11-Presente

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—Soy consciente de que no puedes hacerme trampas…pero—.

— ¿Pero? No puedes admitir que te llevo ganando ya… ¿Cuántas eran? ¿Dos semanas seguidas? —

—Dos, semanas, seguidas— Sigmund pauso en cada palabra, como si le doliera admitirlo.

—Te lo dije…—. Agregaba con aquel tono petulante al que, por costumbre, y por contacto; se había familiarizado. Ahora no solo reconocía lo que decía detrás de las sonrisas, reconocía el tono de voz, y era capaz de actuar en base a este.

—Sí, sí como  sea, ahora apúrate —.

—Calma tus corceles Sig, las buenas jugadas se hacen esperar, pero no te preocupes, te irás con tu derrota de la semana antes que comience de nuevo tu turno, ¿me recuerdas que ibas a hacer? Se me antoja jugar más tarde —.

Un gruñido ya familiar se hizo escuchar como respuesta, mientras se relajaba en la silla y miraba con fastidio como el pelirrojo analizaba las piezas, estaba más que seguro que ya tenía en mente la jugada, solo lo ponía tenso al hacerse esperar. Era condenadamente bueno en ello, trató incluso de hacerle trampa, pero hasta Surt lo pilló haciéndolo.

—Turno, a las seis salgo, y podríamos vernos a las nueve, luego del tuyo—.

—A las siete te ibas con la lechera ¿no es así? —. E hizo su jugada, sacándole de su cara de póker, maldiciendo a lo bajo y mirándolo acusador.

—Te doy la mano y me agarras el brazo ¿sabes cuando vuelvo a contarte de nuevo? —.

—Cuando te la vuelvas a llevar  o cuando consigas a otra, madura —. Tomó al rey, y lo hizo girar sobre el tablero mientras miraba su jugaba y ojeaba las piezas ajenas— Te lo recuerdo porque si la dejas inflada, querido amigo, te aviso que con mi apoyo no contaras—.

—No necesito tu apoyo—.

—Aja… ¿Moverás? —.

—¡Mierda, no me presiones!, y no la dejare inflada si eso crees —Especto huraño, mientras se peinaba detrás en la nuca mirando el tablero— No quiero hijos, no quiero a un mocoso detrás mío, ni a una mujer encima mío controlando mis horarios, suficiente con tus partidas de ajedrez—.

—Siempre puedes decir que no, ¿moverás? —.

Haciendo alarde de paciencia, continuó con su explicación, que no había sido necesaria, pero sabía que si no lo decía, Surt le fastidiaría hasta sacarle canas—…Y Andreas siempre está dándonos anticonceptivos, hablando de las enfermedades y esas cosas…. — Sigmund se calló, tomando el alfil.

— ¿Vas a hacer ese movimiento? —.

Dudo por un segundo, y volvió a dejarlo en su sitio, observando de nuevo el tablero en silencio.

— Los guerreros deben de asentar cabeza pronto, y dejar descendencia —.

— ¿Quién eres, mi padre? —.

—No, es algo que siempre escuchaba, mas, me parece estúpido y cursi—.

Que no le parecía cursi al otro, tampoco es como si el mismo fuese un tarro de miel, pero había cosas que en realidad no le parecían cursis, ahora, lo que si era cursi, hasta el mismo podía verlo. El otro tenía un nivel de tolerancia mínimo cuando se trataba de decisiones tomadas en base a los sentimientos. Que incluso le hacía pensar a veces ¿el sentía algo? ¿Sentía acaso amistad?

—Tú deberías de sentar cabeza—. Confesó Sigmund.

—Estás soñando, aunque, si me lo pides, podría asentar cabeza, entre las piernas de aquella cortesana, esa que te miraba y te sacaba la armadura de pies a cabeza, podría asentar cabeza en ese par de sedosos muslos una y otra vez… —Y ahí estaba, la sonrisa ganadora, Surt parecía metamorfosearse entre un ciervo, cuando era precavido y frío con los pasos a dar, y un zorro, como justo ahora, cuando decidía atacar y dar en toda la yugular, certero e inteligente, maldito bastardo.

Las mujeres que lograban conocerlo lo deseaban, y los hombres. Bueno, era un tema del que no hablaban, pero era consciente de que su camarada había tomado a varios y los había llevado al lecho, lecho que estos nunca repetían más de una sola vez. Nunca escucho que alguien durmiese con él las dos veces.

Si eso pasaba, hasta el mismo tendría curiosidad de saber por qué había sido.

No es que lo discriminase, ó pensase diferente sobre él, no le quitaba ni le restaba, era parte de su personalidad. Simplemente parecía que este había leído su expresión la primera vez, y había dibujado una raya entre el tópico y su persona. No lo discriminaba. Simplemente no tenía ni idea de cómo abordar el tema, de cómo tratarlo o incluso de cómo responder a ello. En su mente solo había neblinas al respecto.

— ¿Vas a mover? —

—¡¡Mierda Surt!! — Respondió con ya nada de paciencia y haciendo el movimiento.

A lo que Surt simplemente tomo su pieza y la movió, comiéndose la ajena en un pestañeo.

—Tu turno—.

—No te tengo paciencia, no tengo paciencia para esta mierda —.

— Ya, ya, ahora continúa, un turno más y será jaque—.

— ¿Por qué no asientas cabeza? … no sé —Ponderó tomando otra pieza— Con un hombre tal vez. —

Espero algún indicio, duda, un flaqueo, nerviosismo, pero no encontró nada, solo la mirada analítica de su camarada esperando por un nuevo movimiento. Un suave movimiento de manos y fue como si ventilara las palabras hacia un lado de la pared, dejándolas que chocaran contra esta sin la menor importancia.

—No planeo un futuro, vivo el ahora y ya—.

Y por primera vez, desde aquella vez en los calabozos, desde que salió de allí y recibió los perdones de Hilda, desde tardes entrenando, días desayunando, y noches jugando al ajedrez, le miro con…duda. Pero no duda con respecto a sus planes, no, creía en ambos, creía en la dinámica que podrían formar si el campo de batalla se desplegaba de nuevo. Según Surt, tarde o temprano sucedería.

Dudaba, de la estima que se tenía el mismo Surt a sí mismo. Dudaba de cuánto tiempo lograría vivir.

No dijo más, solo se apretó el mentón mientras pensaba cómo girarle la jugada, no lo haría, no le ganaría a Surt, pero serviría para disipar aquellas dudas.

El comienzo [ Sigmund x Surt ] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora