IV

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Tus ojos hacen magia, son magos
los abriste, y ahora se reflejan las montañas
en los lagos, la única verdad absoluta es
que cuando naciste tú,
a los árboles les nacieron frutas.

Claro, no le conocía en lo más mínimo pero había que admitir que algo en ese par de ojos que alguna vez halagó no era igual.

Bill sonrió y Dipper sólo se acercó con el ceño ligeramente fruncido. El rubio ya había notado con anterioridad que ése era el rostro que el menor siempre portaba.

—Muchas gracias. —el rubio asintió y le sonrió al otro.

Sonrisa devuelta, pero algo forzada. Cosa que el mayor notó, más se limitó a decir algo acerca de ello.

Dipper se despidió y se dio la vuelta dispuesto a irse. Caminó algunos metros lejos del rubio y éste lo examinó, su vista terminó en un pequeño espacio entre el término de su cabello y el comienzo de la camiseta que portaba Dipper, y una extraña mueca se dibujó en su rostro.

Un moretón que no pasaba desapercibido por Bill, pero apenas, cubierto en su mayoría por aquella camiseta, resaltaba ligeramente. Por supuesto que sí, y ahora se negaba a limitarse a lo que estaba a punto de hacer.

—¡Dipper! —le gritó al menor, quién se detuvo y se dio la vuelta, extrañado. Una mirada curiosa depositó su completa atención en ese par, desde el asiento de la camioneta en la que había llegado el mencionado.

—¿Si?

—¿Estás bien?

A Dipper le extrañó algo esa pregunta. ¿Acaso el rubio había notado algo? Un insual miedo se apoderó de él e inmediatamente asintió con la cabeza.

—Sí. —susurró, aunque sonaba más como duda que respuesta.

Bill dudó. No tenía ningún derecho en preguntara cerca de eso, y por otro lado pensaba en que si se metía demasiado en algo de lo que no sabía, podría tener problemas.

—Yo... Guardé mi número en tu celular, por si alguna vez necesitas algo. —se había arrepentido.

Dipper relajó su rostro. Y eso el otro lo había notado. Así que sólo volvió a asentir, lentamente, y volvió a repetir lo de hace un rato: darse la vuelta e irse.

Bill hizo lo mismo y se encaminó directo a la entrada de la escuela con un pensamiento en su cabeza, tratando de explicarse como podría alguien ocasionarse un moretón en la parte de la espalda alta y que fuera un completo accidente.

Pero no se le ocurrió manera alguna. Y eso le preocupó.

Ya en casa, Dipper se quitó la camiseta y se miró al espejo. Su pecho, lleno de moretones, con algunos rasguños, demonios. Cuanto odiaba todo eso.

Se dio la vuelta y lo mismo, o quizá peor. Le dolía mover los brazos y hasta respirar.

Su celular sonó y Dipper lo tomó enseguida, leyendo el mensaje en la pantalla de bloqueo.

» Buenas noches, Dipper. Que descanses.

El castaño contestó al mensaje de igual manera y dejó el celular encima de su escritorio.

Ojos Color Sol | BilldipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora