Capítulo 9

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El abrazo de la muerte, frío y certero, se posó sobre el Emperador Kyan. A diferencia de lo que él mismo había imaginado, no había inquietud en su mirada. Su vida, dedicada a la batalla y al gobierno del vasto imperio de Ravekeen, llegaba a su fin.

Eran innumerables los años que había pasado al frente del trono, guiando al pueblo con mano firme y sabiduría. Se sentía satisfecho, consciente de haber cumplido con el destino divino que recayó sobre su familia. Las tierras habían prosperado bajo su mando, la siguiente generación de líderes y dioses había sido educada y preparada para tomar las riendas del imperio.

Los errores cometidos, las decisiones personales cuestionables, no empañaban la paz interior que Kyan experimentaba en esos últimos momentos. El tropiezo al final de su reinado no definía su legado.

—Mis futuros emperador y Emperatriz, que hermoso será el futuro de la nación en sus manos —comentó Kyan con una sonrisa que proyectaba paz—. Lamento dejarles esta crisis, pero sé que ambos podrán con esto. Aradiel, el sabio y justo, Shërimi-Lek poderosa y benevolente. Que hermosa combinación.

Ker y Daven intercambiaron miradas perplejas al escuchar las palabras del Emperador. El nombre de Shërimi-Lek, la diosa del dolor y la medicina, resonaba en sus oídos, evocando una figura enigmática y temida. Su dual naturaleza, un híbrido entre la cura y el sufrimiento, la convertía en una amenaza para los antiguos dioses, quienes veían en ella un poder incontrolable.

Hija de la diosa de la muerte y el rey del inframundo, Shërimi-Lek estaba destinada a liderar legiones infernales. Sin embargo, su destino fue truncado por aquellos que la perseguían bajo la bandera de Vaktare, la doctrina de los antiguos dioses. Un accidente inesperado sirvió como excusa para desatar su furia, culminando en la destrucción del núcleo inmortal que residía en la parte derecha de su cuerpo.

La muerte de Shërimi-Lek significó la extinción de una fuerza poderosa, una diosa cuya existencia desafiaba el orden establecido. Era solo una niña cuando aquello sucedió, una tragedia que marcó el inicio de una guerra sin fin. La batalla entre Neblesia y Neraka se extendía por decenas de miles de años, dejando un rastro de dolor y destrucción a su paso. Los reyes del inframundo, destrozados por la pérdida, aún esperaban la reencarnación, el renacer de su princesa, de su amada hija.

Ker y Daven dejaron atrás la confusión del momento. Las palabras del Emperador, pronunciadas con una voz que denotaba paz y serenidad, a pesar de la cercanía de su final, habían despejado cualquier duda. Daven, con la voz teñida de resignación ante la inminente partida de su padre, se atrevió a preguntar:

—Padre, ¿hay algo que te perturbe? ¿Algún último deseo?

—Nada de eso, hijo mío. Solo espero por Ikthan y Andrik —respondió Kyan con una tenue sonrisa—. Deseo partir rodeado de aquellos que más he amado.

Ker, comprensiva ante el anhelo del emperador, se levantó de la cama con determinación y ordenó a dos soldados.

—Partan de inmediato a buscar a mi padre e Ikthan. Que se presenten aquí sin demora.

En medio de la quietud de la habitación, el Emperador se dirigió a los futuros gobernantes, sus ojos llenos de una ternura infinita.

—Quiero decirles que el amor de ustedes es predestinado, y eso es algo hermoso. Sé que ahora no lo comprenden, pero cuando esos sentimientos afloren entre ustedes, me comprenderán. Amar es cuidar uno del otro, es sacrificarse y proteger.

Ker, con una voz profunda y reflexiva, agregó:

—Es como un hermoso campo de batalla, donde la entrega y la lealtad son las armas que nos permiten vencer los obstáculos y construir un futuro juntos —agregó Ker con un tono de voz suave y reflexivo.

KER© (DIOSES & REYES I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora