Historia sin título 2

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Era fin de año en la comarca, todos estaban festejando y con insensato entusiasmo, tomaban y comían sin parar. La orquesta tocaba la tarantela por mientras los demás bailaban. Reían como si nunca lo hubieran hecho y en las cabañas, algunas parejas, se entregaban a la lujuria más pura e intensa; Obra propia del mismo alcohol. Los niños miraban todos los festejos desde sus precarias habitaciones.
-Mi mamá todos los días me deja solo- dijo uno de los niños.
-Dímelo a mi. Mis padres viven en las casas de otras personas- le respondió otro- y muy pocas veces se queda, sólo para que un señor entre a casa y se encierren en la habitación-
- Me pasa lo mismo- dijo otro - pero a mi me da miedo. Cada vez que viene tu papá a mi casa, mi madre y el se encierran en la habitación y gritan.¡ Ah ah ah aaaah!-
Se quedaron en silencio por un momento, afuera la música y risotadas eran estridentes.
-Mi padre no trae a nadie a mi casa- dijo una niña de no más de nueve años. -Pero me lástima. Siempre lo hace, aún cuando le ruego que no...-
- Por suerte mi padre no me golpea ni hace nada de eso. Aún así no me cuida- hizo una pausa y miró por la ventana. -Si no hubiera sido por mi abuela...- la niña empezó a llorar. Los niños la miraron por un momento y luego siguieron jugando en el piso. - Mi padre y madre nunca la quisieron y le pegaban. Ella no dormía en la casa, sino en un pequeño rincón fuera de ella. No le permitían entrar aunque cuando ellos no estaban, ella se metía sólo para hacerme de comer. Este invierno fue muy frío y ella no lo resistió-.
-Todos los adultos son iguales- acotó uno de los niños, jugando con un caballito de madera.
-Luego nos castigan cuando hacemos algo malo. No se fijan en las cosas malas que hacen-.
-Mi padre hace poco se enteró que no soy su hijo. Mi madre se lo dijo en una pelea. Por lo que entendí, yo soy hijo de mi abuelo. Luego de discutir y gritar entró a mi habitación, tenía una varilla en la mano y me golpeó muchas veces- el se levantó la camisa mostrando los golpes en su cuerpo. Pequeños y finos moratones, muchas con costras y pus.
-¿Y no hiciste nada?-
- Le pregunté. Papá ¿porque me pegas? El me respondió: "No soy tu padre" y siguió golpeándome-
Uno de los niños se levantó y miró por la ventana. Observó por un momento y luego volvió al piso.
Los niños se quedaron en silencio por mientras los festejos seguían, ahora con más intensidad.
-¿Sabías que somos hermanos?- le pregunto uno de ellos al otro.
-Si- dijo el otro niño.
-Mi madre recibió muchos golpes por eso-
-Y eso provocó que mi madre le dijera a mi padre que le devolvería con la misma moneda-
-Los adultos son unos estúpidos-
-Míralos como festejan- respondió uno en la ventana- ¡Sínicos! Brindan y bailan como si nada malo hubieran hecho. Como si no nos hubieran hecho sufrir-
-Pero todo llegará a su fin en un momento...- Dijo uno.
Afuera los adultos bailaban de manera desenfrenada. Los músicos ya no tocaban una melodía, sino un conjunto de notas discordantes entre ellas. Los bebedores no se podian parar y lamían el piso. Una silla atravesó la ventana de la habitación donde todos los niños estaban. Aún así, ninguno de ellos se inmutó.
-Detesto a los adultos-
-Yo también los detesto-
Se empezaron a escuchar aullidos mezclados con risas descontroladas. Los pies de los que bailaban sangraban por las ampollas de tanto y sus frentes estaban perladas en sudor.
-Cuanto los odio...-
Las risas se convirtieron en llantos desesperados. Los adultos afuera de la habitación no eran dueños de sus cuerpos. No paraban de bailar ni tocar sus instrumentos, el cansancio y la incapacidad de detenerse los hacia llorar. Las personas qué bebían ahora, rebalsados de alcohol, devolvían bilis y sangre.
En la habitación los niños jugaban con muñecos. Habían formado parejas entre las muñecas y los soldaditos. A todos les habían arrancado la cabeza.
-Adiós padres- dijo una de las niñas tirando los juguetes por la ventana.
De la nada la puerta de la habitación se abrió. Una mujer tambaleándose, con los ojos llorosos, su ropa estaba pegada a su cuerpo por el sudor y todo el pelo embarazado. Los niños la observaron, no se incomodaron al verla, sino más bien se quedaron inertes, expectantes a la mujer.
Luego de un par de pasos la mujer colapsó, calló al suelo envuelta en convulsiones hasta que su cuerpo, en un último girón, quedó inmóvil.
-Adiós mamá- dijo uno de los niños mientras seguía jugando y afuera todas voces, de a una, quedaban en silencio. Un silencio profundo y frío, uno del cual no podrían escapar.

Historias DesvariadasWhere stories live. Discover now