LA HUIDA, LA CANTANTE DEFINITIVA Y LA CUEVA DE LAS MARAVILLAS

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Dentro de una mazmorra Ana pataleaba incansable gruñendo y removiéndose.

—Así que era la princesa—musitó.

Mimi a su lado rodó los ojos. Era la décimo tercera vez que su amiga repetía eso. Y a este paso lo repetiría treinta y tres veces más. Parecía haber entrado en bucle. Estaban atadas con unos grilletes de metal a la pared. La rubia ignoró las pataletas del tipo que si la princesa pensaría que soy estúpida o que si ya se veía de lejos que no era suficiente para ella, y llevó el pie a la cabeza de Ana que paró su retahíla.

— ¿¡Qué coño haces, Mimi!?

La rubia volvió a rodar los ojos.

— ¿Quieres salir de aquí?—Ana asintió lentamente—. Bien, pues cállate y déjame hacer.

Mimi hizo pinza con dos de sus dedos del pie y logró quitarle a Ana una horquilla que ella siempre llevaba en el pelo. La rubia recordó la de veces que le había dicho a su amiga que para qué usaba eso si no le recogía ni mínimamente el pelo. "Gracias, Banana, por no hacerme caso ni pa'trás" pensó. Mantuvo la horquilla entre sus dedos y, haciendo gala de su flexibilidad, se la llevó a una de sus manos engrilletadas, la que quedaba más cerca del candado. Afortunadamente tuvo la movilidad suficiente con ellas como para trastear un poco con la cerradura y la horquilla, y quedar liberada.

— ¡Fiu!—suspiró aliviada llevando las manos a sus muñecas adoloridas.

Después se acercó a Ana que la miraba con los ojos muy abiertos y la liberó.

— ¡Tía, Mimi, eres la puta hostia!—dijo alucinada y se lanzó a abrazarla. La rubia notó como el calor se concentraba en sus mejillas—. Tú ¿dónde aprendes estas cosas?

—En ningún sitio—negó con la cabeza separándose de Ana—. Se llama pensar con cabeza y aprovechar tus recursos.

Ana sonrió con admiración. Luego pareció recordar la razón de por qué estaba allí y por la que Mimi la había tenido que liberar, y volvió a apoyar la espalda en la pared apesadumbrada.

—No empieces otra vez...

—Es que ¡joder! ¿Por qué tengo tan mala suerte? Para una chica que me gusta—Ana suspiró—...y tiene que ser la princesa. Y yo no soy más que una rata callejera—Mimi se llevó la mano a la frente. "¡Una Drama Queen, eso es lo que eres! Dramana Banana te llamaré a partir de ahora"—. Así que no la volveré a ver—Continuó Ana su monólogo—. Y además está esa ley que dice que tiene que casarse con alguien de la realeza. ¡Soy una ilusa! ¡Y una tonta!

—Sólo eres una tonta si te das por vencido.

Ana y Mimi miraron a la zona de la que procedía la voz. A su derecha, en un hueco oscuro de la mazmorra, había de pie un hombre moreno, con un gorro de lana en la cabeza, apoyado en un bastón. "Juraría que la última vez que miré allí no había nadie" pensó Mimi. A su derecha Ana estaba embobada con aquel moreno. "Ni dos minutos le ha durado el duelo por la princesa. Madre mía. Si es que además el tipo tampoco es para tanto. ¿Por qué llevará gorro? ¿Estará calvo?"

Mientras la rubia pensaba en que aquella situación y aquel hombre eran de lo más extraños, el moreno se había acercado a su amiga con una sonrisa tan blanca que debías apartar la vista para que no te deslumbrara. Con ella casi lograba tapar su cojera.

—Soy Jadel—dijo dándole a Ana un beso en la mano. "Cretino" pensó la rubia—, estoy preso al igual que tú—prosiguió. "Genial y encima el muy imbécil me ignora ¿Qué soy, eh, la versión buenorra de un mono de compañía?" pensó Mimi—. Y creo que los dos juntos podríamos hacer mucho dinero.

Analice War:  la leona, la rubia, el hechicero y el genio de la lámparaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora