6.

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Horas después.

Sherlock.


—¿Y bien? ¿Qué tal tus aburridas clases llenas de cosas científicas y... muertas?

Sherlock no quería decirle a Trevor que había encontrado a su alma gemela, no podría; porque sabía que después él lo presionaría a estar junto a ese tal John Watson cuando lo único que quería era besarle cada uno de sus lunares y tocar cada peca en su rostro. Y podría besarlo. Victor estaba tan drogado que ni siquiera se daría cuenta, y sus labios estaban tan cerca de los suyos, y podría besarlo. Sólo tenía que inclinar su cuerpo y...

No, no podía. No así.

—Estuvieron bien—respondió, tomando el porro de marihuana de entre los dedos de Victor, dándole una profunda calada; retuvo el humo en sus pulmones por unos segundos, y después lo soltó, sintiéndose cada vez más ligero mientras que sus ojos comenzaban a escocer un poco.—Los tipos de medicina se juntaron con nosotros.

—Medicina—Victor soltó un bufido y después una carcajada. Estaba muy drogado para procesar bien las palabras.—Ellos son muy aburridooos.

Sherlock se rio también.

—Todo es aburrido para ti si no tiene que ver con pintura—objetó.

—Amigo, tienes que sentir las pinturas, a dónde te dirigen, qué te hacen sentir... Los tipos de medicina son demasiado estirados y pretenciosos, ellos no lo entenderían—Victor volvió a reírse.—Dije "sentir" dos veces, ja, ja.

En el departamento de Sherlock no habían demasiadas pinturas del gusto del pelirrojo. El único cuadro grande era el dibujo de un cráneo con un fondo oscuro en la sala de estar, y eso era todo. Pero la escacez de conocimiento sobre arte en Sherlock lo compensaba lo que sabía de música clásica y su afición al violín. A Victor le gustaba que Sherlock le tocara cuando fumaban hierba. La música suele sentirse más intensa o algo así.

—¿Sabes qué más es aburrido?—agregó Victor, después de varios segundos en silencio.

—¿Mi hermano?

Victor soltó una carcajada. Esas clases de carcajadas espontáneas que no se detienen hasta después de vaciar toda la risa.

—Iba a decir los paraguas. Pero él está bastante cerca.

Victor conocía a su hermano, después de todo, comenzaron a ser amigos desde el comienzo de la universidad, cuando pasó aquél incidente de su perro. A veces Mycroft se adentraba en su departamento mientras Sherlock estaba con Trevor fumando o simplemente charlando sobre cualquier cosa. A Mycroft no le caía muy bien, pero no podía obligar a su pequeño hermano a alejarse de las malas influencias, como esos revoltosos estudiantes de arte o los otros vagabundos que el menor de los Holmes a veces invitaba a su hogar, y les compraba papas fritas.

Victor estaba recostado en la cama de Sherlock, mirando fijamente hacia el cuadro de la tabla periódica que Sherlock tenía colgado en la pared, con sus pupilas dilatadas. Artístico a su manera. Soltó un suspiro.

—Oye, Sherloco.

Sherlock frunció el ceño. Nunca se acostumbraría a ese apodo.

—¿Mh?—se giró hacia él de mala gana. Sherlock estaba sentado en la esquina de su cama, controlando enormemente sus ganas de rodear el menudo cuerpo del pelirrojo en un fuerte abrazo. Sabía que a Victor no le molestaría ser abrazado, pero el pobre azabache temía no poder controlarse ante el tacto ajeno, y siempre lo evitaba.

—¿Qué harás cuando encuentres a tu alma gemela? ¿Se mudará aquí? ¿Ya no podré visitarte ni drogarme contigo? ¿Estoy haciendo muchas preguntas?

Ah.

Su alma gemela. John Watson.

No creía en eso. ¿Por qué una maldita marca le ordenaría con quién debía estar? Además, ni siquiera se agradaban, y el rubio le había dicho que no era de "ese bando".

Quizá las marcas por primera vez se habían equivocado.

Quizá simplemente Sherlock no tenía una verdadera persona que le perteneciera.

—No seas estúpido—le arrojó una almohada a la cara.—Podrás visitarme todo lo que quieras, quizá nunca la encuentre. Podría estar en otro continente.

—¡Aw, no seas pesimista! Yo encontré a Madeline hace poco, quizá a ti te ocurra lo mismo estos días, o semanas, o meses.

—Realmente no sé si quiero encontrarla—espetó de la nada, dándole una calada a lo último que quedaba del porro de marihuana. No quería hablar sobre las jodidas marcas, pero el maldito Victor Trevor siempre obtenía lo que quería de él.

Victor se incorporó, sentándose con pesadez sobre la cama. Sus rizos terminaron en un desastre, y sus ojos esmeralda estaban rojos como si acabara de llorar, y Sherlock lo quería tanto.

—¿Por qué no?—Victor hizo un puchero, como si Sherlock acabara de decir la cosa más triste en el mundo. ¡No quería encontrar a su alma gemela! A su otra mitad, a su media naranja, su razón de ser, su... Bueno, el lector entenderá el punto.

El menor de los Holmes se encogió de hombros, desviando la mirada. ¿Sería un buen momento para confesarse? ¿Decirle a Victor lo mucho que le gustaba y que todo terminara en... nada? Porque Holmes era un hombre que solía usar el cerebro, no podía simplemente actuar por instinto aunque estuviera un poco drogado.

Por supuesto que era consciente que tenía todas las de perder, y aún así no era capaz de rendirse, no cuando Victor lo miraba de esa manera, como un cachorro desamparado en busca de consuelo. En el caso del pintor, de un hogar en donde pueda drogarse sin quejas ajenas.

—No lo sé, no me gusta la idea de tener que estar con alguien porque una marca me lo dice, ¿sabes? Es ilógico y estúpido.

Victor se rio.

—No me sorprende viniendo de ti—dijo, pasando su mano sobre sus rizos, despeinándolos aún más.—Pero cuando la encuentras, es... wow. Indescriptible. Es decir, cuando conocí a Mads, y me dijo que tenía salsa en mi oreja, la miré fijamente y simplemete supe lo que tenía que decir, y supe que ella sería increíble y que la querría tanto como lo hago ahora. No es algo que deba tener lógica, ¿sabes? Es algo universal, como comer pizza con las manos: Quizá sea estúpido, pero funciona.

Sherlock se preguntó por qué no sucedió lo mismo con John mientras que se formaba un nudo en su garganta. También se preguntó por qué no pudo ser él su Madeline, pero estaba de más aquellas cuestiones, y simplemente se forzó a sonreír. Ah, quería irse y terminar esa conversación, pero estaba en su propio departamento. Ojalá Mycroft llegara de imprevisto y se obligaran a despedirse, ojalá Madeline llamara a Victor citándolo hacia algún lado. Ojalá Victor le dijera que lo quiere también.

DON'T YOU KNOW. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora