Imagina para May-Grimes

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Este es para @May-Grimes
¡Ojalá te guste!
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Si había algo que a May le salía perfectamente, ese algo era meterse en apuros. Nunca miraba por donde iba, no prestaba atención a las cosas...En fin, un desastre. Pero eso no significaba que no supiera arreglárselas para salir del aprieto.
Tenia brazos y piernas llenas de moretones y cortadas, pero siempre llevaba un paquete lleno de curitas, vendas, gasas y un pequeño atomizador con alcohol en el bolsillo. Era un desastre andante, pero con su propio botiquín. No era extraño verla sentada en cualquier lugar curándose después de Dios sabe qué aventura.
Aún siendo parte de un grupo, May era una oveja solitaria. Se negaba a ir junto a los demás mientras buscaban refugios o suministros. Siempre iba unos metros más atrás de ellos. Pensaba que podría ser objeto de burla por su "talento", así que prefería estar a una distancia segura. Aún asi, si ocurría alguna emergencia, ella estaba ahí para apoyar.

Un día, en una de las caminatas grupales, se detuvieron a descansar junto a una estación de trenes. Siendo curiosa, se escabulló para investigar el interior de unas oficinas, que antes eran ocupadas por los encargados de la estación.
No se imaginó que alguien había decidido seguirla.
Carl, hijo de Rick, el líder del grupo, se llenó de curiosidad. No por saber qué había dentro de las oficinas, sino por saber a dónde iba May. Desde su llegada, él la había estado observando. No pudo entablar conversación con ella, ya que cada vez que intentaba acercarse, ella se alejaba. Las pocas veces que lo había intentado casi siempre acaban con May saliendo rápidamente de la habitación y gritando una grosería al golpearse o tropezarse con algo.

No había nada fuera de lo ordinario en las oficinas, salvo ventanas rotas y un terrible olor a muerto. Al salir de una, May tuvo el mayor susto de su vida, provocando que saltara y azotara la puerta fuertemente, provocando micho ruido. Había descubierto que Carl la estaba espiando.
- ¡Con un demonio, Carl!- le gritó, asustada y enojada.
- Lo siento, lo siento.- se disculpó inmediatamente, sabiendo que la había hecho enojar.
- ¿Qué haces aquí?- preguntó, ya un poco más calmada.
Carl no pudo contestarle. Se quedó congelado por un segundo mientras veía como una mano se había aferrado a los pantalones de May.

- ¡May, muévete!- gritó.
Al darse cuenta de que un caminante salido de la nada iba a cenarse su pierna, May no tuvo mejor idea que obedecer y parecía una buena idea. Hasta que cayó de bruces al suelo. El caminante seguía agarrado a sus pantalones.
Carl no sabía que hacer. Unos asaltantes les habían robado todas las armas unos días antes y no habían podido conseguir algo útil. Lo único que tenían era un rifle, pero no tenía munición. Además, los únicos que tenían custodia del arma eran los adultos, y estaban bastante lejos como para correr a buscarlos y pedir ayuda. Buscó con la mirada algo que le pudiera servir para rematar al muerto, pero no había nada lo suficientemente fuerte para causar un buen impacto.
Mientras tanto, May pateaba la cara del caminante, con esperanzas de al menos alejarlo lo suficiente para poder levantarse y correr. Pero parecía que con cada patada, se enojaba más y su apetito crecía.

May vio la mandíbula del caminante abrirse lentamente. Cerró los ojos, esperando el dolor. Sintió algo contra su pierna, pero no eran dientes, era un libro y la mano de Carl bloqueando la mordida.
- ¡Muévete!- le gritó a la chica.
May rodó por el suelo hasta una distancia relativamente segura, donde pudo ponerse en pie. Carl, mientras tanto, luchaba por alejarse del caminante, quien ahora lo tomaba a él por carnada.
Inesperadamente, el muerto se puso en pie y se abalanzó contra Carl. El chico logró empujarlo contra una pared, pero resbaló con un charco de sangre coagulada en el piso, haciéndolo caer de espaldas. Se retorció adolorido e intentó retroceder, pero el caminante estaba más cerca que antes.
Adelantándose, May tomó una pesada jarra de vidrio y la estrelló contra la cabeza del caminante por detrás. Como era de esperarse, la jarra se rompió en mil pedazos, pero pudo aturdir al caminante por unos segundos.
- ¡Carl, el vidrio!- gritó May.
El chico tanteó el suelo con la mano hasta encontrar un grueso trozo de vidrio. Sin pensarlo, lo encajó repetidamente en la frente del caminante, pero a la vez enterrándose unos cuantos fragmentos del mismo vidrio en la mano.
La adrenalina del momento le impidió sentir dolor, pero una vez muerto el caminante, sintió las gotas de sangre caliente  rodando por la palma de su mano hasta su brazo.

May ayudó a Carl a salir de la oficina y lo recargó junto a la pared. Cuando terminó, se sentó junto a él y empezó a sacar su botiquín del bolsillo.
- ¿Estás bien, May?- preguntó Carl.
May suspiró.
- Preocúpate primero por ti. Tenemos que sacarte ese vidrio.
Trabajando con paciencia y mucho cuidando, logró sacar todos los pedacitos de su mano. Carl sólo se quejó abiertamente una vez.
- De nada.- dijo mientras la chica comenzaba a limpiarle y a vendarle la herida.
- Si no hubieras estado espiándome, nada de esto habría pasado. No me hubiera asustado, no hubiera hecho ruido, el caminante no hubiera atacado y todos hubiéramos estado felices.
- Pero si no hubiera estado aqui, el caminante podría haberte agarrado sola fácilmente. Además, no te estaba espiando. Quería saber qué hacías cuando te ibas. Como nunca hablas conmigo, quería averiguarlo por mi cuenta.

Cuando la herida estuvo bien vendada, May se levantó. Carl quiso seguirla, pero el dolor de su espalda, producto de su caída, se lo impedía.
Ella lo notó y pensó que lo mejor sería que se quedaran a descansar un rato para no empeorar la situación.
- Intenta no moverte mucho.- le dijo mientras se volvía a sentar.
Se quedaron un rato en silencio.
- ¿Por qué siempre te alejas May? ¿Por qué no nos dejas acercarnos?- preguntó Carl.
- No quiero que se burlen de mi.
- ¿De qué hablas? No nos burlaríamos de ti por nada.
- Por que soy una estúpida.
- No eres estúpida. Solo eres...propensa a los accidentes.
- Y eso puede traer problemas. Yo traigo problemas.
- Claro que no. Si, te metes en apuros, pero sabes como safarte de ellos. Sabes cómo curarte sola. Yo no tendría las agallas para ponerme alcohol en las heridas aunque fuera absolutamente necesario.
May rió.
- Nos vendría bien tener más ayuda tuya. Así nosotros también podemos ayudarte. ¿Qué dices?
Carl extendió su mano vendada.
Después de unos segundos, May se la estrechó.
- De acuerdo. Pero sólo porque tú me lo pides.

Imaginas de Chandler Riggs y Carl Grimes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora