Difícilmente había alguna actividad fuera de aquella finca, que no fuese las habituales salidas al mercado de la villa los sábados. A veces, nuestra tía era invitada para algún acto social. Ello se debía a que poseía la mayor fortuna de la provincia, y, por supuesto, la mansión más grande y lujosa. El resto quedaba por debajo. Ese estatus social era el que regía las diferentes celebraciones de cualquier evento, así como a quién se invitaba. En todo caso, nuestra tía solía acudir sola a cualquier sitio que la requiriese; acompañada de Petra, que para algo era su asistenta particular.
Lo que realmente marcaba socialmente la vida provincial, y, sobre todo municipal, era cuando los eventos se celebraban en aquel palacete, y las invitaciones partían de ahí. A nuestra tía no le gustaba prodigarse en tales acontecimientos: o bien por orgullo de saberse poseedora de la mayor de las riquezas, y la más opulenta de las haciendas, o bien por su carácter arisco y seco, que la hacían tender a aislarse del resto de la sociedad. Durante mi estancia en ese lugar, descubriría que era lo segundo; pero no era su carácter el que la hacía clausurarse, sino el fortísimo miedo de que se sospechase lo más mínimo del gran secreto que se guardaba.
Sin embargo, esa semana era uno de aquellas escasas situaciones en que nuestra tía se veía obligada a extender invitaciones por todas las familias más potentadas y de mayor prestigio de la provincia, para celebrar su cumpleaños.
Todo ello suponía que el ajetreo que se vivía diariamente en el hogar se multiplicase casi por el infinito. Las exigencias de nuestra tía a la servidumbre rozaban lo inhumano, y la histeria y los nervios que doña Virtudes derivaba en la los criados, rebasaba cualquier rasero que dictase el sentido común; y, por extensión, repercutía en nosotros.
Para empezar, se veían afectadas nuestras clases particulares con doña Severa, que había dado un paso atrás en el trato hacia nosotros, y había dado una vuelta de tuerca más a su ya de por si alta rigidez. Pero ella nos había anunciado que el resto de la semana no habría clases, por la llegada de invitados. Así que solo teníamos que soportar todo eso esa mañana. Cuando retomásemos las clases, acabada la celebración del cumpleaños de nuestra tía, estábamos convencidos de que todo volvería a ser como antes de ese lunes.
Pero, también se verían afectados los sirvientes, sometidos a una presión que sobrepasaba lo razonable, e indirectamente, eso también nos repercutía. Primero, porque habíamos adquirido con ellos un afecto importante, especialmente yo, y me dolía verlos de esa forma; y, segundo, porque durante toda esa semana no hubo con ninguna de ellas el más mínimo contacto sexual, por lo que me tenía que conformar con hacerlo yo solito. Y el placer que obtenía de eso era bien distinto, y estaba bien distante del que estaba acostumbrado. Sin embargo, lo aceptaba lo más estoicamente que podía, porque sabía que quienes me podían calmar estaban literalmente desbordados; y yo no quería abusar insinuado más coacción sobre ellos.
No dejaba tampoco de ser cierto, que las criadas, especialmente Milagros, que era quien más en contacto estaba conmigo, también sufrían esa abstinencia, pero esa semana primaba la celebración del aniversario de nacimiento de doña Virtudes, y todo lo demás quedaba en un segundo plano, y su actitud hacia cualquier deseo que interfiriese lo prioritario, sería inflexible: quedaría obviado.
Aunque la Gran Fiesta (con baile con orquesta, ágapes y vino español), para la mayoría de los invitados sería el sábado, desde ese lunes, irían llegando los convidados más especiales, que pasarían toda esa semana con nosotros, durmiendo en las habitaciones ex profeso, que yo siempre encontraba cerradas. De ahí todo el ajetreo: porque el trabajo se iba multiplicar. Ese lunes no estaba prevista la llegada de nadie hasta el atardecer.
Así pues, Rosario y Leonor tendrían más que limpiar (entre ellas se repartirían las habitaciones extras y los salones que habitualmente no se usaban). En lo tocante a Milagros, Ascensión, Ofelia, Olga y Petra, se repartirían la atención a las demás personas que habitasen la casa. Por su parte, Rita y Prudencia tendrían más que cocinar, y, por extensión, más que fregar. Del mismo modo, Alfredo y Benito tendrían que atender a los carruajes y caballos de los propietarios que estuvieran con nosotros durante esa semana. En tanto que Ernesto también vería incrementada su atención, al haber más gente en la estancia que seguro requerirían sus servicios. Y Trinidad tendría que encargarse de coordinar todo eso, siguiendo las instrucciones de doña Virtudes. Aquel era el plan previsto que ese lunes a todos traía de cabeza.
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Nuestra implacable educación [+18]
Fiction générale•SOLO PARA MAYORES DE EDAD• Dos adolescentes son educados por su tía después de la muerte de su madre.