IX

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Crecen flores en la arena
cae lluvia en el desierto.
Ahora los sueños son reales
porque se sueña despierto.

Pasaron los meses, y otro fin de semana, los señores Pines vuelven a retirarse, dejando solos a sus hijos.

Dipper vio eso como una excelente oportunidad para que Bill y Mabel se conocieran, tenía unas inusuales ganas para poder presentarlos.

Y es que estaba comenzando a sentir algo por el rubio, algo que juraba que era completamente mutuo. El tiempo había transcurrido y con ello, sus sentimientos habían vuelto a ser, sólo por Bill.

Ahora cada vez que se veían, las muestras de cariño aumentaban entre ellos. Lo que en algún momento fueron manos entrelazadas y abrazos cortos, se habían convertido en besos largos y caricias bajo la ropa.

No habían formalizado nada. Para Dipper, su relación se había convertido en algo así como entre 'sí somos y no somos', y para Bill, era algo que ya estaba siendo.

Y eran felices. Les gustaba estar así.

Pero el maltrato hacia Dipper seguía, y seguía, y a veces, empeoraba.

Así que ese sábado, dos de la tarde en punto, el rubio se encontraba delante de la puerta de la casa de los Pines, que fue abierta, y dio un corto beso en la frente del menor.

El Cipher, por momentos, podía jurar que aquel brillo que no vio en los ojos del castaño, ahora estaba ahí, y más reluciente que nunca.

Aquella fue una tarde entre risas, conversaciones llenas de humor y un muy buen trato entre los presentes.

Hasta que de improvisto, llegaron los padres de los Pines.

Menos mal que los trastes que habían usado para la comida, estaban lavados y habían sido colocados en sus respectivos lugares. El sillón que había sido ocupado un buen rato por la pareja ahora estaba bien acomodado, y Bill había logrado salir por la ventana de la habitación de Dipper, pero no sin antes hacer que el menor le jurara que todo estaría bien.

—Hola, papá. Hola, mamá. —Mabel saludó como siempre y ocupó un lugar en alguno de los sillones de la sala.

Dipper bajó las escaleras, rápido, rogando porque sus padres no sospecharan sobre su comportamiento.

—Creímos que regresarían hasta mañana.

Su madre le sonrió, y su padre salió de la cocina, con las manos atrás, como siempre había sido su postura.

—Sí, eso imaginé. —susurró con un tono de voz que, Dipper jamás habría imaginado en su padre.

Detrás de él, sacó una chaqueta amarilla, perteneciente al rubio. El castaño sintió un miedo y terror que nunca había experimentado y trató de enmendar su error, diciendo que la había comprado hace poco.

Esa noche, recibió otra lección.

Quizá, la peor de todas.

Ojos Color Sol | BilldipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora