XIII

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-¡Bill! ¡Tienes que venir! -una llorosa voz se escuchó al otro lado de la línea, y después colgó, sin dejar lugar a otra respuesta.

Habían pasado tres años. Tres largos y difíciles años en los que la salud de Dipper tenía altas y bajas. A veces tenía convulsiones, hubo un par de veces que sufrió paros cardíacos, pero se podía decir que hubo más días buenos que malos, hasta ahora.

Bill no sabía cómo tomar esa llamada. La última vez que Mabel le había hablado de ese modo, la salud de Dipper había empeorado, y su corazón había dejado de latir por treinta y tres segundos.

Llegó lo más rápido que le permitió su vehículo hasta el lugar. Se había mudado a un apartamento en Colorado después de terminar sus estudios, pues trataba de pasar el mayor tiempo que fuera posible con Dipper, y aunque se levantaba muy temprano para hacer su labor, no perdía la esperanza de que su castaño despertara.

Llegó al hospital y vio a Mabel, tenía lágrimas en los ojos y miró a Bill, quién corrió hacia ella sin esperar ni un segundo más.

-¿Qué pasó?

-Despertó Bill. -una sonrisa se dibujó en su rostro-. Dipper está despierto. -reiteró al ver al rubio en shock.

-¿Pu-puedo pasar a verlo? -preguntó con ansias.

-Por supuesto, ya he ido yo, está consciente de... De lo que le pasó. Está tranquilo, quiero que permanezca en ese estado. -el rubio asintió y abrazó a Mabel para después caminae hacia el cuarto del castaño-. Bill -le llamó-, me preguntó por ti, tenlo en mente.

El mencionado asintió y con un nerviosismo que nunca había sentido antes, abrió la blanca puerta.

Sonrió al ver al castaño, se sentía tan feliz, tan vivo de ver a Dipper bien después de tanto tiempo.

Un alivio recorrió su cuerpo y miró con ternura al castaño, Dios, claro que lo amaba, más que nada en éste mundo.

En esos tres años, tuvo la oportunidad de salir con otras personas, pero él siempre se negó. Porque sabía que ése castaño que había aprendido a amar, iba a despertar, e iban a ser felices.

Porque lo tenían merecido, Dipper lo tenía merecido más que nadie.

-Me hiciste falta. -le dijo el castaño una vez que Bill cerró la puerta detrás de él-. Te extrañé tanto, Bill.

-Estoy seguro de que no más que yo. -le sonrió, con unas cuantas lágrimas en sus ojos, estaba a punto de llorar, y por primera vez en tres años desde que el menor había caído en coma, iba a ser por mera felicidad-. Dipper... -se acercó a él, y tomó su mano-. Te amo.

-Yo también te amo, Bill.

Ambos se miraron, felices, admirando a la persona delante de ellos, completamente enamorados.

Dipper se movió levemente a un lado de la cama, dándole espacio al rubio, quién entendió y se recostó.

Ambos erguía mirándose a los ojos, sonriendo.

-Tuve miedo, ¿sabes? Hubo momentos en que creí que... No despertarías. -le susurró el rubio.

Ahora sentía que nadie existía a su alrededor. Que estaban solos en aquel mundo y que nada ni nadie podría hacerles daño.

-Pero aquí estoy, contigo -le susurró de vuelta, acariciando la mejilla del Cipher-, y ésta vez, planeo formar una vida a tu lado.

Bill le sonrió y depositó un casto beso en los labios del otro, y prosiguió a besar todo su rostro, emocionado. Una parte de él aún no terminaba de procesar que el castaño al fin había despertado.

-Cásate conmigo. -le dijo y, tomó la mano del Pines, besando cada nudillo, entrelanzado sus dedos.

Dipper sonrió, y asintió.

-No, tú cásate conmigo. -el rubio, aún con la mano de su pareja entrelazada con la suya, con su otra mano, sacó un precioso anillo de la bolsa de su pantalón, y lo colocó con cuidado en el dedo anular del castaño.

-Prometo amarte eternamente, mi amor.

Y selló su promesa con un beso lleno de sentimientos que había mantenido dentro de él. Esperando únicamente por Dipper.

Devolviendo aquel brillo tan único a los ojos tan hermosos que resultaban ser los más bellos en el mundo de Bill.

Gracias a ti, y a tus ojos.

Ojos Color Sol | BilldipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora