C a p í t u l o 24

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Cuando volvieron al garage, era tan tarde que no se oía ni un solo ruido dentro. Se aseguró de que ella entraba y se despidió secamente antes de darse la vuelta.

- ¿No te quedas a dormir?- Le preguntó Ryujin un poco decepcionada.

- No duermo aquí, lo hago en el hotel.- Él se pasó una mano por el cuello, algo incómodo.

Trataba de sonar natural y fingir que nada había pasado, pero era más que claro que algo había cambiado entre los dos.

Y lo cierto era que se moría de ganas de volver a besar sus labios de nuevo, de oír el latido de su corazón moverse al unísono con el de él. No había sentido nada parecido en mucho tiempo, algo que no le podía dar la nicotina, la marihuana, ni el alcohol.

Pero no planeaba perder el control con ella como con esas sustancias. La quería tanto al verla ahí parada, esperando que él entrara...

No podía hacerlo, no se dejaría.

- Buenas noches, Ryujin.- Le cerró de un portazo antes de que pudiera decir algo más.

Cuando llegó a la suit del hotel trató de dormir, pero no lo consiguió ni un poco. No podía parar de pensar en ella, en el rin, en sus labios.

Cogió su móvil varias veces y marcó su número, siempre parando de teclear hasta el último número, tirándolo lo más lejos posible.

Se revolvió el pelo con las manos tratando de hacer que los pensamientos desaparecieran, pero no lo consiguió. Se la imaginó durmiendo tranquilamente en su habitación, alguien entrando por su puerta, alguno de los chicos...

- ¡Hwall! ¡Como se atreva a entrar le arranco la cabeza!- Volvió a coger el teléfono y marcar su número.- ¿Pero qué es lo que haces, idiota?- Se dijo a sí mismo, dejó caer el móvil rebotando en la cama.- ¿Por qué me pasa esto? Primero le robo el móvil, la tiro de su bici, después la secuestro, la libero y ahora la beso.

Se giró hacia la derecha de su almohada y se imaginó que ella estaba tumbada allí, con él. Con su largo pelo cayendo sobre sus hombros y sus ojos clavados en los suyos.

- ¡Sal de mi cabeza ya!- Protestó él dándose la vuelta molesto, aunque en realidad deseaba que estuviera ahí de verdad.

Entonces, cuando estuvo a punto de cerrar los ojos y dormir tranquilamente, una imagen se le vino a la cabeza, tan nítida que le hizo abrir los párpados de golpe.

<<Mi padre. Como se entere de que yo... no, no puede saber que existe>>.

Jungkook había avisado anteriormente a todos los chicos de que debían ocultarla lo máximo posible, sin dejarla salir del garage. Nadie podía verla ni saber que estaba con ellos. En cierto modo la había mentido parcialmente, diciéndole que era miembro del clan. Lo cual no era del todo cierto ya que su padre era quién decidía qué hombre valía y qué no. Y nunca ninguna mujer había entrado. Pero, por otra parte, sí era miembro de su propio clan, el que formaba con los chicos. Así estaría a salvo de su padre y bajo su protección.

Le iba a enseñar a pelear como una gángster real, como a él le habían enseñado. La entrenaría para defenderse por si en algún caso poco probable él no estuviera. No quería haber tenido que hacerlo, el entrenamiento era duro y costoso, agotador físicamente. Pero era necesario.

Recordó también cómo sus manos se habían deslizado por su espalda, haciéndole sentir escalofríos donde quiera que tocara.

De nuevo estaba pensando en Ryujin.

No se había dado cuenta de que por la ventana el sol estaba ya saliendo, de día. Los ojos se le entrecerraban, cansados y su respiración se volvía pacífica, ayudándole a sentir el peso del sueño.

Iba a caer rendido cuando el teléfono de la mesilla de noche sonó clavándose en sus oídos.

- ¡¿Qué?! ¡Quiero dormir, joder!- Lo cogió al instante, todavía tumbado.

- Disculpe, señor Jeon, su padre le espera en la sala de reuniones dentro de diez minutos. Me ha pedido que le diga,- dijo la irritante voz de la señora de recepción- que tiene una deuda que saldar.

Tiró el teléfono sin colgar fuera de la cama y se pasó una mano por el rostro.

Maldiciendo a todo el mundo, se levantó para vestirse con lo primero que vio en su armario, un chandal negro, y bajó por el ascensor hasta el piso cuarenta.

Reunió todo el valor que pudo antes de entrar por la puerta de la sala de reuniones, donde se encontraría con su padre, esperándole para castigarle de alguna manera cruel, como lo solía hacer.

Seguramente le mandaría solo a un fumadero de crack para que los camellos pagaran sus deudas pendientes con él. Haría el trabajo sucio que normalmente hacían diez de sus hombres.

Lo cierto era que siempre pensó que a su padre no le importaba demasiado la vida de su hijo. Solo ansiaba el poder.

Pero, de entre todos los castigos posibles que se le podían ocurrir, nunca se imaginó el que le asignó, el más cruel.

Oigo tu corazón || Jungkook Donde viven las historias. Descúbrelo ahora