VII

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En las guerras se dan besos
ya no se pelean.
Hoy, las gallinas mugen
y las vacas cacarean.

—¿Quién te hace ésto?

Dipper tragó en seco y el dolor de cabeza volvió, ahí estaba de nuevo.

—Bill, yo... Perdón, pero no es algo sobre lo que tengas que saber.

—Dipper, por favor —tomó las mejillas del castaño entre sus manos, con cuidado, y le susurró—. Esos no son simples accidentes. ¿Quién te está haciendo daño?

—No es tu asunto. —el Pines seguía a la defensiva.

Y Bill asintió. Obviamente no podía obligar al castaño a que le contara acerca de su vida privada, así que bajó sus manos para sujetar las del contrario, y luego las alejó, dispuesto a levantarse de donde estaba.

Acto que fue interrumpido por un Dipper que no pudo más. Se abalanzó contra el rubio, buscando un abrazo. Es que de verdad, se sentía destrozado.

—Estoy muy, muy cansado.

El rubio tembló. El menor estaba llorando, ahí, en su habitación, justo a su lado.

Empezó a sobar su espalda, con cuidado, con cariño. Ahora se negaría a dejarlo solo. Puede que no conociera tanto el castaño, no sabía el por qué de aquellas marcas en su delicado cuerpo. Pero había algo que sí sabía: él no lo merecía.

—Entonces aprende a descansar, no a rendirte. —Dipper levantó la mirada, clavando sus ojos en los del rubio, estaban algo rojos, tristes. Después bajó la mirada, y el rubio la volvió a subir cuidadosamente—. Mira, Dipper. Te juro, te juro que te quiero ayudar a salir de ésta, pero no puedo ir yo solo a denunciar a...

—Mi padre. —le interrumpió.

—A... Tu padre. —en la mente de Bill, aquello sonaba algo carente de coherencia, pero la realidad le estaba golpeando por lo dicho—. No puedo ir yo sólo y decir que te están maltratando, te voy a necesitar ahí, y voy a necesitar que seas fuerte, porque...

—Mira —le volvió a interrumpir el castaño, pero ésta vez le miró con algo parecido a la ira. Levantó la playera que traía puesta y señaló uno de los moretones—, éste, fue por salir con un amigo, y volver tres minutos después de la hora acordada —señaló otra, que se veía peor—, éste otro fue por olvidar mi maldito celular en tu auto. —se acomodó mejor en su asiento y bajó los un poco los pantalones, junto a los bóxers que llevaba puestos—. Y ésta, por haber salido a una fiesta.

Esa última se quedaría en la mente del rubio para siempre, era una cicatriz, una horrible cicatriz, y con sólo verla podía jurar que sentía el dolor que Dipper sintió cuando ésta quedó impregnada en su piel.

Movió la mano del Pines, que señalaba esa cicatriz, y pasó un par de dedos encima de ella. Dipper estaba viviendo un infierno, y Bill se juró a sí mismo que se encargaría de acabar con él.

Ojos Color Sol | BilldipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora