Cap 20: Peste.

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 Con Abdier y su grupo. 

 El pequeño pelinegro iba sobre Asteri mirando hacia el frente en completo silencio, dejando que que el Pegasus blanco guiara a los otros siguiendo el rastro de pestilencia, muertes y enfermedades que suele dejar Peste. Fermin y Mareridt se encontraban volando en el lado derecho de Asteri, y Kuro y Charbel volaban tranquilamente en el lado izquierdo disfrutando de la calma antes de la tormenta. Media hora después, los tres ya habían llegado a a una zona desértica, el aire era helado y el suelo blanco estaba regado con cuerpo de animales, tales como ardillas, liebres, ciervos y aves; algunos enfermos y otros ya muertos. Los arboles a su alrededor estaban todos secos y habían zonas en las que se podían ver quemaduras en las rocas y arboles.

 El pequeño pelinegro chasqueo los dedos haciendo aparecer mascarillas mágicas que cubrieron los rostros de Fermin, Charbel y el suyo propio; con aquellas mascarillas evitaran que algún virus mortal entrara en sus cuerpos. Miro hacia los costados, había un rastro carmesí en la blanca nieve que llego a darle arcadas al vampiro, aquel rastro se dirigía hacia delante, hacia un grupo de cuerpo de animales amontonados que desprendían un fuerte hedor a putrefacción.

- Lerá aspída - murmuro formando una poderosa barrera invisible sobre ellos y los Pegasus, protegiendo a Asteri, Kuro y Mareridt de lo que sea que allá matado a todo esos animales.

- ¡Valla! ¡Eres impresionante! - exclamaba el pelirrojo con una sonrisa orgullosa.

- ¿Donde aprendiste a hacer eso? - le pregunto el peliblanco bajándose del lomo de Kuro, quien estaba muy inquieto, pegándose lo más que Asteri, su alfa, le permitía.

- Lo vi en un libro - dijo despreocupada mente mientras se bajaba de un salto del lomo del Pegasus blanco, quien miraba hacia la pila de cadáveres con mucha atención, abriendo sus alas y cubriendo con ellas a sus otros dos compañeros de manada.

- Ya veo - dijo el peliblanco poniéndose a un lado del pelinegro, preparando sus preciadas espadas para el combate - cuida a los Pegasus - le ordeno a Fermin, quien asintió no estando dispuesto a acercarse a esa pila de hediondos cadáveres.

 Abdier observo por ultima ves al vampiro y a los caballos alados, antes de girarse y acercarse a los animales muertos, siendo seguido por un asqueado peliblanco. Cada paso era una tortura para ambos, el olor a muerto era cada vez más insoportable, y por si fuera poco, tenían que estar con las defensas altas por si a Peste se le ocurría aparecer de sorpresa.

- Se que estas aquí... - murmuro Abdier mirando hacia el lado derecho de la pila, justo de donde se asomaba la cabeza de un enfermizo caballo blanco; sus ojos eran grisáceos y parecían ciegos, su pelaje blanco se caía en algunos lugares dejando lagunas en la sensible piel del animal. De su nariz y ojos goteaba sangre que mancha de rojo la nieve a sus pies, habían parte en las que la carne se mostraba junto con un asqueroso liquido blanco escurriendo por las heridas. Sus ojos grisáceos miraron a los jóvenes y a sus Pegasus de una manera que pareció espantar a los pobre caballos alados, quienes retrocedieron con una sola mirada de ese enfermizo caballo blanco - el primer y gran jinete, Peste.

 Y entonces el caballo se movió dejando ver a su jinete, un hombre de piel cetrina. Aquel jinete poseía grandes ojeras debajo de su ojos y sus labios estaban resecos y partidos; su sucio cabello negro parecía que se caería al más mínimo toque. Sus dientes eran amarillentos y desiguales y tenia los ojos rojos, casi como si hubiera estado llorando. Aquel extraño personaje solo usaba una larga y sucia toga blanca que era amarrado en su cintura por una cadena plateada; sus pies y manos iban desnudos al frío invernal de las tierras del Norte. En su mano derecha llevaba un largo látigo de cuero trenzado que ponía nervioso a su propio caballo.

- ¿Qué es lo que buscan, viajeros? - pregunto Peste mirándole con esos profundos y enfermizos ojos rojos; su voz era fría y cansada, parecía somnolienta.

- Buscamos su ayuda, poderoso jinete - decía arrodillándose lentamente en el suelo con la cabeza baja, no atreviéndose a ver a ese poderoso ser a lo ojos - necesitamos encontrar al gran Oráculo Oscuro.

- Ya veo - murmuro ordenando a su caballo que se acercara un poco más al niño de cabello negro, poniendo nervioso al peliblanco y al vampiro, quien intentaba controlar a Asteri para que no saliera de la barrera y fuera en defensa del pequeño Abdier - sabes que yo no hago favores a no ser que me des algo a cambio, ¿No? - le pregunto entrecerrando sus ojos.

- Si, y es por eso que traje esto - dijo chasqueando los dedos, haciendo aparecer la cajita de Fermin delante del caballo blanco, quien la miro sin interés, todo lo contrario de su jinete - es el corazón de un dragón enfermo, bañado en la sangre de las victimas de la ultima plaga de peste roja.

- ... - miro la cajita fijamente desde su posición, poniendo mucho más nerviosos a Charbel y a Fermin, quienes observaban todo lo que hacia el niño con recelo, rogando que no se equivocara - ...interesante - murmuro al fin, lanzando su látigo hacia la caja de madera, enrollándolo alrededor de ella y haciendo que esta volara hacia sus manos. Abrió la tapa y vio el corazón que se ocultaba dentro, sonrió, aquel órgano de dragón estaba infectado por una de sus más letales y hermosas creaciones - un regalo muy interesante... te ayudare.

- Muchas gracias - decía cerrando sus ojos con alivio, dejando escapar el aire que había retenido en sus pulmones.

- Bien, solo te diré algo - decía el jinete del caballo blanco cerrando la tapa de la caja que contenía el corazón del dragón con cuidado, viendo con una media sonrisa al joven mitad mago que tenia delante suyo - el Oráculo Oscuro no es una cosa que sirve para ver el pasado, presente ni futuro; ni tampoco es un "Él".

- Si no es un objeto, ni tampoco es un "Él"... - susurro poniendo una mano sobre su barbilla, adoptando una posición pensativa - ...debe ser un "Ella" - murmuro abriendo sus ojos como platos.

- Exacto - dijo Peste ordenando a su enfermizo caballo a que se girara, comenzando a dirigirse hacia una repentina niebla que comenzó a cubrir el lugar; pero antes, lanzo algo hacia los pies de Abdier, quien miro aquello con los ojos entrecerrados - el Oráculo Oscuro es en realidad una mujer, una muy poderosa a mi parecer - les dijo antes de desaparecer del lugar con un horripilante grito, tan horrible que sobresalto al siempre parco de Charbel.

- Bueno, parece que ya tenemos algo - decía Abdier levantándose del suelo, sacudiendo los restos de nieve que había en su ropa y cabello. Tomo el pequeño cráneo blanco entre sus manos, era casi tan grande como la palma de su mano, era un cráneo humano muy pequeño - una llave... - susurro chasqueando los dedos, haciendo desaparecer aquel pequeño cráneo que era mas bien una llave.

- Si, solo espero que los demás tengan la misma suerte - murmuraba el peliblanco ayudando al pequeño en lo que podía.

- Lo tendrán - dijo con seguridad al peliblanco, agradeciendo con un gesto la ayuda del joven Morte.

 Con el segundo grupo la cosa no iba tan bien como en el primero. Para empezar la sensible nariz del hombre lobo los llevo hacia un lago de aguas ácidas, no crecía nada a su alrededor y se podían ver animales muy delgados o con heridas en sus pelajes por culpa del lago ácido. Los Pegasus parecían de repente hambrientos, y no eran los únicos, Kairos también sufría los estragos de tener cerca a Hambruna: su lobo interno estaba tan inquieto y con ganas de salir y atacar a alguien para hacerlo su cena que hacia tambalear la fortaleza interna del Licantropo. Por suerte Ryden había traído consigo amuletos mágicos que los protegían de tener "hambre" en el alma, cosa que el Licantropo agradeció en silencio.

 Los tres decidieron rodear el lago en completo silencio, tratando de dar con el lugar en donde descansaba el segundo jinete. Los muchachos habían dejado a los Pegasus lo más alejado del lago que pudieron, protegiéndolos con un poderoso escudo que había creado el vampiro mayor.

La luz del León (Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora