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Ojos que cambian de color.

Voces en mi cabeza.

Definitivamente, me estaba volviendo loca. Tal vez, las sesiones con la orientadora no me irían tan mal. Comí sola, y cuando sonó la campana que indicaba la siguiente clase, me dirigí a ella sintiéndome aturdida.

Al contrario de lo que la gente pueda pensar, economía domestica no consiste en saber preparar un bizcocho de chocolate, sino aprender a gestionar los gastos. No me hacía mucha gracia estudiar economía, pero daba créditos para la universidad. Lo malo es que Will no acudía a aquella clase. Odiaba tener que depender de una persona, pero volvía a estar sola entre un mar de gente desconocida. Para colmo, a la profesora se le había ocurrido poner un trabajo el mismo día de mi primera clase con ella, con Jena como nada más ni nada menos que mi compañera para hacer el trabajo.

No me malinterpretéis, no tenía nada en contra de ella, pero tanto el estúpido de Darik como su hermana parecían tener unas terribles ganas de matarla. Y yo no era de las que podía decir que no tenía prejuicios, porque los tenía; solo hacía falta ver todas mis pegas para mudarnos a Chicago. Además, por las miradas despectivas que me había echado cuando me senté a su lado después de que la profesora hiciese las parejas, no parecía ir muy desencaminada.

―Así que eres amiga de Mackenzie y de Darik ―murmuró, y no se me pasó por alto el tinte de desprecio de su voz.

Fruncí el ceño y la miré de reojo. Negué con la cabeza y volví a buscar la información necesaria en el libro de economía para poder comenzar con nuestro trabajo.

―Mira, me da igual tu vida, pero esa gente no es de fiar.

Levanté la cabeza y miré al frente. Estaba harta de que hablasen de aquella forma, como si el instituto estuviese divido en dos tribus enemigas o algo así. Y, dado que ella no parecía tener ningún problema en despotricar sobre Will y ''su gente'', tampoco lo tendría en explicarme a qué se refería exactamente con ''esa gente''.

―¿Qué quieres decir?

Ella frunció el ceño y miró a nuestro alrededor. Yo también lo hice: todo el mundo estaba concentrado en sus trabajos, hablando de impuestos y gráficos de gastos, y la profesora se entretenía mirando unos papeles en su escritorio. No tenía ni idea por qué la preocupaba que alguien pudiese oírnos, pero nadie lo hacía.

―Mackenzie y su familia son algo... extraños.

Enarqué una ceja y solté el libro de entre mis manos para girarme a ella.

―¿Extraños en qué sentido?

Ella se encogió de hombros.

―No sé, extraños y punto. Si no quieres tener problemas, yo me alejaría de ellos.

Cogí aire y miré al techo en busca de paciencia. ¿Por qué le daba a la gente por decirme a quién acercarme y a quién no? ¿Es que llevaba un cartel en la frente que decía ''perdida'' y no me había enterado o qué?

―Mira, Jena, no sé qué tienes en contra de esa familia, pero no creo que sean tan peligrosos como tú insinúas. Además, Will ha sido la única que se ha molestado en conocerme.

Jena negó frenéticamente con la cabeza y me agarró el brazo con fuerza. La miré, entre confundida y asustada. En sus ojos había preocupación. ¿Se había vuelto loca o qué?

―Solo trata de llevarte a su terreno, y yo solo trato de advertirte. Mira, puedes hacer lo que te dé la gana, pero cuando haya problemas, porque créeme: los habrá, me estarás diciendo cuánta razón tenía.

―¿Qué problemas? ¿De qué hablas?

Creo que se creyó que, de lo que hablaba, era de dominio público, porque dijo con toda la convención y seguridad del mundo:

In my bloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora