Capítulo 8

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El miedo, cual víbora sigilosa, se había infiltrado en los corazones de los cortesanos, transformándose en un caos indescriptible. Gritos de terror y súplicas de clemencia resonaban en la corte imperial, mientras los ministros, quienes eran pilares de la corte, se veían arrastrados sin piedad hacia el centro del recinto, como si fueran animales destinados al sacrificio.

La imagen era dantesca: la majestuosa corte imperial, anteriormente símbolo de poder y justicia, se había convertido en un escenario de brutalidad y deshonra. Los rostros de los nobles, antes esculpidos en la serenidad y la arrogancia, ahora reflejaban un terror indescriptible, sus ojos desorbitados presenciaban el derrumbe de un orden que creían inquebrantable.

El caos reinaba supremo, mientras la traición y la deshonra se extendían como una plaga por los pasillos de la corte. La confianza, antes cimiento de la estabilidad imperial, se había hecho añicos, dejando paso a una espiral de incertidumbre y terror que amenazaba con engullirlo todo.

En medio de este torbellino, la figura del Emperador se erguía imponente, pero su rostro, otrora máscara de impasibilidad, ahora era un mapa de emociones encontradas: ira, incredulidad, desolación. Sus ojos, antes ventanas de poder absoluto, ahora reflejaban la fragilidad de un imperio al borde del colapso.

La corte imperial ahora era un escenario de tragedia y desolación. La traición había rasgado el velo de la ilusión, revelando la oscuridad que acechaba en los corazones de los hombres. Un nuevo capítulo se escribía en la historia del imperio, un capítulo marcado por la sangre, la traición y la deshonra.

Majestad, cuando nos enteramos de la captura y la inminente ejecución de Auttenberg, el traidor confeso, el Ministro de Justicia y yo tomamos medidas inmediatas. Rodeamos su casa y colocamos guardias para asegurarla antes de proceder al allanamiento —expuso Ikthan con voz grave y solemne—. Y créanme, Majestad, no fue en vano. Dentro de esa morada encontramos pruebas irrefutables que nos dejaron atónitos.

¿Qué tipo de pruebas, Ikthan? —cuestionó el Emperador intrigado—. ¿Qué contienen esos documentos que tanto te han perturbado?

Son misivas, Majestad. Cartas intercambiadas entre los ministros de Hacienda, Asuntos Exteriores, Obras Públicas, el Ministro de Interior y, por supuesto, el propio Auttenberg —aclaró—. En ellas, estos hombres conspiradores revelan sus planes subversivos, sus oscuras intenciones de desestabilizar el imperio y derrocarlo.

¡Es una farsa! ¡Me acusan sin fundamento! —gritó desesperado el Ministro de Obras Publica—. ¡Soy inocente, Majestad! ¡Jamás participaría en una traición tan vil!

¡Silencio! No toleraré más insubordinación en mi corte —bramó enfurecido el Emperador mientras leía las cartas que exponían la traición—. Las pruebas hablan por sí solas, ministro. Estas cartas son una evidencia irrefutable de su traición.

De hecho, Majestad, no solo revelan sus planes para derrocarlo, sino que también exponen una red de corrupción que se extiende por los más altos estratos del gobierno. Han estado utilizando sus puestos de poder para enriquecerse ilícitamente y socavar las instituciones del imperio desde dentro.

—¡Majestad, somos inocentes! ¡Se trata de una vil trampa! ¡No conspiramos contra usted, ni contra el imperio! —gritaba desesperado el Ministro de Hacienda—. ¡Le imploramos que nos escuche, que nos dé la oportunidad de demostrar nuestra lealtad!

Sus palabras son tan vacías como sus súplicas, traidores —intervino Daven—. Las pruebas en su contra son irrefutables. Estas cartas, escritas con su propia mano, revelan sus planes subversivos, su ambición desmedida por derrocar a mi padre y tomar el trono.

KER© (DIOSES & REYES I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora