3-Desconfianza

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Sigmund estuvo Ignorándolo todo lo que podía, por que era un maldito fanfarrón que bebía agua de manera copiosa en sus narices, le molestaba, más que ningún otro visitante lo había hecho antes (Los guardias, que no los consideraba del todo ni visitas, ni contacto humano, y el médico)

Escuchaba como el preciado líquido era consumido, como se paseaba por su boca y bajaba por su garganta, era lo que más le pesaba. Ya de verlo tenía los labios secos.

—Si no me vas a ayudar a salir entonces, no fastidies –gruñe Sigmund, porque de momento era su única defensa, gruñir como animal, un animal débil, ya al lastre de su juventud.

— ¿Para qué voy a ayudar a un famélico a salir? —.

Dejaba de comer ahora, y volvía a menear la cantimplora, como si fuese una bailarina exótica que atraía su mirada directo a la curva en sus caderas.

—Solo, y si te recuperas... podría sacarte de aquí—. Dejo la tortura, y poso el envase en el piso— Solo que podría tardar un poco... estoy en la última fase de obtener mi god robe...—.

Le confesó en un tono, muy diferente con el que se había presentado, pero con la misma expresión. Volvió a insinuarle el agua, metiéndola un poco entre las rejas, se la estaba ofreciendo de nuevo.

—Es cierto ¿qué ganas con esto? ¿Simple altruismo? –. su pregunta era desconfiada, pero Sigmund no sabía cuáles eran sus motivos, que planeaba sacar de él, así como nadie creía en él, el ya no creía en nadie, solo en su hermano. Aun así, sin moverse en absoluto hizo su escrutinio. Minimizaba sus movimientos para ahorrar energía. Aunque si era sincero consigo mismo, se le iba a veces la conciencia en revoltijo de puro blanco.

—Un compañero —. Surt ataja con rapidez la pregunta — Lealtad, una espada gemela para la mía…—. Insistió en ofrecerle la cantimplora. —La voy a lanzar —.

— ¿Cuál es tu propósito? —. Sigmund Caía en cuenta al fin de quien se trataba; Surt, nada bueno y nada malo había oído de él para poder opinar, no sabía que esperar de él. Finalmente recibió la cantimplora que este le lanzo.

—Salir victorioso en todas las batallas, tu fuerza, junto a la mía, juntas, podrían ser invencibles—. Le lanzaba ahora el pan ya envuelto con cuidado— No hay veneno, no te preocupes—. Y le guiño.

Un guiño que recibió de mala gana.

Una alianza. ¿Un compañero?

Debía de conocer más de él, de momento, estaba abierto a la posibilidad.

—Ahora come,  no queremos que mueras por no beber agua —. El otro miraba a los lados y volvía la vista hacia el— El guardia no vendrá, dale treinta minutos, puedes comer y nadie sabrá que lo hiciste —. Usaba ese tono confianzudo, como si ya fuesen compañeros. —Recuerda no comer rápido, te puedes morir haciéndolo —.

Y de nuevo ríe suave y se despide tras sacudirse un poco.

— Hasta otra Sigmund —.

Dejó de escuchar sus pasos por el pasillo, Sigmund rodó los ojos, claro que sabía lo que debía de hacer y no hacer. Primero el agua despacio y de a sorbos.

Cuando por fin se sintió mejor, susurro. — Hijo de puta —.

El comienzo [ Sigmund x Surt ] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora