RATAS CALLEJERAS, ROBOS Y PRINCIPES PRESUNTUOSOS

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— ¡Te cogeré ladronzuela!—gritó una de las guardias de palacio a una chica morena que echó a correr por el plano tejado del edificio.

— ¡Puta!—gritó—. ¡Qué es una barra de pan, joder! ¡Ni que fuesen aguacates!

Llegó hasta el borde del edificio. Justo frente a ella había una ventana abierta. Si se dejaba caer correctamente gracias a la ayuda de aquellas cuerdas para la ropa, que cruzaban el callejón de parte a parte, podía llegar a ella.

Dio un salto, se agarró a una sábana tendida y descendió.

"Bien todo bien" pensaba.

Entonces la cuerda se rompió y cayó con todo su peso en dirección al suelo.

"Mal todo mal".

Afortunadamente, y rezando el mantra de "no me quiero morir" todo lo que el tiempo de la caída le permitió, aterrizó sobre el tejado de tela de la entrada de una casa y rebotó, logrando caer al suelo con elegancia y una sonrisa de satisfacción.

— ¡No te escaparás tan fácilmente!

— ¿Fácilmente? Si casi me escoño—dijo mientras se colocaba una manta que encontró en el suelo a modo de manto. "La virgen del aguacate parezco" se dijo.

—Buenos días, señoras—dijo ella acercándose a unas mujeres que hablaban cerca de una ventana.

—Anita, un día de estos te van a atrapar. Ten más cuidado.

— ¡Qué va! ¡Lo tengo controlado! ¡No me van a atrapar!

De un tirón repentino acabó agarrada de la pechera por la guardia de palacio. "Julia, qué mal me cae esta mujer. Peor que el resto de guardias".

—Te atrapé. Quedas arrestada—dijo la mujer rubia—. A tu capacidad para escapar le doy un seis. Las he visto mejores.

Los guardias a su espalda rieron. Entonces se oyó un grito de guerra y Julia cayó de pronto al suelo inconsciente, soltando a la morena de la pechera automáticamente. Sobre ella había una muchacha rubia que se levantó con rapidez y tiró de la mano de Ana callejón arriba, mientras los guardias volvían a correr tras ellas a grito de no escapareis.

—Joder, Banana—masculló la rubia mientras se deslizaban por los callejones a toda pastilla— que la comida te tocaba a ti. No puede ser que siempre tenga que venir a salvar ese precioso culo que tienes.

— ¡Mimi! ¿Y qué le hago si soy torpe?



Pasaron unos buenos veinte minutos hasta que lograron despistar a los guardias en su carrera por la ciudad. Finalmente, resoplando como caballos de carreras escurrieron la espalda por una pared hasta sentarse en el suelo de un silencioso callejón.

—Recuérdame—dijo Mimi con la respiración entrecortada—que me busque otra compañera.

Ana a su lado rio, mientras partía la barra de pan, y le entregaba la mitad a la rubia.

—No, no lo harás porque me amas— dijo abrazándola de lado y dándole un beso en la mejilla.

—Sí, Banana, pero eso no quita que eres un jodido desastre.

Ana soltó una carcajada y se dispuso a darle un mordisco al pan. Entonces frente a ellas vio a dos niñas rebuscando en el cubo de la basura. Una de unos siete años rubia y otra de unos cinco morena. A Ana se le encogió el corazón.

Analice War:  la leona, la rubia, el hechicero y el genio de la lámparaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora