Capítulo 3

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Las aldeas que antes florecían en las inmediaciones del reino de Deryan yacían ahora como heridas abiertas en la piel de la tierra. Sus humildes casas, reducidas a escombros humeantes, eran un sombrío testimonio de la brutalidad que había asolado la región. Entre los restos calcinados, figuras fantasmagóricas demacradas por el hambre y el dolor se movían como autómatas, empeñadas en la titánica tarea de reconstruir sus destrozadas vidas.

El aire estaba impregnado de un denso aroma a ceniza y muerte, que se mezclaba con el llanto gutural de los niños y el lamento sordo de los ancianos. La escena era desoladora, un cuadro de desolación que pesaba sobre el corazón del príncipe Daven como una losa sepulcral. Sus ojos, habituados a la majestuosidad de los palacios imperiales y a la opulencia de la corte, ahora se veían obligados a contemplar la cruda realidad de la guerra y sus devastadoras consecuencias.

Un profundo sentimiento de impotencia se apoderó de él. Se sentía incapaz de aliviar el sufrimiento de aquella gente, de devolverles la paz y la seguridad que habían perdido. La magnitud de la tragedia lo abrumaba, y por un instante, dudó de su propia capacidad para liderar a su pueblo hacia la victoria.

Las madres lloraban a sus esposos e hijos muertos, los esposos que habían perdido a sus esposas, los niños que habían perdido a sus padres. Los hospitales de las aldeas estaban repletos de heridos y los doctores eran escasos. Sin embargo, la hermandad y el compañerismo entre los sobrevivientes era demasiado fuerte. Las mujeres ayudaban a cambiar vendajes y limpiar heridas, mientras los hombres se encargaban de buscar hierbas medicinales en las montañas, ayudar a los soldados en la reconstrucción y buscar agua en los ríos y arroyos cercanos.

Para Daven la mirada de aquellos ojos llenos de dolor y esperanza que lo observaban desde las sombras lo reanimó. Sabía que no podía flaquear, que debía ser fuerte por ellos, por su reino, por el futuro. Con un renovado sentido de determinación, juró en silencio luchar con todas sus fuerzas para restaurar la paz y la justicia en la tierra devastada.

En su paso por estos lugares, Daven y Ker ordenaron dejar la mayoría de los medicamentos, quedando ellos con los más indispensables para cauterizar heridas y menguar el dolor. A pesar de querer ayudar más, no les era posible; era necesario llegar a Deryan lo más pronto posible. Así fue que, al dejar todo establecido, siguieron su andar.

En el camino solo se escuchaban los pasos de los caballos, nadie hablaba, pero todos estaban en alerta de lo que sucedía a su alrededor. Daven y Ker iban al frente de las tropas, seguidos de la Guardia Escarlata, el batallón de arquería, infantería, la caballería pesada y ligera. El batallón vanguardia no se había detenido, pues eran los encargados de posicionarse en los lugares más estratégicos que estuviesen cerca de la ciudad de Deryan.

Aleska, a lomos de su corcel, se precipitó hacia Ker, susurrando algo con urgencia. Daven, confundido, observó la escena, y al ver a la General empuñando su espada con firmeza, supo que algo grave ocurría. El Príncipe imitó su gesto, escudriñando el entorno con atención. Varias figuras vestidas de negro se movían sigilosamente entre las sombras.

—¡Deténganse! —rugió Ker con la mirada fija en los enemigos ocultos.

Una flecha surcó el aire, dirigida hacia ella. Con una agilidad felina, Ker esquivó el proyectil saltando de su caballo. Sin embargo, otras flechas la alcanzaron, una de ellas impactando en su pecho. Un dolor abrasador se apoderó de ella al sentir como el veneno corroía su carne. La General supo al instante que no era una flecha cualquiera.

—¡Protejan al príncipe! —gritó mientras una nueva lluvia de flechas se dirigía hacia ellos. La Guardia Escarlata, formando un escudo humano, rodeó a Daven, protegiéndolo con sus escudos—. ¡Las flechas están envenenadas!

KER© (DIOSES & REYES I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora