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N/A: Debería estar actualizando mis otros fanfics, pero aquí estoy.

John.



   —Esto apesta.

    —Literalmente, apesta—agregó John, arrugando la nariz.

    —Dicen que los estudiantes de forenses tienen un fetiche con la gente muerta, si sabes a lo que me refiero.

    John se estremeció y sacudió su cabeza, tratando de borrar de su mente el cúmulo de imágenes perversas sobre tipos raros realizando necrofilia.

    —Por Dios, Mary. Eso es asqueroso.

    Mary se rio, y eso causó que John sonriera seguido de un suspiro.

    Había salido con Mary Morstan al comienzo de la universidad, cuando ambos tenían diecinueve años y las preocupaciones sobre saber acerca del amor de su vida parecían no existir. Al cumplir veintiuno y darse cuenta que la rubia no era la indicada, decidió seguir con ella de todos modos. Al diablo las marcas, le dijo, pero Mary no quería interferir, y decidió que lo mejor era que terminaran siendo sólo buenos amigos.

    Ella nunca le enseñó lo que su marca decía.

    John sí lo hizo, y cuando la rubia vio lo que había escrito en el estómago de él, soltó una carcajada. Comenzaba a ser una reacción común. Ya no podría ir a la piscina sin quitarse su camiseta.

    El profesor Lestrade seguía hablando sobre la nueva dinámica de clases y los beneficios de interactuar con alumnos con semejantes carreras. También había dicho algo sobre formar equipos en un futuro para algún proyecto.

    —Quizá tu alma gemela tenga la cura para el cáncer en su sangre, algo así como el virus T. Entonces, tú te enfermas y se ven por primera vez y te dice: "Probemos con un poco de sangre". Y, ¡boom! Estás curado, consigues a tu alma gemela que es al mismo tiempo tu medicina, se casan, tienen muchos hijos, se van de viaje a Mexico, beben muchas margaritas y viven felices para siempre.

    —Si me enfermo de cáncer, quizá sólo empiece mi propio mercado de metanfetamina.

    Mary solía hacer eso. Ignorar el hecho de que habían salido por dos años y tratarlo como su hermano. John se había acostumbrado, pero seguía sin digerir la idea de encontrar a su supuesta alma gemela que podría ser una pscicópata.

    —¡... Experimento!—exclamó Lestrade. Por Dios, ¿aún seguía hablando? John se había perdido casi toda la clase por escuchar las incoherencias de su mejor amiga.—Y el señor Holmes es quien se encargará de dar un ejemplo para sus nuevos proyectos.

    Un tipo alto, delgado, pálido y con cabellos azabaches y rizados, se puso de pie desde su asiento al extremo del salón de clases. Llevaba puesta una camisa blanca y lisa, unos pantalones de vestir negros, y también usó un chaleco negro que se ceñía sobre su esbelta figura; en su diestra sostenía un ancho maletín, seguramente con instrumentos de química. Las estudiantes de medicina comenzaron a murmurar entre ellas, incluso Mary se dedicó a mirarlo por un par de minutos mientras el misterioso y elegante chico bajaba hacia el frente.

    —Hace un par de días descubrí un reactivo que se precipita con la hemoglobina, y sólo con la hemoglobina—comenzó a explicar. Qué grosero, ni siquiera se había presentado  antes de dar explicación sobre su supuesto hallazgo. Mary seguía murmurando sobre cómo estuvo su día, por lo que John no podía concentrarse en lo que Holmes decía.

    —Y entonces, Janine estuvo tan ebria que...

    —¡Shhh!—John trató de callarla.—Vas a hacer que nos reporten.

    Mary hizo una mueca.

    —Vis i hicir qui nis ripirtin.

    —No es gracioso, Mary Elizabeth Morstan—se quejó.—Estoy tratando de poner atención y tú...

    —¡Señor Watson!—interrumpió el profesor Lestrade, visiblemente irritado.—Veo que a usted no le interesa tanto la presentación del señor Holmes porque ya está bien informado del tema. Por favor, baje y ayúdelo a explicarnos.

    John le dedicó una mirada iracunda a la rubia antes de ponerse de pie y bajar hacia donde se encontraba el supuesto Holmes con expresión tan estoica que daba miedo, y Lestrade, que lo miraba con el ceño fruncido.

    Sherlock hizo caso omiso al regaño previo y se dedicó a proseguir.

    —Como decía, he descubierto un reactivo que se precipita solamente con la hemoglobina— repitió, mirando a John por el rabillo del ojo. Después, reposó su maletín sobre el escritorio de Lestrade, lo abrió, sacó lo que parecía ser el reactivo dentro de un matraz y una placa de Petri.—Este es uno de los mejores hallazgos para la medicina legal, ya que nos proporciona una prueba infalible para las manchas de sangre.

    John se acercó al tipo alto y pálido para observar la milagrosa sustancia más de cerca; quizá el tal Holmes era como esos genios incomprendidos, quizá en el fondo tenía un poco más de carisma detrás de toda esa facha estirada y excesivamente británica para su gusto.

     Y, de repente, Holmes tomó la mano de John y con una navaja que tenía previamente preparada, pinchó uno de sus dedos.

    —Probemos con un poco de sangre— seguía tomando la mano de John Watson, permitiendo que la sangre del rubio se deslizara hacia la placa de Petri.

    John gritó más por la sorpresa que por el dolor, y le dio un brusco empujón como acto de reflejo.

    —¡AH! ¿ERES ESTÚPIDO O SÓLO ERES IMBÉCIL?

    El tipo azabache permaneció estático, sus ojos azules se abrieron a más no poder y éstos no apartaban la vista de John Watson. John se preguntó por qué estaba tan sorprendido. ¿Nadie nunca le había dicho estúpido o imbécil?

    ...

    Oh.

    Holmes le había dicho "probemos con un poco de sangre".

    Había encontrado a su alma gemela.

DON'T YOU KNOW. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora