XI

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− ... Es verdad ¿no es así? – sé que no me pregunta porque dude de mi palabra, sino que lo hace para confirmar lo que ya sabe. Asiento con la cabeza en medio sollozos e hipidos y Matthew me aprieta en un abrazo confortador en el que sumerjo toda mi pena y me afirmo como si fuese mi salvación.

Nos quedamos un buen rato así, hasta que mi llanto está calmado y cuando levanto la mirada a Matthew, tiene los ojos hinchados, rojos y en sus mejillas hay dos líneas brillantes que delatan a las lágrimas que ahora penden levemente de su mentón. Jamás pensé que se sentiría así, ver llorar a un hombre, eso ya lo había visto pero es primera vez que siento esto. Tengo la necesidad de besar sus mejillas así que lo hago.

− No te preocupes por mí... Yo estoy bien – aseguro con la voz entrecortada y frágil – Por favor no llores por mí... no podría soportar la lástima de ti.

− No es lastima. – dice de pronto con una voz tensa pero dolorida – Es frustración. – me toma las mejillas entre sus manos – es impotencia... si pudiera quitar toda esa carga de ti... − lo beso para que no siga, el responde mi beso y nos vamos a recostar a la cama.

El silencio se apodera de nuestro espacio y siento como que han pasado siglos desde que uno dijo algo. Miro a Matthew y lo descubro mirándome fijamente mientras acaricia mi cabello.

− ¿Quieres preguntarme algo? – digo con dulzura, pero no logro ocultar el pánico en mi voz. Hablar de lo que pasó es como revivirlo. Por eso nunca le he contado a nadie con detalles las cosas que viví.

− Si... pero no quiero presionarte – dice contraído, tenso y frustrado. Sonrío y me armo de valor para soltar las primeras palabras.

− Empezó cuando tenía seis años...− su respiración se detiene por unos segundos, para analizar si escuchó bien, asumo. Como no dice nada continúo. – Cuando Evelynn estaba de viaje con unas amigas y dejó a Joseph, mi padre, cuidándome. – respiro hondo como si mis pulmones no recibieran lo suficiente de aire – un día entró ebrio a mi habitación, pensando que yo dormía... Y se tocó a si mismo viéndome desde la oscuridad. Yo no dije nada, mantuve el silencio sin saber que pasaba. Por mucho tiempo pensé que había un monstruo en mi habitación que me acechaba por las noches – digo con una sonrisa irónica – entonces empecé a dormir con la luz encendida. Al principio no era más que eso, entraba en medio de la noche cuando estaba ebrio y se tocaba mirándome. – Matthew tiene la respiración alterada y tiene la mandíbula tan tensa que temo que se haga daño. – Un día se metió a mi cama y se tocó a mi lado. – No siento nada más que ira, enojo y resentimiento. Mi voz refleja perfectamente lo que siento. – de ahí solo empeoró, comenzó a hacerlo sobrio, comenzó a tocarme a mi mientras se tocaba él. Yo cerraba mis ojos con miedo y gritaba por ayuda. Siempre me tapaba la boca para callarme. pensaba que el "monstruo" no se detendría jamás. – niego con la cabeza y suspiro – y no lo hizo... No había pasado de ahí hasta que cumplí los ocho. – respiro entrecortado, alterada – cuando me violo la primera vez. Se puso sobre mi... Fue horrible. – digo en un susurro – Sufrí y, por primera vez, deseé morir. ¿te lo imaginas? Una niña de ocho años con deseos suicidas. Parece sacado de un libro de terror de Stephen King. – Matt no dice nada, está en completo silencio. Sopesando mis palabras, pensando, reflexionando y escuchando atentamente. – Me sentía sucia, avergonzada, no podía reunir el valor para contarlo pensando que la gente me culparía a mí – digo tratando de controlar el asco en mi voz − cuando cumplí diez años comencé a defenderme, le pegaba manotazos para que me dejara y entonces – aspiro aire por mi nariz para detener las gotas que amenazan con caer y sollozo despacio – comenzó a atarme – mi mano derecha, instantáneamente, masajea la cicatriz de la muñeca de la otra.

Catársis: Ámame - Serie Catarsis #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora