LOS MERCADERES EUROVISIVOS, EL BRUJO INEXPRESIVO Y EL LEÓN DE ARENA

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Dos cantantes venidos a menos por una situación desafortunada y convertidos en mercaderes avanzaban por el desierto a lomos de un camello, obsequio de un buen amigo suyo llamado Mikolas. La chica iba delante soltando oles y dando palmadas, mientras el chico detrás de ella tocaba una canción con su guitarra.

Vengo yo desde el Prat,
donde el dátil no se da
y las luces nos siguen
Y si allí les caes mal encomiéndate a
Michael Jackson o a Leiva
Y si con Tu Canción ni Pamplona votó
y perdimos Eurovisión
Es mejor irnos ya hacia otro lugar
que dejarnos apalear
Si A Coruña tú vas
No debes olvidar
Que allí hay una ley
que debes cumplir
si quieres vivir

-Buah, Alfred, no digas lo de la ley como algo malo. Simplemente son monárquicos, como el resto de reinos de España, y lo que no puedes es ir a su reino y cagarte en su monarquía por más republicano que seas.

-Tienes razón, titi-dijo Alfred suspirando-. Pero es que ya bastante que acepto a nuestro rey. Bueno, a ver, es que nuestro rey es maravilloso. ¡Qué vozarrón! ¡Qué sensualidad! Él nos tendría que haber representado en Eurovisión. Habríamos ganado. Él es magia.

-Ya, pero ningún monarca puede representarnos en Eurovisión. Está prohibido-Amaia se llevó la mano a la frente y se quitó el sudor-. Buah, que calor más horroroso tengo. Más que cuando vi la actuación de Eleni Foureira.

Alfred a sus espaldas rio y después volvió a rasgar la guitarra.

-Wonder woman don't you ever forget. You are divine and...

- ¿Por qué no cantas nuestra canción?-preguntó Amaia.

- ¿Tu Canción?

-No, Al Cantar no, la nuestra-Amaia se quedó callada unos segundos-. Ay, buah Alfred, sí Tu Canción que no te había entendido. Ufff, qué calor-Y se abanicó con las manos. Luego se llevó las manos a las piernas, agarró la tela de su vestido y murmuró algo de "airearse el chocho".

-Es que estoy harto de cantarla. Ya no siento que baile por primera vez. Siento que bailo por primera millonésima vez.

-También tienes razón.

-Sí, realmente.

Amaia comenzó a negar con la cabeza.

-Ay, qué horror que mal quedamos. De esta no levantamos cabeza.

-Si te hubieses puesto las mechas surferas, titi, que te daban un rollo más internacional... A lo mejor habríamos quedado mejor.

- ¿Pero qué rollo internacional? Si yo soy de Pamplona.

Alfred suspiró y se encogió de hombros resignado, luego comentó:

-Por cierto, ¿no es un poco raro que en el reino de A Coruña haya un desierto?

-Buah, Alfred, cállate. Que te cargas la historia.

Alfred se llevó la mano a la boca.

-Perdón-murmuró angustiado.

Y así nuestros mercaderes continuaron su camino hacia A Coruña a ritmo de "Que nos sigan las luces".

Cerca de tres horas después, cuando ya la noche les había caído encima entraron por las puertas del reino de A Coruña. Al fondo, erigido como la estatua de Ragoney en la plaza del Prat, se alzaba un enorme castillo.

-Jo, ¡qué grande es! -comentaba Amaia mientras montaban su puesto de venta.

-Y tanto, si lo vendieran levantaban la economía del reino.

Analice War:  la leona, la rubia, el hechicero y el genio de la lámparaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora