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Y ése sueño es seguro
y así se reproduce
y la inocencia por fin
no se esconde de las luces.

Pasaron un par de días y Bill no recibía nada de Dipper, ni mensajes, ni llamadas, ni siquiera algún correo, algo que le hiciera saber que estaba bien, que estaba sano y salvo.

Empezaba a temer. Y su preocupación aumentaba cada hora que pasaba, estando en la escuela militar, no podía salir libremente entre semana, sólo sábados y domingos.

Y haber esperado cinco días para ello, le ponía mal.

Condujo hasta la casa del castaño, con la preocupación reflejándose en cada vello de su piel, mirando hacia todas direcciones hasta llegar.

Encontrando un camión de mudanza, del que bajaban cajas y más cajas. Miró a las personas que estaban delante de la casa, y en definitiva no era nadie que antes viviera ahí.

El rubio sintió por un momento como le faltaba el aire. Se calmó un poco y por consiguiente bajó de su auto, con la mirada fija en ese par de personas.

—Disculpe, uh, soy Bill. —se presentó una vez que estuvo a su lado—. ¿Ésta es su casa?

—Hola, soy Soos. —se presentó también—. Si, ehm, ¿buscas a alguien?

—Uh, sí. A los antiguos residentes.

—Se fueron. Nos vendieron la casa a mi esposa y a mí ésta misma semana y no supimos más de ellos.

La preocupación dentro del Cipher estaba ahí, peor que nunca. Ahora Dipper estaba solo, con su hermana, y con un padre que haría lo que fuera con tal de formar a un hijo 'perfecto'.

—Está bien. Gracias.

El tal Soos asintió y Bill volvió a su auto. ¿Y ahora qué?

...

En otro lugar, a bastantes kilómetros de donde el rubio se encontraba, un par de castaños se lamentaban en una habitación.

Eran las cuatro veintisiete de la madrugada, y Dipper lloraba desconsoladamente en el hombro de su hermana. Se había equivocado. Había cometido un error que le había afectado al par de hermanos, y estaban pagando muy caro.

Su padre los había sacado de su anterior casa, y se habían mudado inmediatamente a otra residencia de la que eran dueños.

Y el gemelo quería escapar junto con su hermana. Habían estado ahí una semana entera y lo único que pasaba era que Dipper recibía cada día lecciones de su padre, más dolorosas cada vez y dejaba marcas más horrendas en su piel.

Estaba decidido a que escaparían, pero todo su cuerpo sentía un dolor inexplicable, que ni siquiera podía hacer un gesto en su rostro por su demacrada y golpeada cara.

Mabel trataba de consolarlo. Y es que no había modo. Parecía que Bill había trascendido tan profundo en el ser de Dipper, que pensaba que con una corta llamada al Cipher, el menor tendría las fuerzas para salir de esa casa, de ése infierno en el que se encontraban.

Pero no podía, su padre les había quitado todo medio de comunicación, dejándolos completamente solos.

—Dipper escúchame. —Mabel levantó el acabado rostro de su hermano y se esforzó por no correr la mirada, no soportaba verlo así—. Tenemos que irnos. Es nuestra oportunidad, vamos, sabes... Sabemos que no estamos solos. En cuanto regresemos...

Dipper cerró los ojos.

Y Mabel temía. Temía por la vida de su hermano, estaba segura de que si se quedaban ahí, su gemelo acabaría muerto, y ella no podría con algo así.

—Por favor, Dipper. —le rogó—. Tenemos que irnos, ayúdame, no puedo hacer ésto sola... No puedo hacerlo sin ti.

El contrario asintió lentamente, y prosiguió a levantarse de esa cama, abrieron la pequeña ventana que se habían encargado de cubrir para que sus padres no la notaran, pues pensaron que el dejarlos en un sótano era lo suficiente para mantenerlos encerrados.

Y Mabel, con ojos llorosos y mejillas mojadas, salió de aquella casa con su hermano por delante.

Ojos Color Sol | BilldipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora