Historia Extra: Latido.

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Aria Fell


La suave luz de la luna se filtraba por los tablones del almacén. Teníamos mucha suerte de que esta noche no estuviera lloviendo, de lo contrario, la mayoría de los que aquí se encontraban caerían enfermos antes de que el plan fuera ejecutado.

Ninguna de las personas que me rodeaban se movía, incluso los que al principio mostraron una mayor resistencia, se habían rendido ya ante lo que pensaban era su destino inevitable. La luz de sus ojos había muerto.

Pues bien, era hora de hacer que la recuperaran.

Una explosión, ese era la señal. Aunque en esta ocasión tardo más en ser enviada, lo más seguro es que fue porque tuvieron un contratiempo.

Qué bueno, pues estaba a punto de actuar por mi cuenta y casi siempre que lo hacía terminaba dejando un desastre.

—Te lo dije, Aria Fell, que llegarían a tiempo. Hay que aprender a confiar en el grupo —comentó el hombre junto a mí.

—Ya sé, ya sé. Tenías razón, yo estaba equivocada. Levántate, Cere, es hora de que hagamos lo que se nos da mejor.

Tras esas palabras derretí las cadenas que nos aprisionan.
No sólo las de nosotros, sino que también las de los esclavos junto a quienes nos habíamos infiltrado.

No recordaba cuantas veces habíamos hecho este trabajo. Yo guiaba, mientras que Cere les hacía recuperar la esperanza con sus palabras. Éramos parte de los liberadores y nuestro compromiso era ayudar a los que nos necesitaban, a liberar a los esclavos y romper las naciones corruptas. Por ahora éramos un grupo pequeño, con sus cede en la academia de caballeros de la república de Labria. Pero crecería nos y expandiríamos nuestros ideales de un mundo justo. Esa era mi meta. ¿Imposible?, tal vez. ¿Difícil?, eso era seguro. ¿Peligrosa?, desde luego. Pero era algo en lo que creía y en lo que estaba dispuesto a arriesgar mi vida.

El estruendoso sonido de la puerta al estallar me hizo salir de mis pensamientos. Ahí, de pie y con una sonrisa en el rostro, se encontraba una joven pecosa y de aspecto desaliñado.

—¡Alégrate, comandante! ¡Tu bella salvadora ha llegado! —exclamo la mujer, lanzándome mi espada y una bolsa con mi armadura.

Al tomar la empuñadura y sentir aquel calor tan familiar en la mano, me calme. Esa espada era mi más grande tesoro y nada me era más confortable que sostenerla. Luego me puse mi armadura de color escarlata sobre los harapos con los que había estado vestida las últimas semanas.

La paladín carmesí, así me conocían desde que entre a la academia.

—Se tardaron, Minerva —le dije a la chica, colocando la espada en mi cintura. Había olvidado como sonreír, por tanto, mis palabras sonaba secas y amargas. Pero a pesar de la actitud fría que había mostrado hacia ella, la consideraba mi compañera más cercana. Sólo estaba esperaba que ella pensara lo mismo—. Y deja de llamarme comandante, aún soy teniente.

—Lo lamento comandante —se disculpó, sin hacer caso a mi segunda queja—. Pero les perdimos el rastro por algunos kilómetros.

Aunque quería discutir, este no era el momento.

—No, importa, hay que sacarlos a todos...

—¡De acuerdo, comandante!

Tanto Cere como Minerva hicieron una reverencia, lo cual me amargo un poco. Aunque había dicho que era una teniente, el director me había dicho que si este asalto tenía éxito me subiría el rango a comandante. En cuanto se enteró Minerva sonrió y me felicito, pero en sus ojos pude ver que se sentía solitaria.

Theria: Historias ExtraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora