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Me removí, incomoda, sintiendo cómo mi cabeza poco a poco iba despojándose del sueño. Yo no quería despertarme, estaba demasiado cómoda y demasiado cansada como para hacerlo, pero había algo que me empujaba a abrir los ojos. Fruncí el ceño y los abrí, viendo borroso al principio. Pero en seguida pude distinguir los dos iris de color marrón intenso que me miraban fijamente desde los pies de la cama. Me incorporé de golpe, asustada y con la respiración acelerada, observando al niño que había allí de pie, atento a cada uno de mis movimientos y sin dar señales que lo pudiesen distinguir de una estatua. Al ver que no hacía nada, me senté y me llevé las mantas al pecho, sintiendo que la camiseta que Darik me había dejado para dormir porque los pijamas de su hermana me iban pequeños, no tapaba lo suficiente. Carraspeé y me aparté el pelo de la cara, poniéndomelo detrás de las orejas.

―¿Necesitas algo? ―pregunté, deseando que diese señales de estar vivo, porque aquello comenzaba a ser realmente incómodo.

El niño por fin demostró que no era una estatua frunciendo el ceño y diciendo:

―¿Tú eres la luna de mi hermano?

Pestañeé lentamente, creyendo que había oído mal. Pero no, su voz había sonado alta y clara, lo que pasaba es que las palabras que habían salido de su boca no tenían el menor sentido.

―Eh... ―murmuré, sin saber qué decir.

De pronto, la puerta de la habitación se abrió, dejando ver a una mujer. Su mirada se posó sobre mí y después sobre la del niño, y el enfado en sus ojos se hizo presente. Caminó hasta el niño con pasos pesados, demostrando lo enfadaba que estaba, y lo agarró por los hombros.

―Ethan, ¿qué te había dicho? No podías entrar aquí ―le reprimió.

El niño, Ethan, hizo un puchero y dijo:

―Pero mamá, quería conocer a la luna de Darik.

La mujer, que al parecer era la madre de Darik y de Will, y por ende de Cameron y de Ethan, el hermano más pequeño que Will tenía, abrió los ojos de golpe, como si su hijo hubiese dicho algo que no debía, y me miró brevemente antes de decir:

―Ethan, vete a desayunar.

Ethan protestó, pero obedeció: salió por la puerta, cerrándola tras su paso y dejándonos solas. La mujer suspiró y se giró hacia mí, sonriéndome con una maternidad y cariño que no esperaba.

―Lo siento mucho, Gía. No sé qué voy a hacer con ese niño...

Me mordí el labio y me encogí de hombros como única respuesta. Al parecer, ella me conocía, y su hijo pequeño también. Al ver que no decía nada, dejó ver brevemente su nerviosismo y reaccionó sentándose rápidamente en un lateral de la cama, cerca de mí.

―No quiero que hagas caso a las cosas que diga Ethan, ¿vale? Tiene diez años, y a esa edad son tan imaginativos... ―dijo, poniendo los ojos en blanco, como si ya hubiese vivido eso tantas veces que se lo sabía de memoria, pero había cariño en sus palabras.

Entonces me di cuenta de un detalle: sin siquiera darse cuenta, su mano había ido a parar directamente a su vientre. Llevaba un vestido lila de tubo, ceñido a su increíble figura curvilínea, por lo que se podía distinguir de sobra su vientre ligeramente abultado. ¿Estaba embarazada? ¿Will iba a tener otro hermano? Suspiré y decidí hacerle caso, porque después de todo yo no sabía qué barbaridades sin sentido podría llegar a imaginarse un crío de diez años.

―No pasa nada, eh... ―murmuré, queriendo decir su nombre, pero no me lo sabía.

Ella pareció ver mis intenciones, porque se golpeó la cabeza y dijo:

In my bloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora