UNA RECONCILIACIÓN BAJO CERO Y LA BATALLA FINAL CONTRA EL HECHICERO

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Ana se sentía incapaz de abrir los ojos. Se encontraba muy a gusto. Notaba como si una cálida manta la envolviese.

Ana.

Era el eco de una voz que la hacía sentir en casa.

Ana.

Era la voz de Mimi.

La morena pensó que la rubia la estaba despertando como cada mañana para ir a robar comida al bazar. Ella sólo quería decirle que le diera cinco minutos más, pero se veía incapaz de hablar.

—Ana—seguía escuchando.

Unos brazos la rodearon y la abrazaron fuerte, trasmitiéndole calor.

Ana, no puedes dormirte—La voz de Mimi sonaba algo desesperada—. Banana, por favor. No te mueras. No lo soportaría.

"No voy a morirme" quería decirle Ana "sólo quiero dormir un rato más".

Un líquido cayó sobre su frente. Quemaba. Quemaba mucho. Abrió los ojos.

Estaba en medio de una ventisca de nieve y Mimi la aferraba con fuerza a su cuerpo buscando que entrara en calor. El líquido que había sentido y que quemaba eran las lágrimas calientes de Mimi, que al chocar contra su helada piel le producían dolor. La miró. La rubia la apretó más fuerte contra su cuerpo y le besó la frente.

—Menos mal—musitaba—. Menos mal.

—Lo siento, Mimi. Por todo—su voz sonaba ronca.

La rubia puso un dedo en los labios de la morena indicándole que callara.

—No te preocupes por eso ahora, reina.

—Tenías razón, Mimi. Siempre sueles tenerla. Debí ser sincera. Quizá ahora no estaríamos en este enredo.

—Banana, de verdad, que no...

—Fui una idiota. Te traté fatal. Te hice daño. Y tú aun así siempre estás a mi lado. Abrazándome, ayudándome, calmándome,... ¿por qué?

— ¿Por qué? —Mimi estaba perpleja— ¿Tantos años y todavía necesitas que te lo diga?—La rubia le acarició la mejilla— Porque te amo, Ana, como no amo a nadie en todo el mundo.

Ana le sonrió y se apretó más hacia ella.

—Yo también te amo—le dijo contra el pecho—. Y no soportaría que te pasara nada y menos por mi culpa. Y siento que todo lo que has sufrido la última semana ha sido por ello. Por mí. Y sólo por mí.

—Ey—La rubia la separó de su pecho y le agarró el mentón—. Si al final todo sale bien y eres feliz, habrá valido la pena el sufrimiento—Mimi la separó un poco más— Y para que eso ocurra y el último momento de nuestra vida no sea este debemos movernos y dejarnos de moñadas. Así que vamos, Banana, tenemos que salir de aquí y patearle el culo a Cepeda.

Mimi se levantó, con las piernas algo engarrotadas y ayudó a Ana a levantarse de la nieve. La morena se aferró a ella, pasando una mano por su cintura y pegando la mejilla a su pecho.

Sabiendo que si dependía de Ana morirían allí congeladas, Mimi escrutó la zona. Frente a ellas se encontraba la torre en la que habían venido encerradas y que al chocar contra la nieve las había hecho salir despedidas por la ventana. Ese había sido el momento justo en el que su amiga había perdido el conocimiento al caer de lleno sobre el suelo helado.

La rubia miró la torre. Si no hubiese estado tan encallada en la nieve, las podría haber aplastado en su camino hacia el precipicio que tenían a su espalda. Mimi resopló al caer en esa posibilidad y agradeció a quien fuera su angelito de la guarda, porque después de toda la situación en la Cueva de las Maravillas sabía que tenía uno. El resto hasta completar la docena debía de tenerlos Ana de lo contrario no habría sobrevivido veintitrés años siendo tan torpe.

Analice War:  la leona, la rubia, el hechicero y el genio de la lámparaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora