y Defensa del Imperio de Ravekeen como compañía.

El rostro del Emperador se oscureció, su indignación evidente. —No tenemos nada que hablar, General. ¿Acaso no viste como me enfrento en la corte delante de todos? —preguntó con amargura—. Lo que hizo en la corte fue una falta de respeto, no solo hacia mí, sino hacia todo el consejo —argumentó—. No puedo permitir que se comporte de esa manera sin consecuencias. Está adquiriendo tus mismas malas costumbres.

Ker lo miró con firmeza, decidida a defender al Príncipe. —El Príncipe expresó lo que albergaba en su mente, tal vez no lo hizo de una forma correcta. Pero usted también es bastante terco, Majestad —aseguró—. Y no está adquiriendo mis malas costumbres, esa ya las trae en los genes. Así que no me culpe.

Una expresión de tristeza se apoderó del rostro del Emperador. —Es demasiado parecido a su madre —dijo con pesar—. Quiero que Daven conozca el imperio que estará en sus manos, pero no de esta manera.

La tensión entre ambos era palpable. Ker sabía que no sería fácil cambiar la opinión del Emperador, pero estaba dispuesta a luchar por lo que creía correcto.

—Comparto su temor —dijo Ker, su voz llena de sinceridad—. Me aterra la idea de que Daven salga lastimado. Pero también sé que debe aprender a liderar, a tomar decisiones difíciles y a enfrentar los horrores de la guerra.

KER© (DIOSES & REYES I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora