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―¿No crees que no deberías salir entre semana? Mañana tienes clase ―me preguntó mi padre, apoyado contra el marco de la puerta de mi habitación.

―Tranquilo, no volveré muy tarde ―le contesté mientras me aplicaba rímel, mirándome en el espejo de cuerpo entero que tenía incorporado mi armario―. Además, esta gente cena a las siete de la tarde, así que es más como una merienda-cena.

Lo miré con una sonrisa, haciéndole entender que no pasaba nada. Eran las seis de la tarde y mi padre acababa de volver del trabajo. Tenía la camisa blanca arrugada, con las mangas remangadas de mala manera hasta los codos, arrugada en la parte baja por llevarla metida dentro de los pantalones y varios botones desabrochados. Se había desecho de la corbata y el pelo rubio le caía sobre la frente, rebelde. Incluso yo era capaz de admitir lo guapo que era para ser padre de una chica de diecisiete años.

―¿Me repites con quién has quedado?

Guardé el rímel en mi estuche de maquillaje y me senté en la cama para ponerme los zapatos.

―Con una chica de mi clase de historia.

Y no era mentira: Will era una chica que iba conmigo a clase de historia. No había cometido ningún pecado, pues él no me había preguntado directamente su nombre.

―Ya... ―murmuró, y lo miré porque conocía de sobra ese tono.

Era el mismo que usaba cuando me preguntaba si había comido galletas antes de la cena y yo le respondía que no, aun sabiendo que él era consciente de que le estaba mintiendo. Se separó del marco de la puerta y se sentó en la silla del escritorio, acercándose a mí y mirándome con gesto serio.

―Y ¿esa amiga no tendrá aparato reproductor masculino, por un casual?

Abrí los ojos, sorprendida, a pesar de que ya me esperaba algo así.

―¡Papá! ―exclamé, y entonces sonreí―: ambos somos lo suficientemente mayores como para que digas pene.

El gesto serio desapareció y se echó a reír. Si fuese una de esas chicas que se avergüenzan cuando hablan con sus padres de chicos y esas cosas, jamás habríamos llegado tan lejos.

―Solo quiero saber si necesitas que te dé condones ―dijo, levantando las manos en el aire con gesto de inocencia.

Puse los ojos en blanco y me agaché para atarme los cordones de las convers.

―No, no necesito que me des condones.

―Está bien...

Me quedé quieta, esperando a que siguiese hablando. Apreté el nudo y me incorporé, mirándolo con una ceja enarcada.

―Venga, escúpelo.

―Solo quería saber cómo llevas lo de Emile... Me refiero a que una relación de dos años no se olvida de un día para otro.

No te creas...

―Bien ―dije, encogiéndome de hombros, pues era la verdad.

Me levanté y fui en busca de mi bolso.

―¿Bien? ¿Sin más?

Hice una mueca y lo miré.

―¿Cuándo he sufrido yo por algún chico?

―Joder, tienes razón, pero... cielo, en algún momento llegará alguien que te haga sentir que eres capaz de volar, y quiero que estés preparada para ello.

―Papá, siento decírtelo así, pero no soy ni de lejos tan romántica como tú y mamá. Dudo que alguna vez sienta como si pudiera volar ―dije, poniéndole los ojos en blanco.

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⏰ Última actualización: Jan 20, 2019 ⏰

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