20.

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John permanece sentado frente a Sherlock. Sus ojos se clavan en el rostro ajeno, como si escrutando esos ojos cerúleos pudiera adivinarle el pensamiento. ¿Por qué de repente le ganó la compasión? Hace apenas unos días el aludido juraba odiarlo y con voz imponente y hostil le hizo saber que jamás estaría con él. Ahora, después de una sesión de besos que le nublaron la razón, comienza a deprimirse. Se siente usado. Como la opción que ya está asegurada, esa que siempre estará ahí porque... le corresponde estarlo. Le parece injusto, y aun así, no dice nada.

—¿Por qué estás mirándome tanto?

John espabila. No sabe qué responder. O más bien, no quiere pensar en una réplica que divague más allá de su verdadera consternación.

No lo entiende, hace apenas unos minutos se encontraba tan feliz que sus mejillas dolían por sonreír demasiado. Sherlock le había dicho que lo quería. Y es extraño, no lo siente sincero del todo.

Pero, a defensa de Holmes, John no fue sincero por completo cuando le dijo que quería intentarlo. Las marcas estaba ahí, impresas en su piel e inmarcesibles. Se esforzó, casi a contra de su voluntad, de lo que creía que deseaba, y se lanzó. Por él, por saber.

—Eres raro—dice por fin, en un suspiro, como si fuera la noticia más triste del mundo—. Me gusta alguien raro. ¿Me gustas? Sí, sí me gustas. Pero siento que estoy forzándote, y eso me hace sentir... mal—las palabras no son lo suyo. Al menos cuando se trata de describir sus sentimientos y mostrarse vulnerable—. Sé lo que dijiste antes pero no lo sé, es extraño. No pensé que me sentiría tan inseguro al encontrar a quien tiene mi marca.

Todo es culpa de Harriet. Su hermana le hizo creer que encontrar a su alma gemela sería equivalente al final feliz de una película romántica. John frunce el ceño, enojado consigo mismo por haber sido tan ingenuo.

El amor es más complicado que eso. Difiere de las profundas miradas que incitan a los besos, de las sonrisas cómplices y el cosquilleo en el estómago, de las ganas de tomar su mano sólo por querer sentir su piel, cálida y suave.

No, no, no. Algo hacía falta. Algo que en toda escena de película acostumbraban a omitir, porque resulta obvio y súbitamente trivial.

Conocerse.

Uno creería que al tener una marca inmarchitable en la piel convierte a su pareja en algo prometido, algo que no es necesario ganarlo porque ya se tiene. Y en teoría, es así. Sin embargo, uno es susceptible a constantes inseguridades. John creyó que al verla, su alma gemela caería rendida en sus brazos y ambos se amarían mutuamente y todo en cantidades iguales. Le entregaría todo de él para recibir cada parte del ser ajeno.

No pudo haber estado más equivocado.

Veía a Sherlock y el miedo emergía de sus entrañas, ocasionándole un nudo en el estómago. Por más que esa ridícula frase permanece escrita en su abdomen, entiende que no posee algo seguro. Nada es prometido. Sherlock podría ponerse de pie en ese mismo instante e irse con Victor Trevor o cualquier persona más interesante que un estudiante de medicina. John podría darle cada parte de él y Sherlock podría tomarlo y no hacer nada con ello. O podría darle una pizca de lo que recibió.

Pero Sherlock no se mueve de lugar, y permanece junto a él porque así lo desea (¿lo hace?) y le sonríe porque quiere hacerlo (¿lo siente?). Y eso es suficiente para calmar los evidentes nervios de un hombre inseguro.

—Me siento igual, aunque dudo que me creas—Sherlock confiesa, y John alza la mirada, tan sorprendido como incrédulo.

Sherlock se siente idiota. No es algo que acostumbra a admitir ni siquiera en su mente, pero lo hace. No está seguro de nada pero al saber lo que sus palabras y decisiones hicieron sentir a John, se dio por el mayor imbécil de todo Londres.

John sólo toma su café y le da un sorbo. Es otoño y el gélido viento le enrojece la nariz y las mejillas. Debería estar en la universidad, debería estar hablando entre dientes con Mary y quejarse de lo idiota que es Holmes y de lo desafortunado que es por tenerlo como alma gemela, pero se encuentra en un café en el centro de la ciudad, teniendo una cita con el aludido, y el cosquilleo en el estómago sólo le asegura que tomó la decisión correcta.

Pero sabe que todas esas quejas y refunfuños no son reales. Le gusta, y quizá es el sentimiento inmarchitable que emergen de las marcas, innato y eterno. O quizá es sólo porque le gusta y eso es todo. ¿Debería tener una explicación?

—John—Sherlock vuelve a hablar, y el aludido no quiere mirarlo a los ojos—. Tuve miedo de perderte. Por todo lo que dije. Cuando quise enmendar las cosas ya había dado por perdido todo, y realmente me deprimió pensar que pude perderte sin haberlo intentado siquiera. Fue horrible pensar en esa oportunidad que dejé a un lado por un capricho, por no querer seguir las reglas del juego.

John está fascinado; le cuesta creer que el carácter ambiguo de aquél hombre terminara flaqueando por él... Y se ríe, sólo un poquito, porque una sonrisa es poco para demostrar lo contento que está.

—Estaba realmente enojado—confiesa, aún sonriendo—, pero, siendo sincero, no sé qué habría hecho después de eso. Siento que de alguna forma terminaríamos juntos, esa es la sensación que tengo.

—¿Sin teorías?

—Sin teorías, es sólo un presentimiento.

Sherlock lo mira y sonríe también, apenas sus comisuras se alzan y sus ojos se achican. El rostro aliviado de Watson lo cautiva. Siente que podría ver ese mismo rostro y sentirse tan cautivado justo como en ese momento.

—Me gustas mucho. Lo acabo de descifrar.

—Oh, no sabía que tenías que descifrarlo para saberlo.

—Soy un idiota, es por eso.

—Mh, por fin estamos de acuerdo en algo, ¿no crees?—John extiende la mano sobre la mesa, y Sherlock capta el mensaje. Toma su mano y la entrelaza con la suya—. ¿Entonces sí te gusto?

Sherlock bufa.

—Pues... sí, algo.

—¿Algo?

—Bueno, mucho.

—No exageres demasiado.

—¿Entonces qué quieres que te diga?—consternado, Holmes trata de soltarle la mano, pero John se lo impide.

—Sólo quería saber—murmura, haciendo una mueca—. Pero, ¿qué importa? Ya llegaremos a eso—Sherlock lo mira, como si esperase a que finalizara la oración.—Me refiero, a que tenemos mucho tiempo para saberlo.

—¿Para saber si me gustas? John, te lo estoy diciendo.

—Pero no quiero teorizar antes de los hechos, futuro detective Holmes.

Sherlock alzó la mirada y trató, de verdad que se esforzó en no sonreír como un imbécil, pero lo hizo. John Watson estaba ganándoselo de una manera tan veloz que no supo cuándo su corazón comenzó a latir con rapidez hasta que trató de contestar algo a la altura.

—Entonces comencemos con la evidencia, querido Watson. 





N/A: Pues... Este es el final de la historia, supongo. Gracias por leer hasta aquí y por la paciencia después de estos meses de inactividad. <3 Lo más seguro es que, a pesar de que la historia ya esté concluida, termine haciendo unos especiales o un capítulo nsfw, idk. Los tkm. 

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