6: LA IDEA DE LA VILLA.

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Una de las consecuencias que tenía la ocurrencia de mis primas, era que ese sábado no deberíamos soportar las agónicas clases con doña Severa. Siempre supuse, que ambas actuaban en todo momento con el beneplácito de su madre. No podía ser de otro modo, había demasiado rigor en aquella casa como para que no fuera así; y aquellas dos muchachas seguían siendo muy jóvenes. Era de suponer, entonces, que nada se urdía sin el consentimiento de doña Virtudes. Y en todo lo que nos incumbía a Adela y a mí, había de haber siempre el visto bueno de doña Severa. Nuestro progreso estaba siendo adecuado, por lo que la encargada de nuestro aprendizaje no habría puesto pega alguna a que esa mañana no recibiéramos su doctrina.

En aquel momento algo estaba cambiando en nuestra relación con los demás miembros de la familia que nos acogiera. Eran cambios tan imperceptibles, que yo entonces ni siquiera reparaba en ellos; pero ahora que el tiempo me da casi el final de mis días, sí entiendo que fue un momento clave en nuestra estancia allí. La noche antes de la salida prevista a la villa, cuando me lo propusiera Araceli, habíamos entrado los dos juntos, del brazo, con el más educado de los modos; y todas las cabezas se habían girado hacia nosotros, con una tonta sonrisa, como si hiciéramos una buena pareja. Todavía yo desconocía que eso iba a jugar en mi favor, pero también el resto ignoraba que lo último que yo deseaba era ser como ellos: lo hacía todo por la necesidad que me obligaba para que la estancia allí fuera lo más soportable posible, para mí, y para mi hermana.

Tras la cena Araceli había insistido en que las acompañase en la tertulia que solían hacer en el saloncito frente al comedor. Era lo peor que podían haberme dicho, pues detestaba sus conversaciones, sin embargo mi mente me gritó alarmada que aceptase, y, contra todos mis gustos, lo hice. Fue una charla insustancial y aburrida como ninguna, pero yo me mantuve como se esperaba que lo hiciera: participativo y amable. Afortunadamente para mí, la excusa de levantarse pronto al día siguiente fue mi mejor aliada para ausentarme pronto, alegando que quería descansar. Durante todo ese tiempo había permanecido entre Araceli y Encarna, mostrándose ambas extrañamente agradables. Mi hermana había aprovechado ese momento para excusarse también, y se fue a la cama al tiempo que yo lo hacía. Todos se levantaron ceremoniosamente, y nos despidieron con pompa. Algo había diferente, cualquiera lo podía notar.

Dejé, pues, a mis dos primas, con la sonrisa de oreja a oreja, como si yo fuera un premio que acababan de ganar, y, acompañado de Adela, subí a mi aposento. Me despedí con dulzura de mi hermana, y entré en mi habitación. Milagros ya lo había adecentado todo, tal y como dijera Leonor: la cama echa, con sábanas limpias; las toallas cambiadas, y la jofaina sin mis restos. Me tumbé y dormí plácidamente; el día siguiente prometía por dos razones principalmente: por la ruptura de la rutina, y por la novedad que para nosotros suponía acercarnos a la villa.

Milagros me despertó poco después del alba, trayéndome a la realidad de un sueño que no recordaba, pero que me estaba encantando. Los primeros segundos de vigilia los recibí con desagrado, hasta que mi mente recordó que ese día era distinto. Me levanté entonces con una alegría que sólo recordaba tener antes de que mi madre nos hubiera dejado. De pie, dispuesto para ir al baño a asearme, me encontré con la maravillosa sonrisa de mi sirvienta.

—Buenos días Milagros –saludé–. Así da gusto uno levantarse por la mañana: tu sonrisa es una delicia.

Y la joven sonreía feliz, llena de gratitud y satisfecha porque me hubiera gustado su gesto.

—Es lo mínimo que el señorito se merece –comento únicamente–.

Y, de camino al baño, la besé con cariño en los labios someramente. La dejé con el semblante feliz, mientras ella ya comenzaba a disponer toda la habitación, y yo me aseaba en el baño. A mi regreso al dormitorio, ella tenía ya preparado el traje que iba a llevar. Era uno de los más elegantes con los que mi tía había llenado mi guardarropa.

Nuestra implacable educación [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora