8: EL OTRO EDIFICIO.

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 —¡Madre del amor hermoso, señorito! Esa polla es una tentación que no se puede soportar, –oía decir, mientras poco a poco esa exclamación me separaba del sueño, al que había estado totalmente entregado hasta ahora–.

No me quería despertar, a pesar de que esa voz femenina ya casi lo había conseguido. Pero aún me esforzaba por apegarme a un dormir del que me resistía salir. Toda la luz invadió mi dormitorio cuando descorrieron las cortinas. Y ya todo empezó a tomar sentido.

Era un nuevo día, y Milagros me despertaba como cada mañana. Aún recordaba la magnífica sesión que había tenido con Rosario días atrás. Desde entonces no había vuelto a sentir los placeres que las mujeres tan gratamente me venían dando. Abrí los ojos, y, herido por la luz repentina me vi despojado de las sábanas y desnudo, expuesta toda mi erección, orgullosa de sentirse así. Acostumbrada mi vista ya a la luz, advertía a Milagros deambular por todo mi dormitorio. Nos cruzamos las miradas.

—Levántese, señorito, que ya es hora –me apremiaba–. Si permanece más tiempo en la cama, mostrándome su enorme miembro le aseguro que llegará tarde a sus clases –replicó, a continuación, con sarcasmo–.

Yo me acaricié mi pene delante de ella, con el único objetivo de provocarla. Pero, en el preciso instante en que me estaba sobando, otra figura femenina abrió la puerta hasta entrar, cerrándola tras de sí. Casi me da algo cuando descubrí a Encarna, mi prima menor. Ahí estaba yo, totalmente desnudo, empalmado como siempre, y con mi cipote en la mano derecha. No supe ni qué decir, ni cómo reaccionar. Ni siquiera aparté la mano. Sólo me quedé así, petrificado.

—¿Ha visto cómo se levanta siempre su primo de usted, señorita? –Le preguntaba Milagros, como si su presencia ante mi tiesura fuese lo más normal del mundo, como si estuviesen hablando del tiempo–...

Encarna al principio no dijo nada. Sólo sonreía. Había una mezcla de picardía y deseo en su mueca. Después de unos segundos, habló.

—Lo estoy viendo, Milagros –confirmaba–, y que sepas que me encanta tanto como a ti. No hay mujer que se pueda resistir a ella, aunque yo ya la conocía..., esta es la segunda vez que la veo así –desveló luego–.

Aún no me podía creer lo que estaba presenciando. Mi prima delante de Milagros hablando de lo que le gustaba mi miembro, y desvelando que ya lo conocía en ese estado. Seguía mudo sin saber que decir, con mi pija apuntando fija al techo.

—¿No crees, Milagros, que sería bueno hacer algo para que el señorito no esté así? Creo que sería humano ayudarle –dijo luego mi prima, rompiendo con su osadía todos los límites que yo conocía–.

—Tiene razón, la señorita. Milagros se va a encargar de hacer descargar al señorito para que no sufra más –apuntó la criada–.

Encarna se había sentado en una silla, próxima a mi cama, dispuesta a ser espectadora cercana, mientras que Milagros se agachaba sobre mi duro cipote y lo atrapaba con la mano. Lo acarició con una suavidad especial, que me hizo estremecer todo el cuerpo. Comenzó un leve sube y baja que provocó que las primas gotas de líquido pre seminal asomasen por el glande.

—Ufff –suspiraba mi prima, muy próxima a mí –.

Milagros comenzaba a arrancarme los primeros gemidos, cuando sentí que sus labios tomaban contacto. Su lengua acarició toda la dimensión del tronco, y todo el diámetro de la cabeza; y luego mi pene desapareció en su boca. La chupaba con una excelencia que me volvía loco. Me dejaba al borde del orgasmo, para luego, sacársela de la boca, y posteriormente volvérsela a meter, y dejarme al borde de la explosión. Así estuvo unas cuantas veces, hasta que una de ellas, supo que no me quedaría al filo de correrme, sino que no me podría contener. Siendo consciente de eso, no se la sacó de la boca, y dejó que el primer chorro de semen salpicase su lengua, mientras yo apagaba mis gritos con la almohada. Se la sacó y dejó que los siguientes chorros salpicasen sus labios, mientras dejaba escurrir sobre mi cipote palpitante lo que había caído dentro. Esto último lo hizo para que Encarna fuese testigo de mi eyaculación, para añadir mucho más morbo del que ya había.

Nuestra implacable educación [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora