EL CORTEJO NOCTURNO: EL MUNDO IDEAL Y LAS TORRES (QUE NO ERAN TORRES)

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Miriam estaba tirada en la cama mirando al techo con aburrimiento. Mireya se había pasado toda la tarde agobiándola con el tema de la tal Analice.

—Pero, amiga, es que no te entiendo, de verdad. Llevas esperando desde que tu padre anunció la boda que, al menos, una de las personas que te cortejaran fuera mujer. Y ahora que ha ocurrido estas aquí, de morros. No lo entiendo.

Miriam, que daba vueltas por su cuarto molesta y pisando el suelo como si fuera el culpable de sus problemas, resopló.

—Muy fácil: no pienso darle una oportunidad a una imbécil que se cree que voy a caer rendida a sus pies con que me dé una sonrisita. ¡No estoy desesperada!

—Ni siquiera la has mirado. A lo mejor sí que caes con una de sus sonrisas.

Miriam se giró hacia ella, que sonreía de lado, y le fulminó con la mirada.

— ¡Vete a la mierda, Mireya!

—Si me mandas a la mierda te quedas sin amiga, sin confidente y sin estilista. Tú sales perdiendo.

Miriam bufó y se sentó en la cama. Miró a Mireya que sonreía con suficiencia. Luego desvió la vista hacia el suelo y se tapó la cara con las manos.

—Además no sé qué coño planea Cepeda. No me fío de él. Nunca se había preocupado por mí, ni por con quién yo me casara, y últimamente está insufriblemente interesado en el asunto.

Su amiga apoyó una mano en su hombro y se lo apretó, tratando de infundirle algo de calma. Pero aquello era imposible.

—Tú también estás más pendiente de él que de costumbre. Admite—Mireya hizo una pausa, parecía querer elegir las palabras correctas para no alterar a la leona—que es por lo de Ana—Miriam suspiró profundamente. Un nudo volvía a formársele en la garganta—. Sabes que Cepeda no lo hizo a propósito. No es la alegría de la huerta, pero no es mal tipo. Administra el reino con bastante tino, y si hizo lo que hizo fue porque pensó que esas dos chicas te habían secuestrado, Miriam. Tienes que superarlo.

Miriam asintió, se enderezó y dijo:

—Tienes razón.

Miriam negó con la cabeza trayendo su mente hasta el presente. Mireya no tenía razón, para nada, pero ella se la había dado, porque si no su amiga se habría puesto aún más pesada. Dándole el parabién había logrado que se marchara y la dejara sola como tanto quería.

Perdió la vista en el techo y se puso a cantar una canción que sentía que la representaba demasiado en ese momento.

Quién le puso al juego todas estas trampas. Cómo desenredo tantos nudos de palabras. Tantos puntos ciegos, calles sin salida. Un millón de suelos esperando mí caída...

Así se sentía: invisible. Aunque fuera el centro de atención. Parecía que lo que ella pensaba no importaba. Que hiciera lo que hiciera sería para contento de los demás y no sabía cómo actuar. Estaba en una maldita trampa y parecía que todos querían verla caer. Verla dando su brazo a torcer. Verla obviar sus sentimientos y aceptar todo lo que le imponían. Querían transformar a la leona en un maldito gato ronroneante.

— ¿Princesa Miriam?

Miriam se incorporó de la cama sobresaltada. "¡¿Qué carallo hace alguien en mi balcón!?" se preguntaba.

— ¿¡Quién está ahí!? –preguntó, molesta, levantándose de la cama.

—Soy la princesa Analice War.

Miriam rodó los ojos. "Lo que faltaba ya para el bote".

Salió al balcón y sin mirarla le soltó:

Analice War:  la leona, la rubia, el hechicero y el genio de la lámparaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora