10.

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John.

Ese día estaba nublado y el frío calaba en sus huesos.

Pequeñas gotas de lluvia chocaban en el cristal de la ventana, creando un sonido crocante al momento del impacto; pero a pesar del cielo ceniciento y el funesto ambiente dentro del salón de oratoria, John Watson no podía parar de sonreír. Sus manos viajaban desde encima del pupitre hacia su regazo, inquieto, y sus pies golpeteaban el suelo en un ritmo rápido mientras oía sin escuchar la explicación del profesor Lestrade. Las palabras de Harriet resonaban en su cabeza: Tarde o temprano tendrán un felices para siempre, John.

No estaba seguro, pero valía la penar intentarlo. Dejar que el destino se encargara de todo resultaba vago y aburrido, en realidad. El rubio estaba dispuesto a dar lo mejor de sí para gustarle a Sherlock, aunque sus sentimientos hacia el azabache seguían confusos.

Lestrade hablaba y hablaba sobre esto y aquello, y John no se daba cuenta, pero de vez en cuando el profesor le echaba unas cuantas miradas cómplices. Oh, Watson sí que tenía suerte, quizá demasiada para ser real. Y comenzaba a ser sospechoso.

—Estás en las nubes, Hamish—Mary le lanzó un borrador al rostro de John, espabilándolo de sus ensoñaciones.

—Sabes que odio ese nombre.

—Es tu nombre, no puedes obligarme a no llamarte por uno de tus nombres, Ha-mi-shhh—susurraba, porque estaban en medio de la clase. La rubia lucía más risueña de lo usual, y eso le atemorizaba a John.—Así que, Sherlock Holmes, ¿eh?

John dio un respingo. No se atrevió a mirarla a los ojos, y lo único que pudo hacer fue soltar una risa boba y decir:

—¿Q-Qué...? ¿De qué...? Ja, ja. No tengo idea de lo que estás hablando, Mary.

—Por Dios, John Watson. Conozco tu marca y Sherlock te lo dijo. ¡Él es...¡—Mary se dio cuenta de que no podía alzar la voz cuando se suponía que estaban secreteando entre clases, así que volvió a susurrar—Él es tu alma gemela.

Y sin saber exactamente la razón, John se sonrojó. Alma gemela. La palabra comenzaba a tener sentido para él.

Pero antes de que pudiera responder, su convesación fue descubierta por alguien más.

—¡Señorita Morstan, señor Watson!—exclamó Lestrade.—Espero que sus cuchicheos no se vuelvan costumbre en esta clase... Me temo que tendré que separarlos.

John se moría de vergüenza. No entendía cómo es que alguien tan pequeño como él podía contener tanta mala suerte en su interior: Su alma gemela lo odiaba, su hermana se burlaba de ello, odiaba Ciencias Forenses y lo separarán de su mejor amiga. Maldito Gregory Lestrade, y eso que se había portado tan gentil hacía sólo unos minutos.

—John, cambia el lugar con la señorita Hooper, al lado de Holmes.

Quizá juzgó al profesor Lestrade antes de tiempo.

John miró de reojo a Sherlock, que lucía bastante concentrado en no mirar hacia el rubio. Su delgado cuerpo se crispó al saber que Watson tendría que sentarse justo a su lado, y no lo culpaba. John supuso que eran la clase de cosas que tendrían que mejorar con tiempo, constancia y paciencia. Soltó un suspiro, tomó sus cosas y se dirigió hacia Sherlock, sentándose a su lado.

—¿Qué tal?—saludó John.

—Shh.

—Lo siento, yo sólo quería...

—Shh—repitió.

John comenzó a frustrarse, así que evitó decir algo más y sólo optó por mirar su cuadernos, escuchando remontar la fluida explicación de Greg Lestrade sobre los proyectos entre los estudiantes de medicina y forenses. Resultó algo relativamente sencillo: Escribir un ensayo hablando sobre los beneficios y la importancia de la medicina en las ciencias forenses y viceversa, y mostrar un experimento dando a mostrar tales puntos. John pensó que con Sherlock a su lado sería pan comido, a pesar de las "diferencias" entre ellos, podrían hacer un gran trabajo, además, sus notas eran buenas en la mayoría de las materias de su carrera.

—¿Qué deberíamos hacer para el proyecto?—preguntó John en un susurro, con la esperanza de que Sherlock esta vez le contestara apropiadamente.

El susodicho sólo lo miró por el rabillo del ojo, impasible como siempre.

—Aún no nombran los equipos.

—Pero Lestrade había dicho...

—No importa lo que el profesor lestrade haya dicho, aún no nombran los miembros de cada equipo—cortó.

—¿Sabes? No tienes que comportarte todo el tiempo como un idiota—soltó John, frunciendo el ceño. Holmes comenzaba a desesperarle y no tenía idea de cómo seguir la conversación. A veces odiaba ser tan impulsivo.

Esta vez Sherlock se dignó a mirarlo fijamente. Su mirada azulina permaneció fija en su rostro, con desprecio, como si se preguntara cómo John podía ser tan idiota.

—No lo hago.

—Claro que sí—exclamó John, y de nuevo volvió a susurrar.—No haces más que comportarte como un sabelotodo arrogante y yo no he sido grosero contigo en ningún momento.

Sherlock enarcó una ceja.

—No he sido tan grosero contigo—John se corrigió a sí mismo, encogiéndose de hombros.—Y fue sólo porque tú empezaste—volvió a quejarse, sólo porque Sherlock no decía nada quería que respondiera algo, cualquier cosa.

Sherlock miró de nuevo a John, esta vez con remordimiento. Quizá al final logró ablandar el corazón del azabache al menos un poco, y John no pudo sentirse más orgulloso por eso.

—Podemos hacer un ensayo sobre el reactivo que expuse hace poco. Esta vez más detallado—respondió, relajando su rostro, como si se diera por vencido, sucumbido ante los torpes encantos de un rubio descuidado.

El rostro de John Watson se iluminó, y de verdad se esforzó en no sonreír, pero, ¿cómó podría no hacerlo? A comparación del día anterior, había logrado dar un gran paso para acercarse a Holmes, y necesitaba celebrar aquello.

—Bien, bien, es... Perfecto, sí—balbuceó, emocionado. De repente la voz de Lestrade sólo fue un murmullo de fondo y su atención se fue directamente al pálido rostro de Sherlock Holmes.—¿Cuándo comenzaremos?

—¿Puedes después de clases?

¡Por supuesto que podía después de clases!

—Creo que sí, necesitaré revisar.

—Bien, puedo darte la dirección de mi departamento, es donde tengo todo mi equipo—John podía notar que Sherlock no estaba muy convencido del todo, pero no tenía opción. Eran compañeros, les gustara o no. Y agradeció internamente a Lestrade por ayudarle, porque gracias a él, ahora conocería el departamento del más alto e incluso trabajarían juntos, y en completa soledad.

—Me parece bien—fue lo único que John Watson pudo responder, y lo último que dijo antes de volver a retomar atención a las clases.

DON'T YOU KNOW. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora