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―¿Sabes una cosa? ―me preguntó Will, girándose a mirarme como una mueca―. Las películas americanas no son tan ficticias.

Dicho eso, abrió las puertas de la cafetería y un fuerte jaleo me golpeó los oídos. Fruncí el ceño al ver todo el alboroto que había allí. Tuve que esquivar a un chico que casi me tiró al suelo nada más entrar. Will caminaba como si nada, esquivando a la gente casi sin mirarla, mientras que yo tenía que hacer malabares para no chocarme contra la gente y seguirla el paso. Se sentó en una mesa vacía, y yo prácticamente me desplomé sobre la silla tras dejar la mochila sobre la mesa. Will debió de ver mi expresión impactada, porque se rio y dijo:

―Bienvenida al instituto.

―¿A esto te referías con lo de las películas americanas? ―dije, refiriéndome al jaleo.

Ella se mordió el labio y negó.

―No, más bien a la bazofia que es la comida. Espero que te hayas traído tu propio almuerzo.

Asentí con el ceño fruncido, agradeciendo en silencio que mi madre insistiese en hacerme la comida como el primer día de infantil. Observé detenidamente cómo ella abría su mochila y sacaba la típica bolsa marrón de papel con su almuerzo dentro. Apartó la mochila sin mucho cuidado y volcó su comida sobre la mesa, y entonces se quitó la chaqueta de cuero que llevaba puesta. No debería haberle dado mucha importancia, pero mi vista se fijó entones en un tatuaje con forma de rosa que tenía en el antebrazo. Incliné ligeramente la cabeza, dándome cuenta de que el diseño me sonaba. Entonces, como si supiera que la estaba mirando, dejó de trastear con su comida y me miró.

―¿Qué pasa?

―Me gusta tu tatuaje ―murmuré, metiéndome una mano en el bolsillo de la cazadora donde el colgante con forma de rosa seguía guardado desde el día anterior, cuando me choqué con aquel chico al que se le cayó.

Ella dirigió su mirada hasta él y se removió, algo incomoda.

―Oh, gracias. No pensaba que la señorita Ferragni pudiera hacer un cumplido ―murmuró riendo, intentando quitarle hierro al asunto, pero no se me pasó por alto lo incomoda que estaba.

La miré y pregunté:

―¿Qué significa?

―Nada, no es más que una rosa ―dijo, encogiéndose de hombros.

Sonreí levemente y dije:

―Te parecerá raro, pero ayer encontré un colgante con la misma rosa.

―Sería parecida.

Saqué el colgante y se lo mostré.

―No, de hecho es igual.

Ella abrió los ojos de golpe al verlo y me lo arrebató antes de que pudiese reaccionar.

―¡Eh! ―me quejé, pero ella estaba demasiado concentrada en examinarlo.

―Será idiota... ―murmuró.

―¿Qué?

Levantó la cabeza con brusquedad y me miró:

―¿Dónde lo has encontrado?

Ahora no trataba de amenizar la situación: estaba tan seria que daba miedo. Fruncí el ceño y me removí, incomoda.

―¿Por qué?

―Necesito saberlo.

Mantuvimos un pequeño duelo de miradas hasta que yo bufé y puse los ojos en blanco antes de responderle:

―Ayer me choqué con un chico al que se le cayó. Quise devolvérselo pero salió corriendo porque le estaban persiguiendo, o eso creo...

―¿Cómo era ese chico? ―me preguntó de sopetón.

In my bloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora