Los días transcurrían, una semana ya desde que doña Severa hubiera dado por finalizado nuestra enseñanza. Ahora, el resto, estaría en manos de nuestra tía. Nosotros solo debíamos esperar a que decidiera dónde nos mandaría. Tanto Adela como yo, no estábamos especialmente preocupados por eso, dado que lo tuviera que ser sería, fuera lo que fuera. Mi actividad sexual no había decaído. Cuando alguna de las criadas tenía un tiempo suficiente libre, procurábamos un sitio para follar con pasión desmedida, como siempre ocurría. Mi hermana se había acercado considerablemente a mí. Pasábamos gran parte del día juntos, y en muchas ocasiones en compañía de las hijas de doña Virtudes. No sucedía nada especial sin embargo, cuando estábamos con ellas. Tan solo algunas insinuaciones, promesas de lo que estaba por llegar, y calentones aislados imaginando ese momento, y a veces metiéndonos mano. Casi toda la excitación que teníamos provenía de nuestras propias palabras, que no eran otra cosa que deseos verbalizados. Al llegar la noche, no obstante, cuando ya la casa estaba a oscuras y en silencio, mi hermana y yo teníamos el mejor sexo que pudiéramos construir, desatando todo lo que habíamos hablado previamente con nuestras primas.
Nos solíamos ver en su alcoba o en la mía indistintamente, haciendo de la noche algo especial, y la mezcla de la posibilidad de ser pillados, solo añadía más morbo a nuestros encuentros. Adela era una consumada amante, aprendido todo en el lugar que nos acogiera, igual que lo había aprendido yo. Cada vez que tenía la oportunidad de poseer su cuerpo, era como si fuera la primera vez. Contemplaba su desnudez como si nunca antes la hubiera visto, admirando cada centímetro, asimilándola de nuevo como si jamás sucediera. Y cada caricia, cada beso, era dado como si no hubiera habido un antes en el que ella los recibiera. Ese era el secreto de nuestro disfrute, eso hacía que el amor con ella siempre fuera nuevo, algo que antes no se había descubierto. Había pasado solo un invierno y una primavera desde nuestra llegada, pero los sucesos se habían desarrollado de una forma tan densa e intensa, que nos daba la sensación de que hubiera transcurrido una eternidad desde que mi polla estuviera por primera vez en sus inexpertas manos. No echaba de menos esos tiempos, porque estos eran la consecuencia de aquellos. De igual manera que había tenido que haber un principio para llegar a este ahora, estaba seguro que lo que vivíamos solo era un puente necesario para llegar a lo que realmente se nos tenía destinado. Mi hermana parecía conocer ese destino mejor que yo, que tan solo había percibido tenues esbozos. Y la niña que me llevaba tantas veces al placer, no paraba de recordármelo, cada vez que mi verga estaba en su boca, o que su coño la albergaba. Una de esas noches en la que el sexo nos había unido, cuando eyaculaba sobre su pubis, repletos ambos de satisfacción, me habló de algo que jamás habíamos mencionado entre nosotros.
—Nunca te has preocupado de que me pudiera quedar encinta –espeto repentinamente, acariciando mi pija que perdía dureza y tamaño, con toda mi simiente en su vientre–.
Me mantuve callado. Me había sorprendido el comentario, pero no dejaba de ser una certeza. Siempre que habíamos hecho el amor, habíamos estado seguros de que no habría consecuencia alguna, porque ambos éramos portadores tácitos de esa certeza. Quizás era hora de determinarla, por eso no duró mucho el silencio, y enseguida le respondí.
—Supe desde el principio que las criadas estaban protegidas. Poco después me hablaron del cómo, aunque sin darme detalles, pero me dijeron que tú y nuestras primas también lo estabais –confesé–.
—Me imaginaba algo parecido, pero ahora tenía curiosidad por saberlo. Yo sí sé los detalles Daniel, y muy pronto los sabrás tú, te lo prometo –me adelantaba ella–.
Lo que entonces Adela no supo fue que yo era capaz de advertir si podría haber consecuencias de embarazo gracias a mi cualidad. Si bien ella lo sabría llegado el momento, por supuesto. Durante toda esa semana tuvimos un sexo intenso que nos dejó ahítos. Algunas noches éramos solo ella y yo, y algunas otras se nos unía Milagros o Ascensión, completando toda la satisfacción sexual que procurábamos. Las paredes de su habitación y de la mía, se llenaban de todo el placer que se pudiese concebir, para nuestra entera felicidad, y, en ocasiones, de alguien más.
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Nuestra implacable educación [+18]
General Fiction•SOLO PARA MAYORES DE EDAD• Dos adolescentes son educados por su tía después de la muerte de su madre.