Capítulo treinta y uno.

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El baño estaba lleno de velas y con la luz apagada, la bañera tenía agua a rebosar y un montón de espuma.

– Aleix, ¿qué es todo esto?

– El agua fría ayuda a bajar la fiebre. – Me dijo sonriendo.

– ¿Un baño de agua fría? ¿Quieres que me ponga peor?

– No está fría… – Me dijo para tranquilizarme. – Al menos no mucho.

En ese momento se le escapó una carcajada y yo le fulminé con la mirada.

– Además no me voy a bañar desnuda contigo delante… – Dije avergonzada.

– ¿Para qué te crees que está la espuma? Te va a tapar. – Arqué las cejas.­ – Y si no, pues me voy.

– Está bien.

Él se dio la vuelta y yo empecé a desvestirme de espaldas a él. Me quité la camiseta y justo antes de desabrocharme el sujetador me interrumpió.

– Tienes una espalda muy bonita. –  Dijo riéndose.

Me tapé corriendo y giré un poco la cabeza para verle.

– ¿En qué habíamos quedado? – Dije un poco cabreada.

Se acercó a mí y me abrazó, agachó un poco la cabeza y empezó a besarme los hombros mientras me hacía caricias en los brazos.

– No tengo la culpa de que tengas una espalda tan bonita. – Me susurró al oído mientras me pasaba un par de dedos por la espalda. – Llena de constelaciones.

– ¿Constelaciones? – Pregunté extrañada.

– Sí. Verás, tú eres como mi cielo, – empezó a explicar. – Por lo tanto, tus lunares son las estrellas. – Empezó a depositar suaves besos en mi espalda. – Y en la espalda tienes muchos lunares. Es decir, muchas estrellas…

– Es decir, constelaciones. – Le interrumpí mientras se me escapaba una sonrisa.

Él asintió y me rodeó la cintura con los brazos abrazándome fuerte.

– Venga pequeña, al agua.

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Estaba en mi cuarto secándome y vistiéndome después de aquel baño que me había preparado Aleix mientras él estaba abajo buscando el termómetro, otra vez…

Ese baño sin duda había sido genial, no habíamos parado de hablar y lo mejor de todo es que no había pensado ni una sola vez en Hugo.

Hugo…

Ese pensamiento volvió a mi cabeza.

¿Qué estará haciendo ahora? Estará en clase con esa maldita peliteñida. Podría llamarle… Solo para avisarle de por qué no he ido, solo para eso.

 Me acerqué a la cama y me senté en el borde, alargué un brazo y cogí mi móvil que se encontraba escondido entre las sábanas. Vi un par de llamadas perdidas suyas y rápidamente desbloqueé el móvil para llamarle.

Miré la hora y seguro que ahora mismo estaría en el recreo, así que marqué su número y esperé a que contestara.

Un toque. Dos. Tres…

Yo ya me estaba impacientando cuando de repente Aleix entró por la puerta.

– ¿Con quién hablas? – Me preguntó.

– Solo intentaba hablar con Hugo… – Colgué y volví a dejar el teléfono en la mesilla.

Se sentó a mi lado, me dio el termómetro para que me lo pusiera y me abrazó.

Heridas de placer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora